Columna de opinión
Por Paloma Muñoz
Los primeros violines que fueron hechos en guadua y a machete en las comunidades afrodescendientes de los valles interandinos del Cauca —río Patía (al sur) y río Cauca (hacia el norte del departamento)— se encuentran todavía en propiedad de los músicos y de los pocos lutieres que quedan. Fabio Albeiro Velasco, fabricante de instrumentos de Mercaderes, me dijo en una entrevista realizada en 2014 lo siguiente: “Don Gentil Gutiérrez (q. e. p. d.), violinista y lutier de Cajamarca, con la chapilla de tarugo de guadua hizo violines a machete”. El violín en este tipo de material aparece en la oralidad de los músicos y de la comunidad que da fe de su existencia en todo el territorio de estos dos valles.
La afirmación “hecho a machete” se basa en la elaboración del instrumento por medio de un molde, pero que no es de material vaciado o de torno, sino que se va tallando con la mencionada herramienta del agricultor y a medida que avanza su elaboración se va puliendo. Emplean clavos grandes, los cuales, al ser quemados, permiten hacer los “respiraderos” de los violines (las eses o efes que poseen en la tapa delantera). También emplean una herramienta muy antigua llamada “berbiquí” que sirve para hacer huecos en la madera. Para curarlos utilizan formol y alcohol, mientras que para pulirlos los lijan (en algunas veredas alejadas usaban pedazos de vidrio para ello).
En la actualidad, ciertos lutieres los elaboran en guadua y crin de caballo para llevarlos de muestra como algo “típico” al Festival del Pacífico Petronio Álvarez en Cali y los interpretan, pero como pieza “folclórica”. Sucede lo mismo con los de totumo o calabazo, y los hechos en cuero han quedado de muestra de una tradición de una generación a la que le tocó aprender siendo niños o adultos en su época de negación. Estos instrumentos fueron la posibilidad de lo sonoro, su resolución plasmada en estos materiales para hacer música.
La familia Velasco, compuesta por lutieres de Mercaderes (Cauca), aún siguen construyendo violines en totumo o calabazo y madera. Don José Urresti hacía violines e instrumentos de cuerda como charangos, tiples, requintos, entre otros, en caparazón de armadillo y en diferentes materiales. Eran instrumentos con una gran similitud a los violines africanos también hechos en materiales de calabazo y cuerdas de crin de caballo.
Con manos de agricultores campesinos, sin una “motricidad fina”, rudimentarias, supuestamente sin “técnica”, se atrevieron a elaborar e interpretar unos instrumentos europeos traídos para la élite criolla. Porque el violín, regido por órdenes religiosas, fue traído para diseñar los planes de estudio de la aristocracia americana con las artes liberales del Quadrivium de la modernidad (cuatro caminos; es decir, las disciplinas relacionadas con las matemáticas: la aritmética, la geometría, la astronomía y la música). Se trataba de una concepción medieval europea en donde la enseñanza de la música era diferenciada de las artes propias de los esclavos. Sin embargo, los negros la imitaron, la copiaron, la adaptaron a su manera en diferentes materiales y formas, y convirtieron al violín en un instrumento carnal, popular, lascivo y cotidiano.
Las comunidades afrodescendientes han construido toda una tradición para la elaboración de violines en guadua y crin de caballo. También en cuero, madera y en mate-totumo o calabaza. Los cortan a machete como lo hacían en el siglo XIX en el valle del Patía (al sur) y en municipios como Suárez, Buenos Aires y Santander de Quilichao (al norte del Cauca).
Se habla de un violín que les pertenece porque lo sacaron de los grandes salones, de las haciendas y de los conventos. Se lo sustrajeron al arte musical “culto” alfabetizado mediante un lenguaje gestual y sonoro. Le hicieron “el quite” algunas veces a las “virtudes” del sistema temperado, el cual sigue siendo el sistema de mayor uso en sus músicas y que goza de arraigo hasta nuestros días por efecto de la colonización en la cultura musical clásica académica y popular de Colombia y Latinoamérica. Aun así, los violines negros de los valles interandinos del Cauca son el resultado de un ejercicio propio de transvaloración creativa.