CARLOS E. CAÑAR SARRIA
La política y la religión han estado interrelacionadas en la historia de la humanidad. La conveniencia o no de esta interrelación ha sido objeto de debates, sobre todo dentro de la concepción de una sociedad moderna y secularizada.
Colombia no ha sido la excepción. Desde nuestra configuración en República y con el surgimiento de los partidos políticos, la religión ha sido la constante ideológica, de rivalidades y confrontaciones entre el Estado liberal y el Estado conservador, el primero, partidario de la separación de la Iglesia y, el segundo, apologista de tal unión.
No podemos desconocer que jerarcas de la Iglesia Católica han intervenido en política. De alguna o de múltiples maneras, influyendo en los resultados electorales y en el devenir de nuestra historia republicana. Durante muchos años, candidatos presidenciales han contado o no, con el beneplácito de la Iglesia.
Es así, como por ejemplo, durante las primeras décadas del siglo pasado, los triunfos de Marco Fidel Suárez y Enrique Olaya Herrera, no habrían sido posibles, sin el respaldo de la Iglesia.
Casos recientes tenemos, Álvaro Uribe Vélez recibió el apoyo clerical en los dos periodos; pero no tuvo ese respaldo para una segunda reelección, pues Monseñor Rubén Salazar y el Cardenal Rubiano, no estuvieron de acuerdo con el hecho de que Uribe se perpetuara en el poder. Recordamos al entonces ministro de Gobierno, Valencia Cossio, quien protestó: “¿ …Si la Iglesia tiene derecho a contar con obispos y Papas vitalicios, por qué el Estado colombiano no?”
Que los curas y religiosos deben estar más dedicados a salvar almas que a poner o deponer candidatos e intervenir en decisiones de trascendencia nacional y asumir posturas que condicionen el criterio autónomo del electorado podría considerarse saludable para la democracia. En ello podríamos estar relativamente de acuerdo. Sin embargo, dependiendo de los conceptos que se tenga de política, es difícil que la Iglesia no intervenga en los asuntos del Estado, pues es en el Estado donde priman y se expresan las relaciones, las decisiones y las acciones del poder y la Iglesia como otras instituciones, no pueden estar exentas del análisis de una serie de hechos y situaciones que afectan a un conglomerado social con unas mayorías católicas y ante lo cual debe asumir posiciones. Por ejemplo, la Iglesia debe ser vocera en la denuncia de las violaciones de los derechos humanos, propender por la justicia social y por la convivencia civilizada de los pueblos. Salvar almas del infierno, pero también, salvar cuerpos de la miseria, de la guerra, de la explotación y pronunciarse contra de las tiranías de los gobiernos y contra las afrentas a la paz.
El Papa Benedicto XVI, al respecto fue claro: “La Iglesia continuará proclamando y defendiendo sin cesar los derechos humanos fundamentales, que en muchos países son con frecuencia violados”. “En la actualidad, la Iglesia no pide ningún privilegio para sí, sino únicamente las condiciones legítimas de libertad y de acción para cumplir su misión. A su vez la Iglesia trabajará para salvaguardar la dignidad de toda persona y trabajar por el bien común”. “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como lo demuestra la historia”.
Recordemos que la postura de la Iglesia Católica con relación a los sucesos relacionados con el plebiscito no pasó inadvertida en la opinión pública. El arzobispo de Cali, monseñor Darío de Jesús Monsalve, enfatizó en la necesidad de apoyar el Sí de la paz; el resto de jerarcas, asumieron una actitud silenciosa que se entendió como un estar de acuerdo con el No.
La conveniencia o no de mezclar religión y política, sobre todo en un país donde la violencia ha sido la regla conductora está sobre el tapete. Lo que no se puede permitir es el regreso de épocas aciagas, como aquella en que no pocos prelados de la Iglesia condenaban al liberalismo al tiempo en que prohibía a los católicos dar su voto por personas afiliadas a este partido. Ni regresar a la actitud de monseñor Miguel Ángel Builes durante el periodo de la Violencia, quien desde el púlpito, incitaba a los conservadores de todo el país a armarse.
En la actual coyuntura política por la presidencia de la República, asoman posiciones que en nuestro criterio, obedecen más a discusiones bizantinas, que a asuntos prioritarios en un país que transita entre la miseria y la pobreza. Como objeto de debate político, el hecho de que el candidato liberal, Alejandro Gaviria sea ateo, o que Petro citó a Jesús por considerarlo abanderado de los pobres.