DEIBAR RENÉ HURTADO HERRERA
Vicerrector de Cultura y Bienestar
Universidad del Cauca
Algunos todavía se preguntan si se justifica un paro nacional y quién o quiénes están detrás de toda esta protesta social, a la cual con el transcurrir de los días se le van sumando multiplicidad de actores y organizaciones sociales. Desde mi punto de vista y sin ignorar que siempre existirán intereses políticos, al fin y al cabo, somos animales políticos, como diría Aristóteles, voy a intentar compartir mi interpretación de algunas de las motivaciones que “están detrás” pero que, al contrario, por lo evidentes y potentes que son, están “al frente” de todo esto.
Para todos es innegable la falta de tacto político que tuvo el gobierno nacional de presentar una reforma tributaria en medio de la crisis social y económica en la que se encuentra el país derivada de esta calamidad planetaria llamada pandemia del Covid-19, evento que ha desnudado y hecho evidente la enorme inequidad que nos aqueja. Son conocidas las cifras del Dane de como 2,5 millones de colombianos dejaron de pertenecer a la clase media y se pusieron en situación de vulnerabilidad, igualmente el incremento de colombianos que hoy están en condición de pobreza, pasando de 17,4 millones a 21 millones, así mismo el gran número de familias, 2,4 millones, que no pueden garantizarse las tres comidas diarias. Esto, paradójicamente, se da en un momento donde para el año 2020 el Gini de Colombia se incrementó pasando de 0.505 en el 2019 a 0.537 en el 2020. El coeficiente Gini es el indicador que permite determinar la concentración de la riqueza, es decir que cuando este tiende a uno (1) es que solo una persona concentra la totalidad de la riqueza de un país, el nuestro es el segundo GINI más alto en América Latina después de Brasil.
No es tampoco un secreto que la tasa de desempleo se ha incrementado de manera significativa (16.8% en las trece principales ciudades del país). Sin embargo, no podemos creer que esto solo se debe a la pandemia, nuestros indicadores de crecimiento industrial son preocupantes, realmente son de decrecimiento. Según el dane, para el año 2020 tuvimos una caída del 7,7%, pero en el 2019 solo el crecimiento había sido de 1,2%; nuestra economía se ha basado en la exportación de materias primas y nuestra capacidad para darles valor agregado es pequeña, entre otras cosas porque nuestra inversión en ciencia y tecnología es de las más bajas de América Latina y eso hace que el país tenga un déficit de cuenta corriente (importamos más de lo que exportamos) que no se soluciona con pañitos de agua tibia, esto es realmente un problema estructural. Si no hay crecimiento industrial, nuestra economía será siempre una economía de servicios que nos condenará a una alta tasa de desempleo, de informalidad y de pobreza. Esta es una de las grandes motivaciones que “están detrás” de las protestas, porque quienes de manera más severa se ven afectados por la falta de empleo son las y los jóvenes, esos que precisamente están en la primera línea de las marchas y que están movilizados ante la desesperanza. Los formamos para el trabajo (en las universidades), pero es la institución del trabajo la que precisamente está en crisis con la flexibilización laboral y con la precariedad en las formas de contratación. En la figura de las Ordenes de Prestación de Servicios (OPS), ¿qué apuesta del largo plazo se puede construir? y ¿cómo pensar en el futuro, si precisamente con contratos a cuatro o cinco meses la apuesta es por la inmediatez? Paradójicamente, hemos aumentado nuestra cobertura en educación superior en los últimos 20 años, las y los jóvenes son una generación mucho más preparada que las anteriores, sin embargo, es la generación que más sufre por el empleo y por mejores condiciones de empleabilidad. Quizás lo que necesitemos sean menos subsidios y más trabajo con condiciones dignas de empleabilidad.
La otra paradoja que está “detrás de todo esto”, es que un país con una vocación agrícola como el nuestro, esté incrementando cada vez más la importación de alimentos. Hay quienes dicen que “detrás de todo esto” está el narcotráfico, pero ¿qué está llevando a que el narcotráfico y otras economías ilegales, así como la guerra, se constituyan en la única opción posible para el campesinado colombiano? Sé que se me acusara probablemente con esta afirmación de mamerto o izquierdoso, pero lo que está en el trasfondo de esta situación son los tratados de libre comercio que hacen que ser campesino y agricultor en este país sea una actividad inviable. Colombia está importando más de 12 millones de toneladas de alimentos anuales, que es el 30% de los alimentos consumidos por los colombianos. Vimos a los lecheros irse quebrando de manera paulatina, producto de la importación de leche que alcanzó entre enero y agosto del 2020 un incremento del 33,4%, lo que equivale a 172, 11 millones de dólares; la importación de papa en el 2019 alcanzó las 58.000 toneladas; las legumbres, hortalizas y tubérculos tuvieron un aumento del 25,7% en valor. Eso solo por mencionar algunos de los productos básicos de la canasta familiar. Si bien se nos ha vendido la idea que no somos lo suficientemente competitivos, que debemos mejorar las prácticas y avanzar hacia las “buenas prácticas” de todo, la verdad es que ante la producción agrícola subsidiada de otros países no habrá posibilidades de competir. No se trata de brindar soluciones simples a problemas complejos, pero si queremos avanzar en una cruzada en contra del narcotráfico debemos pensar en subsidiar la producción agrícola, reorientar las políticas hacia el consumo interno y hacia la seguridad alimentaria, ofrecer oportunidades de formación, de infraestructura y mejorar las condiciones de vida de todas las comunidades que hacen del campo su proyecto de vida.
Finalmente, desde mi perspectiva, el otro factor que está “detrás de todo esto” es la incapacidad para ampliar el espectro de lo posible, nuestra incapacidad para escuchar, leer e interpretar esas otras realidades, esas otras formas de mirar, esas necesidades, expectativas, sueños, dolores y sufrimientos de esos que hemos llamados “los otros” o “esa gente”. La polarización que se vive no solo en Colombia sino en todo el mundo no nos es ajena y hace que hasta en los espacios familiares, se tramiten las diferencias con distancia, discriminación y silencio; si bien siempre he estado en contra de las vías de hecho y de cualquier acto de violencia, está la queremos justificar desde el polo en donde nos encontremos ubicados.
No nos ha sido posible encontrar como país, otros caminos para construir un proyecto nación, creemos que es posible sin esos otros, que nuestra existencia es posible simplemente invisibilizandolos, excluyéndoles o silenciándolos, o sumando gente a nuestro lado, convenciéndolos de cualquier forma, así sea con falsas noticias. Pero nos es tan simple, la coexistencia requiere un poco de más esfuerzo y de creatividad, coexistir en la diferencia nos implicara ponernos de acuerdo para colectivamente trazar la ruta, hacer sacrificios, tolerar y reconocernos.
El reto de la reconciliación implicara respeto, generosidad y principalmente sensibilidad y solidaridad para ver al “otro” y a “esa gente” como parte de este nosotros Colombia.