MARCO ANTONIO VALENCIA CALLE
Los indígenas guambianos, los nasas y los yanaconas creen que, antes de la llegada de los españoles, entre ellos ya vivían la Virgen María y sus dos hermanos: Santo Tomás y Pedro Ordimales.
De la Virgen cuentan que sacó de su vientre semillas para cultivar la tierra y por eso es amada y recordada como la madre de todas las plantas. Cuando la gente muere, ella es la encargada de recibirlos en su palacio resplandeciente del cielo.
De Pedro Ordimales, tal vez el menor, dicen que era juguetón, fiestero, bebedor y bromista; que una vez lo mandaron a sembrar maíz y el muy ladino echó todas las semillas en un solo hueco; que otro día le ordenaron desyerbar y lo que hizo fue cortar el maíz e, incluso, que alguna vez intentó convertir en piedra a su hermano. Sin embargo, no pudo y por eso se hicieron enemigos.
De Santo Tomás hay muchas historias. Cuentan que era irascible y violento y que muchas veces salía disfrazado de mendigo, con piojos y sarna, para probar la bondad de la gente; que pasaba casa por casa pidiendo alimentos, caña o un trago de agua, pero como lo veían de tan mal aspecto y pésimo olor, no le daban nada, entonces él los convertía en piedra. Mejor dicho, que si no interviene la Virgen, transfigura el territorio en un cementerio de rocas.
Relatan también que iba a los papales o sembrados a conversar y, si lo ignoraban, convertía a la gente en piedra y hacía inundar todo. Las leyendas indican que, por su culpa, en la región hay muchas rocas, riscos y peñascos —que antes fueron gente—. Aunque eso parece malo, hay que decir que las piedras evitan los derrumbes y la erosión en un territorio que era plano y llano en el pasado.
Santo Tomás alguna vez subió al cielo, pero desde allá lo desterró la Virgen y lo bajó montado en un ventarrón. Cuando llegó a la tierra, lo puso prisionero en un cajón de bronce que enterró en el fin del mundo. Ahora se comenta que, cuando el santo se mueve, la tierra tiembla.
No obstante, la historia más simpática que se conoce de él narra cuando ingresó, en compañía de algunos hombres de Vitoncó, por una cueva al inframundo, el lugar donde habitan esos seres pequeñitos sin ano a los que llaman tapanos. Los hombres entraron a esa caverna puesto que desde allí todas las noches salía ganado y querían saber qué pasaba, por qué lo dejaban salir.
Los tapanos los atendieron bien y les dijeron que les regalaban el ganado porque ellos eran pequeños y no podían beneficiarse de esos animales; que la comida, en vez de tragarla, se la echaban en la espalda, ya que, aunque quisieran comer, no tenían por donde cagar lo consumido. Entonces Santo Tomás se ofreció a ayudarlos: calentó una barra de hierro en la fogata, los hizo poner en cuatro y, a uno por uno, les fue destapando el culo para que pudieran cagar.