ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Eupátridas: unos pocos nobles-terratenientes, quienes en la Grecia del siglo VI concentraban todos los poderes.
Colombia, según OXFAM-2016 y estadísticas posteriores, el 13 % de la población concentra el 77 % de las tierras. Estos terratenientes –nada nobles- se imponen violentamente en el Estado. El resto de las personas no disfrutan de sus derechos territoriales.
La Constitución consagra la democracia participativa, reglamentada legalmente. Sin embargo, en la realidad los derechos no se respetan.
Así las cosas, en el país por fuerza de las ineficiencias estatales debieron establecerse las Asambleas Populares, organizadas por las propias ciudadanías. Entre 2019 y 2021 se crearon muchas de estas Asambleas. La democracia dejó de ser un asunto exclusivamente partidista o electoral. Se pasó a la auto-organización, a las discusiones libres, y a la educación política de toda la gente. Esto, por supuesto, no les ha gustado a nuestros eupátridas, autorreconocidos como “la gente de bien”.
Como ejemplos, tenemos las jornadas culturales, las ollas comunitarias, los mercados agroecológicos, las reuniones con micrófonos abiertos, los eventos pedagógicos, las muestras artísticas y gastronómicas, los espacios para la crítica y la denuncia.
Allí las personas se apropian de los espacios, sobre todo en las ciudades. No se trata solo de ocupar las calles, sino de reunirse, de reconocerse en sus lugares de encuentro. Allí todos tienen derecho a decir algo.
En estas Asambleas surgen nuevos medios y maneras de comunicación. Las personas vuelven a confiar en sus vecinos. Se recomponen muchos tejidos sociales. Se desarrollan fraternidades, amistades y solidaridades. Se intercambian saberes y se acuerdan muchas acciones colectivas. Además, se rompe con los academicismos. Y se burlan de los poderes.
Los lenguajes usados en las Asambleas Populares no son manipulados. No se admiten retóricas efectistas o populistas. Todo se discute, se argumenta y se enseña con palabras claras, que todos entienden. Hay tolerancias y también exigencias.
La gente se une, y entre todos producen cambios. Nunca como ahora se habían analizado las realidades sociales. Se intercambian saberes y experiencias comunitarias. Se establecen acuerdos interculturales que permiten avanzar en procesos de descolonización. Se asumen obligaciones sociales colectivas y se responde por ellas.
El paso siguiente debe ser el de fortalecer acuerdos entre estas Asambleas y los poderes locales, regionales y nacionales, siempre y cuando sean progresistas. Es preciso conducir a todos al diálogo, aunque subsistan las radicalizaciones políticas. La meta es concretar acciones que realmente solucionen los problemas sociales, por lo menos los mas relevantes. A eso no se pueden negar los gobiernos.
Con acuerdos se podrán establecer programas y planes, en los que cada poder (los comunitarios, los estatales y los privados) cumplan algunas funciones concretas y complementarias. Pactar competencias y distribuciones de presupuestos llevará a satisfacer muchas necesidades humanas fundamentales.
Los funcionarios cumplirán sus obligaciones, y los ciudadanos tomaran decisiones y vigilaran procesos. Todos los espacios se entienden legitimados y soberanos (aunque relativamente), además de autónomos. Las agendas son discutidas por todos y desarrolladas por todos, cada uno desde lo que le corresponda cumplir.
Así, seremos sujetos de derechos y ciudadanos activos para la toma de decisiones. Es decir, construiremos democracia real, con los constituyentes primarios, y a pesar de los eupátridas.