LA  NIGUA…  TAMBIÉN  VUELA…

Columna de opinión

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Por JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA

Definitivamente Popayán tiene la magia desbordante de múltiples hazañas y costumbres por contar. Hace un tiempo encontré en la esquina de los portales de la plaza de Caldas al abogado Héctor Hugo Hoyos, -ya fallecido-, y ni me vio, dijo: aquí revoloteando en bajo. ¿Por qué? Le pregunté: porque ando buscando la “nigua” y no la encuentro. 

Le repliqué: aquí con la remodelación de los andenes y las calles del parque; la colocación de piedras de cantera bonitas y pulidas, tapadas las rendijas con  arena  cernida y superada la época de los ladrillos por baldosas en los pisos no se encuentran  niguas  ni pa´remedio,  y te digo  remedio, porque  antes cuando se era demorado en hablar o no se  juntaban  dos vocales para escribir,  amén de medio bruto, le metían los pies en un  aguamanil con niguas para despertar el intelecto.  No. Yo no estoy hablando de esa clase de alimañas, me reprochó: ahora si me doy cuenta que estás  más “ tapao” que la estatua de Nariño, refunfuñó. ¡Entonces qué, atiné a decirle. Es que ando buscando la nigua, pero el periódico.  ¡Aaaahhh! Eso es diferente. 

Empezamos de inmediato, a recorrer las casetas de revistas del parque preguntando por el periódico La Nigua de Ricardo Román? Y todas a una como en Fuenteovejuna: no quedó ninguna, respondieron. Ni el “pegao”, dijo  el de la esquina de la gobernación. ¡Se acabó! Héctor Hugo, resignado comentó: ahora si me doy cuenta que LA NIGUA…VUELA. Es decir, aparece una faceta  desconocida de la  nigua: no sólo pica, rasca y deja  roncha, sino que vuela. Como vuelan los patojitos de este añorado solar de que por falta de oportunidades  tienen que rebuscarse el pan de cada día en otras regiones del mundo.

Y a la verdad, la nigua ha levantado vuelo sin avisar y da pena no hacerle un comentario recordatorio de sus bondades y su historia, que bien merecido lo tiene. Este animalito de “fina estampa” se ha destacado, sin palancas ni meritocracia, por llegar a las más altas posiciones en pies de presidentes, hombres notables  y poetas. Es respetuosa. Nunca ha pasado  de los tobillos ni le ha quitado el puesto a otro,  ni le ha jalado  a la exclusión. De  dar candanga lo hace por igual. Se metió sin desparpajo en dedos de  indios, chapetones, criollos, aristócratas, ñapangas,  mestizos, negros o turistas. 

No hubo delicado pie de señorita, matrona, súbdito, patriota, conquistador, prócer, sacerdote o arzobispo, que se escapara del regalito de tener posesionada una nigua en cualquier dedo, y que afortunadamente  por tan pequeña picadura nos bautizaran con el apelativo de  patojos, mote –no de maíz- que recibimos y llevamos con orgullo. Porque patojo que se respete, así no haya tenido el privilegio de una nigua, comenta que la tenía y se la sacaron con agujas de oro, los “pinchaos”  o con espinas de naranjo, los otros. Ese patojismo es un honor invaluable, que no “se compra ni se vende”. 

Don Juan de Castellanos en su Elegía de los Hombres Ilustres, refiere que las niguas fueron las  primeras encargadas de salir en defensa de nuestros antepasados, darles  una tunda a los españoles y  sacarlos “pitaos” del Azafate hasta llegar a las goteras de  las vegas del Cauca. Por consiguiente, ahora que estamos tratando de amistarnos en pro de la convivencia, más que reconocerlas es obligatorio  rendirles un homenaje por pasar de rastreras y humildes niguas a  heroínas de raca mandaca, que jugaron un papel  preponderante y   protagónico  en la independencia de nuestra  patria, por cuanto solitas, sin lanzas ni caucheras,  fueron las primeras que con picadas mortíferas, -no de ojo-, y empalagosas rasquiñas dieron  el  primer grito de libertad al derrotar de  entrada   a los españoles,  sin tanta alharaca “ni momentos de efervescencia y calor”.  Así lo comentaba don Juan, el de arriba:

“Alojáronse  pues en un recodo

ellos, y bestias, y el servicio todo.

