Columna de opinión
Por: Javier Orlando Muñoz Bastidas.
Para la afirmación y elevación de la existencia, se debe aprender al menos a tomar distancia de: 1. Los estímulos que provienen de la hiperinformación banal, 2. De los vínculos instrumentales en los que hay una mutua utilización, 3. De lo que no inspire una continua transformación, 4. De las acciones que sólo hacen posible la supervivencia, 5. De las emociones y pensamientos que no hacen posible una creación de sí, y 6. De lo que no se sustenta en un goce infinito.
La hiperinformación banal que se promueve conscientemente en las redes, para generar una transformación en la sensibilidad y la percepción de los individuos, se sustenta desde el diseño de estímulos que se asimilan sin discernimiento y sin crítica. Son estímulos que impactan de forma inmediata, no dejan espacio para un ejercicio de reflexión sobre los mismos, lo que hace que el individuo responda también de forma inmediata y banal. Por eso es necesario detener esos estímulos, mediante un proceso riguroso de pensamiento crítico y reflexivo, en el que se haga un estudio detenido de la forma como éstos están determinando las decisiones, los deseos y los proyectos de vida de los individuos. El exceso de estímulos se detiene con meditación, con pensamiento y con ironía.
La crisis del individuo mencionada, ha generado también una crisis en los vínculos afectivos con los otros, porque estos se fundamentan en una instrumentalización del otro, es decir: en utilizar al otro para el cumplimiento y satisfacción de los deseos particulares. Deseos que, en realidad, no son propios del individuo, deseos que no han sido creados por el individuo, sino que se le diseñan e imponen desde el sistema social y económico regente. El otro es un instrumento para satisfacer deseos banales, y no solamente nos referimos a lo sexual, sino también a deseos banales como: no querer estar solo. Por eso hay que asumir la opción radical de tomar distancia de todos los vínculos en los que utilizamos al otro, pero también en los que somos utilizados.
Pero, ¿qué nos queda? ¿caminar infinitamente solos? La verdad es que los procesos de transformación son conjuntos, no son sólo del individuo. Transformar el sistema integral se realiza en un vínculo afectivo con los otros. Es por esto que aprender a tomar distancia, es una dinámica que se crea con el otro, es una distancia en la que se afecta al otro para una mutua apertura de la conciencia. Todo distanciamiento es un profundo ejercicio de crítica. Tomar distancia no es una acción de indiferencia, sino de respeto a lo esencial del otro y de sí mismo para que no se banalice.
Los vínculos deben, entonces, inspirar y hacer posible una continua transformación. Y no sólo los vínculos con los otros, sino con todo lo que existe. Tomar distancia es una actitud existencial, en la que se afirma la potencia creadora de la existencia misma, y en la que se transgrede todo lo que impide que esa potencia se exprese en plenitud.
Esto es importante porque hace necesario que se establezca una diferencia radical entre vivir y sobrevivir. La vida es la posibilidad infinita de transformación, transgresión y creación. La supervivencia es la mera vida, la vida despojada de asombro, de eros y de ágape. Sobrevivir es lo que hace el individuo excesivamente estimulado por información falsa y de baja calidad. Un exceso de velocidad, en el que no hay procesos. En la supervivencia hay una fragmentación de la percepción y de la atención, en la que se establece las múltiples actividades como un estilo de vida. La estupidez de estar ocupado. El auténtico acto creador no implica estar ocupado, sino estar existiendo en potencia.
Nada de lo anterior sería posible sin la capacidad de tomar distancia de las propias emociones y pensamientos, que impiden un conocimiento y creación de sí. Esto es lo que se denomina como un “ejercicio espiritual”, no porque busque una trascendencia o porque implique una religiosidad, sino porque es una acción continua en la que el individuo se vuelca sobre sí mismo, en su interioridad, para observar rigurosamente el origen, estructura y funcionamiento de su sistema integral de sensibilidad y pensamiento. Es sorprendente tomar consciencia que casi la totalidad de nuestras percepciones, acciones, emociones y pensamientos son ajenas, no las hemos diseñado ni creado nosotros, sino que las hemos asumido o, como lo dijimos, nos las han implantado como una identidad. Es importante tomar distancia de ese “yo” que no somos, para empezar los primeros trazos de lo que puede llegar a ser nuestro destino.
Poder conocerse y crearse a sí mismo, a partir de un ejercicio consciente de distanciamiento, genera un goce infinito. La creación de sí es un goce porque se hacen posibles nuevas formas de lo real, en las que se pueden expresar nuevas formas de singularidades. El que se aparta, el que se aleja, el que toma distancia es el individuo alegre por excelencia, porque ha podido comprender y asumir que la creación es una posibilidad infinita. El goce de ser diferente no es sólo la afirmación de una distinción, sino un sentimiento de gratitud ante la existencia que se manifiesta infinitamente de infinitos modos.
Gracias.