RODRIGO SOLARTE
Hay sistemas de vida que enferman o alegran, más que otros. La pandemia visualizó y afectó todo lo preexistente, física, psicológica y espiritualmente, con diferente intensidad de acuerdo a la salud mental y orgánica individual, grupal y colectiva.
El Ser humano como un todo sistémico, se afecta integralmente. Como terrícolas en los diferentes continentes y regiones, convivimos con el planeta.
Las biociencias y geociencias del todo, lo han ido fragmentando para investigar detalladamente, tanto lo macro como lo micro, origen a la vez, de tantas especialidades y subespecialidades que siguen encontrando los secretos de lo visible e invisible.
Las energías y redes, físicas y espirituales, han llegado a la cibernética, base científica de la virtualidad que entrará en diálogo con las diversas culturas, tradiciones y conocimientos experimentados en contacto directo con la naturaleza.
Por largo tiempo, las ciencias de la salud han estado dedicadas al conocimiento de la enfermedad física para prolongar la vida o evitar la muerte. Tal enfoque ha sido consecuencia de pactos entre financiadores de las investigaciones, medicamentos, equipos, gobiernos e instituciones educativas para difundirlo.
La cotidianidad es testimonio de vida permanente del sentir afectivo común de todos los seres vivos, en los cuales el afecto, el buen trato espontáneo, hasta instintivo, la comunicación, el diálogo, se integran a lo físico, agradable, saludable y deseable.
La desnaturalización del ser humano, como enfermedad, también es hoy, objeto y sujeto de investigación de las neurociencias.
La convergencia de esta pandemia Covid-19 con sus consecuencias en el contexto planetario, regional y local preexistentes, nos ha llevado a la visión estructural de esta CASA COMUN con su realidad geográfica, biodiversa y humana, que siguen evolucionando o transformándose, acorde al trato que continúe recibiendo como ser vivo que concebimos.
Históricamente, el caso colombiano del acúmulo de violencias contra el territorio y cosmovisiones, los habitantes y culturas, llegado a los extremos de barbaridad, inconcebible para quienes no lo han vivido o no han sido testigo, continúa construyéndose, tal historia, superando los miedos inducidos por los promotores de tal deshumanización, y gracias a las resistencias por AMOR A LA VIDA Y AL MISMO PÁIS.
Le enfermedad mental es tan trasmisible como la infecciosa. En ella los anticuerpos defensivos de la inmunidad, equivaldrían a la RESILIENCIA que continúa nutriendo conciencias y voluntades de los ejércitos de la paz, contrarios a los dedicados a la violencia y condicionantes estructurales para que sobrevivan.
Concebido íntegramente el proceso salud enfermedad, físico, mental y social, tal como está definido por la OMS, hemos entrado como humanidad, a la virtualidad globalizadora como instrumento de comunicación.
El déficit de acceso a los adelantos de la ciencia y tecnología en las comunicaciones, refleja la crónica desigualdad de oportunidades, económicas y educativas, concentradas más en el campo que en las ciudades, con todas sus repercusiones en esta era del conocimiento y de la protección ambiental.
La guerra en sí, concentra todos los factores condicionantes de la enfermedad mental en los contendores. La búsqueda de la paz ha sido común denominador de procesos constructores de humanidad.
Los intereses privatizados para conservar el poder sobre la sociedad y el Estado, ha llevado a un especial tipo de enfermedad mental de los gobernantes, cuyos síntomas y signos están representados en las consecuencias sociales que sobre la CASA COMUN ocasionan.
No son pocos los suicidios de potentados o empresarios, motivados por la obtención de menos ganancias económicas. Tampoco, de menores deprimidos por la marginalidad, abandono, pobreza y miseria que padecen sin visualizar oportunidades que desde el Estado, con las familias y comunidades, han de facilitar para las actuales generaciones.
Histórico será el pacto que necesitamos y que ya está en construcción.