HUGO ALDEMAR COSME VARGAS
Alfred Nobel, químico e ingeniero, fue capaz en 63 años de idear y patentar 355 investigaciones, entre ellas la dinamita, que muy pronto el hombre aprendió a usarla en las guerras, sembrando muerte por doquier. Un obituario equivocado sobre su fallecimiento, escrito en francés con ocho años de anticipación, sentenciaba su futuro: “El mercader de la muerte ha muerto”. Su prodigiosa mente comprendió el mensaje y en cambio estructuró una manera de perpetuar su vida, beneficiando a la humanidad: su inmensa fortuna alcanzada, que nadie heredaría, serviría para premiar a aquellas personas que cada año, desde sus cubículos intelectuales, moviera la frontera del conocimiento en los campos de la fisiología o medicina, la física y la química, o se destacara con la exquisitez de sus obras literarias, o con sus bien intencionadas aportaciones a la paz entre los hombres. Su testamento así lo estableció, y hoy la Fundación Nobel administra esa fortuna, que es también protegida y estimulada por otros países, que han entendido lo que esto significa. Fueron 31 millones de coronas suecas, que en 2007 se habían ya transformado en 3628 millones.
Este año, la Real Academia de las Ciencias de Suecia acaba de publicar los nombres ganadores de los Nobeles de Física y Química, mientras que el Instituto Karolinska eligió al de Medicina, la Academia Sueca escogió al de Literatura y el Comité Noruego del Nobel definió al de la Paz. El próximo 10 de diciembre, fecha de la muerte de Nobel, serán entregados estos premios en Suecia ante el respeto y la admiración de la humanidad. Veamos brevemente los temas sobre ciencia pura, dejando las ciencias sociales para otra ocasión.
David Julius y Ardem Patapoutian, profesores de la Universidad de California, nos están enseñando la manera como percibimos acciones elementales del diario vivir, como el calor, el frío y las asperezas superficiales de los objetos. ¿Cómo se trasladan estas sensaciones hasta nuestro cerebro? Ellos descubrieron los receptores que inician el transporte a través de una autopista del sistema nervioso, lo cual abre nuevos caminos en la investigación del dolor, y se avanza en las teorías que Descartes enunció en el siglo 17 sobre redes que conectarían la piel con el cerebro.
Syukuro Manabe, japonés, Klaus Hasselmann, alemán, y Giorgio Parisi, italiano, nos ilustran sobre los sistemas complejos de la Física, mirados desde su desorden y la aleatoriedad. Manabe se metió con el clima de la tierra y demostró que un incremento en los niveles del dióxido de carbono en la atmósfera representa un aumento de la temperatura en la superficie terrestre. Hasselman creó un modelo fiable que enlaza el clima y el tiempo atmosférico, siendo este caótico y cambiante. Y Parisi ha hecho posible el entendimiento y la descripción de materiales y fenómenos aparentemente aleatorios, en áreas como la física, matemáticas, biología, neurociencia y machine learning. Los tres demuestran que nuestro actual conocimiento sobre el clima se cimienta en bases científicas sólidas.
Benjamin List desde Alemania, y David MacMillan desde Estados Unidos, por separado, crearon un tercer tipo de catalizador, diferente de los metales y las enzimas, y lo llamaron organocatálisis asimétrica, capaz de construir fácilmente nuevas moléculas, baratas de producir y responsables con el medio ambiente, lo cual está aportando grandes beneficios a la humanidad.
Colombia está muy lejos de alcanzar uno de estos premios. Mientras no se transforme la estructura de la educación universitaria y se privilegie la investigación en ciencias básicas será imposible destacarnos en el mundo. Este tipo de investigación se desarrolla sólo con programas sólidos de doctorado, liderados por profesores con títulos de PhD, formados en el exterior en aquellos países poseedores de una red excelente de universidades investigadoras, dotadas de laboratorios de última tecnología, con acceso directo a todas las grandes bases de datos, y que enseñen en inglés.
Aquí en Popayán es la Universidad del Cauca la institución que debe liderar este tipo de investigación, sin olvidar, claro, que hay que seguir buscando aplicaciones prácticas de aquellos desarrollos que nos vienen de afuera. Mientras los profesores no escriban sus artículos en revistas internacionales indexadas, y mientras no se exija con rigor el conocimiento del idioma inglés, seguiremos condenados a situarnos cada vez más atrás en los escalafones internacionales.