HAROLD MOSQUERA RIVAS
Todos los días, recibimos noticias de personas conocidas, que fallecen por cuenta del Covid-19, desde Políticos de carrera, profesionales destacados, empleados laboriosos, campesinos, indígenas y trabajadores de la salud, entre otros.
Sin embargo, hay un sector de la sociedad, del cual no hablan las estadísticas de la pandemia, son los habitantes de la calle, que viven en la indigencia, quienes al parecer por sus condiciones de vida, han creado anticuerpos que los protegen de enfermedades comunes. Además, debe considerarse que para ellos no hay ni siquiera un carnet del Sisben.
En ninguna de las alocuciones del Presidente Duque y su Gabinete de ministros, en medio de esta crisis, se habla de los habitantes de la calle. Parece que fueran invisibles o inmunes al Covid-19, tal vez es que no se han tomado la molestia de invertir las costosas pruebas en personas que, a juicio de un sector de la sociedad, no valen nada. Porque ellos en un andén de la calle, con pedazos de cartón, van formando su colchón, siendo víctimas del frío, sufren de todos desdén y han perdido cada diente, ante un mundo indiferente que sin detenerse gira, los desprecia, no los mira y les llama indigentes.
Siempre he tenido consideración por estas personas, me gusta compartir con ellas, escuchar sus historias de vida, la forma como, en la mayoría de los casos, la adicción a las drogas los llevó hasta donde están. Casi todos, mantienen viva la esperanza de regresar con sus familias, para morir en el seno de ellas, pero como señala el adagio popular, soñar no cuesta nada.
En estos tiempos tan complicados para la humanidad, quiero invitar a nuestros gobiernos y a la ciudadanía, a volver la mirada sobre los habitantes de la calle, para que, la lucha solidaria por mejorar sus condiciones de vida, en tiempos de la pandemia, nos permita, igual que a ellos, mantener vigente la esperanza, pues los sobrevivientes del Covid-19 habitarán un mundo que ya nunca será el mismo, donde prevalecerá la solidaridad frente a la ambición, la honestidad frente a la corrupción, la humildad frente a la soberbia, la sencillez frente al lujo, la vida, el amor y la paz, frente a la muerte, el odio y la violencia.
Habrá más reuniones familiares, dejando de lado los teléfonos celulares, más abrazos y besos fraternales y menos golpes y rechazos informales. En medio de la tragedia y el dolor, es necesario pintar de verde esperanza el futuro del planeta, sobre las cenizas de tantos seres humanos, cremados en contra de su voluntad, debemos levantar las nuevas generaciones de personas de bien, preocupadas por el medio ambiente, que trabajen por una sociedad en la que la democracia, la equidad y la justicia puedan verificarse en las condiciones de vida de cada persona.
La próxima vez que ustedes se encuentren a un indigente en la calle, los invito a recordar esta propuesta, mientras esperamos que las estadísticas oficiales nos informen sobre el efecto del Covid-19 en ese sector, invisible de la población.