Mas vieras luego sacudir las plantas

y dar mil brincos el caballo laxo

porque niguas y pulgas fueron tantas

que no se vio reposo más escaso.

Y así cubiertos hasta las gargantas

los echan del lugar más que de prisa

de manera que les hicieron la guerra

En vez de los vecinos de la tierra”.

Y siguiendo con el cuento de las niguas,  a ellas se les debe, nada más y nada menos, la inspiración para que los vecinos de este terruño, pergeñen poesías. Qué es esa palabra, gritó mi tía, desde la cocina. Pues, se la escuché a un conferencista de la academia y quise impresionar, le aclaré. Pero tiene razón tiíta: más bien,  voy a decir: mal escribir versos.  Eso es otra  cosa. No hay que ponerle tanto requeñeque a la poesía, porque no hay patojo que no se eche su poema.  Recuerde que en Popayán a nadie se le niega una nigua  ni poesía en  el cacumen. De ahí la composición literaria, que dice:

“Cosa sabida y sin treta

es que en Popayán comulga

por cada nigua un poeta

y un prócer por cada pulga”.

Un vallecaucano, muy allegado a Popayán, don Vicente Holguín, alguna vez escribió una hermosa composición haciendo referencia a las pulgas. Sin  embargo, me he atrevido a  cambiarle la original palabra de pulgas por niguas, porque a la larga ambas pican, con la diferencia de que la primera es en todo el cuerpo, menos en la cabeza, cuya propiedad sigue siendo reservada a las niguas patojas por aquello de la inteligencia.

“Si se pusiese un idiota

en una noche de luna 

a contar una por una 

las luces que el cielo brota,

o la mar gota por gota;

y las flores que se dan

en los campos, ¡por Satán!,

muchos miles contaría

pero son más,  todavía

las niguas de Popayán”

Precisamente me estaba rascando, cuando me acordé de un apunte del patojo más patojo que hayan medio visto mis ojos, el patojísimo Chaparro, de grata recordación, como  vendedor de lotería y árbitro de profesión, que pitaba faltas sin VAR y para él no había jugadas escondidas ni falsas caídas. Sin exagerar, sus pies eran una reserva natural, un santuario ecológico de la biodiversidad, por consiguiente un templo de la sabiduría. Allí  las niguas de la más variada raza, tanto comunes como de castilla, se refugiaban o apiñaban tranquilamente sin pagar arriendo, como los vendedores ambulantes, bajo la fronda de sus pies, en las ramas de los dedos y en el morro del talón.

Chaparro  tenía unos pies tan grandes que “Pateguaba” con flauta, sombrero  y todo,  le quedaba pendejo. Alguna vez, que el hombre estaba sobando talón en la esquina del café Alcázar, pasó con su canastico de carrizo y cabeza “peluquiada” de franciscano  Juan Bautista Torijano “Canizales”, ayudante de don Rodolfo López, y al verlo en esa rascadera de nigua, en un acto de misericordia le dijo: ¿Por qué no te las sacás y las matás? Chaparro lo miró condescendiente, pues eran amigos y le respondió: porque son sangre de mi sangre y siguió refregándose en la esquina.

Pensando en las niguas, qué de  malo es, aportar de mi caletre  una oda,  con algo de rima y mucho de rasquiña:

Si tienes una nigua

por favor no te la saques 

ni tampoco te emberraques

cuando te empiece  a rascar,

porque ella tiene la esencia

de que al venir de  cepa antigua

te provee de  inteligencia

que es la única herencia 

que debemos conservar.

Quemando tiempo, me acordé de las adivinanzas de la abuela en las tardes de llovedera cuando entre truenos se escuchan las campanas: ¿En qué se parecen la nigua y el sacristán?  En que la nigua pica y el sacristán  repica. 

Lástima, que al igual que las niguas, el periódico LA NIGUA, del connotado periodista RICARDO ROMÁN, haya desparecido de los revisteros por esa falta de solidaridad y apoyo de quienes pudiendo hacerlo no lo hicieron y hoy  lamentan su pérdida. Bueno, ya es tarde. Me voy a dar mi rascadita familiar.

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