DONALDO MENDOZA
Falta mucho tiempo para aseverar que Gustavo Petro Urrego será el próximo presidente de Colombia, como lo vaticinó la reciente encuesta de Invámer. La misma política ha demostrado que no es estática; no obstante, alguna razón tiene el dicho popular: “Cuando el río suena…” Ahí quedamos, ante esos dos eventos en busca de síntesis. Entre tanto, el resultado de la encuesta permitirá analizar el ritmo con que la política colombiana se moverá en el año electoral que está por comenzar.
No les falta razón a quienes dicen que el jefe de campaña de Petro es, hasta la fecha, el presidente Iván Duque Márquez. En ese punto sí veo un sesgo de injusticia, dado que, visto sin el ardor de la pasión, cuando se le escucha hablar, desgastado incluso con su programa de TV, se le nota un halo de buenas intenciones, agregado a ello su capacidad de trabajo en razón de su juventud. Otra cosa es que las cosas no le salgan en la proporción de sus deseos, incluyendo la que parecía iba a ser su tabla de salvación: el Covid-19. Ni la prevención ni la vacunación le han ayudado en el grado justo.
Quienes le reconocemos algún fundamento a la superstición y a los agüeros, avizoramos el origen de la mala fortuna del presidente desde antes de su elección, también en el día de su posesión y en el tiempo transcurrido hasta hoy. Antes de su elección, la oposición visceral y asfixiante del exsenador Uribe y su partido a todo lo que decía y hacía el presidente Santos. Lograron convencer a medio país de que con el acuerdo de paz, Santos le estaba entregando el país a las Farc. En suma, según ellos, la paz de Santos fue un verdadero desastre. Con ese credo, vendieron la idea de que tenían la fórmula infalible para alcanzar la anhelada paz que hemos soñado los colombianos. Y ya ven el escenario tres años después: la violencia exacerbada en todo el país.
El hecho supersticioso es el del 7 de agosto de 2018. Esa tarde, un indómito vendaval estuvo a punto de arruinar la posesión; y para dorar la píldora, el peor discurso que se le haya escuchado a un presidente del Congreso. El señor Ernesto Macías, olvidando que Iván Duque había sido elegido con los votos que sumaron liberales, radicales y los de la U, se fue lanza en ristre contra el gobierno de Juan Manuel Santos. Imposible alcanzar semejante grado de ingratitud, y una pieza maestra de la mezquindad. Ese día el Centro Democrático (CD) firmó la oposición perfecta al gobierno de Iván Duque Márquez. Nada tardaron aquellos partidos aliados en pasarles cuenta de cobro al presidente y a la minoría del CD en el Congreso.
Los ya casi tres años de Duque en el gobierno han puesto al descubierto la mentira mayor con la que Uribe y su partido engatusaron a millones de colombianos de buena fe que creyeron en la “paz sin impunidad” que aseguraban podían alcanzar. La otra bandera de Duque y su vicepresidenta, luchar sin descanso contra la corrupción, aparece en la encuesta como su peor fracaso. Así las cosas, es injusto echarle la culpa de todo lo malo a la presidencia de Iván Duque, que en mala hora lo puso allí la historia, como un cordero para el sacrificio.
Tantos errores, tantas mentiras, tanta mala leche, al final han servido para que millones de indignados hayan visto en Gustavo Petro un alivio a tanta rabia acumulada, y un enfado de los que se han sentido asaltados en su confianza y buena fe. Y es tan grande el naufragio, que la actual favorabilidad de Petro ha borrado hasta los defectos que le endilgan al humano dirigente del Pacto Histórico.