Columna de opinión
Por: Eduardo Nates Lopez
En columnas anteriores he venido opinando sobre diferentes situaciones que han causado los conceptos y las sentencias lanzados por las “estrellas” del gobierno entrante (por la incertidumbre que genera ese reguero de pronunciamientos incoherentes y contradictorios). Hoy debo seguir por esa línea, pero debatiendo la incontable cantidad de proyectos de reformas que la variopinta coalición de gobierno está preparando y presentando para tramitar en el congreso, conducente a pavimentarle el camino al gobierno Petro.
Se oye hablar de: reforma agraria, reforma tributaria, reformas a la salud, reformas a la educación, reformas al sistema pensional, reformas a la justicia, reformas al congreso, reforma política, etc. etc. Hasta tuvieron que hacerle reformas arquitectónicas al edificio de las oficinas y los salones del Capitolio, para que cupiera ese pocotón de novatos y aprendices, revueltos con los viejos mañosos que conservaron sus curules…
En fin, todas esas reformas prometidas se están cocinando menos la del sueldo, que ya la postergaron para el 2026, (en un encomiable gesto de generosidad con ellos mismos…) Dado que, en la administración pública, todo está concatenado, me surgen algunas inquietudes: ¿Resultará factible y lógico cambiar todo de un solo golpe? ¿Es posible hacerle cirugía cardíaca, estomacal, cerebral, hepática, renal, de extremidades, facial, faríngea, nasal, ótica, oftálmica, de rodilla y rabadilla al mismo tiempo y sin anestesia al pobre paciente? ¿Cómo será entonces la parálisis que sufrirá la administración y, por ende, el traumatismo en el aparato productivo nacional?
No voté por Petro. No soy su admirador. No estoy por lo tanto entre los 11.281.002 que determinaron su victoria. Estoy dentro de los 10.580.399 que votamos, más que por el decepcionante Rodolfo Hernández, en contra de Petro. Con franco sentimiento democrático, reconocí el triunfo petrista y, por supuesto, deseo que le vaya bien, para que le vaya bien a Colombia.
Pero aceptar el triunfo no involucra obligatoriamente estar de acuerdo con todo lo que se le ocurra a él y sus colaboradores -en no pocas ocasiones “culiprontos” y lambones-, más empeñados en satisfacer al ganador de la contienda electoral que la conveniencia del país real y completo. Me atrevo a adicionar que, por fortuna, la polarización y la agresividad han bajado sensiblemente, pero de ninguna manera puede hablarse de unanimidad.
Llama poderosamente la atención que, en esa carrera -un poco abyecta- de los legisladores por satisfacer al soberano, quieran y acepten el propósito de cambiar toda la estructura legal y constitucional construida con tanto trabajo. Considero que quedarse callado frente a ese desbarajuste significa aceptar que todo estaba mal y que gracias a la llegada mesiánica del presidente Petro se va a salvar el país. No podemos aceptar eso con obsecuencia indigna. Por lo menos las cifras mencionadas arriba, que son la materialización de la expresión del pueblo: (11.280.000 vs 10.580.000) están demostrando la existencia de dos caudales similares muy potentes pero opuestos, situación bastante diferente a la que pretenden reflejar los principiantes y los repitentes “Padres de la Patria”, con sus arreglos y componendas, en el Parlamento. Una cosa dijo el pueblo y otra están interpretando los elegidos…
Otro tema que también concurre a este desbarajuste es esa angurria por comenzar a tomar decisiones y que les obedezcan, cuando es perfectamente sabido que el gobierno asume el próximo domingo 7 de agosto a las 3:00 pm. Ni antes ni después. Hay un tiempo y unos procedimientos que se establecen de consenso para el empalme (que está concebido, justamente, para generar la menor cantidad de interrupciones y sobresaltos). Pero el efecto que están buscando los recién elegidos y aún no posesionados es lo contrario: atajar, cuestionar, estorbar, presumir y hasta calumniar, si es posible…
Con ese afán inmedible por aparecer mandando y ejerciendo el poder, ya me estoy imaginando el tamaño del espejo retrovisor que pondrán en funcionamiento, para poder justificar la incapacidad de resolver los problemas inherentes a la función pública. En mi escaso saber y entender una cosa es “el cambio” y otra ‘desbaratar para hacer nuevo’…
Coletilla: No está bien comenzar incumpliéndoles desvergonzadamente a cerca de 900 alcaldes de todo el país, en algo tan elemental como una reunión protocolaria… Ni siquiera han sido capaces de dar una excusa valedera…