Las dos caras del carnaval

Editorial

Por: Marco Antonio Valencia Calle

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Hay que disponer el espíritu para salir a gozar un carnaval con familia y amigos. Es una oportunidad para la diversión, la risa, el baile, la buena comida, escuchar música en vivo, e incluso para consumir bebidas arguandientosas.

Coyuntura para conocer gente, hacer relaciones públicas, disfrutar de artistas en vivo, fomentar la convivencia, compartir con nuestros vecinos. Apreciar lo que históricamente son nuestras formas de vida y llamamos identidad: la chirimía, la empanada, el tamal de pipián, el aguardiente que se hace, se vende y se consume en nuestro departamento.

La gente necesita de las fiestas para integrarse, conocer a otros, enamorarse, ennoviarse, hablar, discutir, viajar. No es cuestión de solo música, baile y trago, es un ejercicio de proyección de la cultura y manifestaciones humanas alrededor del relajo, el descanso, las vacaciones.

Los carnavales hacen parte del patrimonio inmaterial de un pueblo, testimonio de la memoria colectiva, vínculo con la historia y expresión ciudadana, por lo tanto, además de continuidad, presupuesto estatal y comercio responsable, debe educarse a la gente para que aprenda a disfrutarlas.

Los carnavales de hoy ya no son parte de fiestas religiosas, son eventos cívicos de participación ciudadana. Ya no son instancias para lupercales o bacanales romanas, son eventos para el arte y la cultura. Y tan necesarios, que se financia con dineros del estado y los eventos son gratuitos.

La divulgación de los carnavales no debe quedarse en socializar la agenda, hay que recordarle a la gente maneras sanas de disfrutarlas, las formas de participar, la importancia que tienen, y cómo ayudar a preservarlas para que cada vez más vecinos, turistas, se animen a salir y disfrutarlas.

En otros días, la iglesia católica lideraba la fiesta de reyes y en sus servicios religiosos recomendaba, que una vez se terminara el relajo se hiciera ayuno y abstinencia. Incluso, hasta aprobaba la fiesta para que las personas liberaran el espíritu con la presencia del diablo tentador.

Jugar a pintarse de negros y blancos tenía el significado de una rebelión simbólica a las normas y tabúes para criticar las estructuras sociales.

Pero hay otra visión. Otra manera de ver las fiestas de carnaval en el mundo.

Esa otra visión nos dice que dichas fiestas en realidad han sido una forma de dominación social donde el pueblo se desahoga de su inconformidad. Un espacio para que la gente se gaste el dinero de sus ahorros y deba volver al trabajo más descansado de espíritu y con más necesidad de laborar. Es decir, más dispuestos al sometimiento.

Entonces, circo y pan ofrecen los mandatarios a su pueblo para que, al ejercicio loco del festín y la rumba, gestione delirios de inconformidad, desequilibrios mentales y rabias contra sus gobernantes.

Que estos días no haya policía, ni control de tránsito, ni pico y placa, ni horario para discotecas y bares es parte del libertinaje que se le ofrece a la ciudad para que se desahogue y se prepare para los pagos de impuestos, reglas y normas, reformas tributarias, laborales que le afectarán en lo personal y colectivo.

La asistencia al carnaval permite quemar adrenalina, energía, rabias, tristezas y olvidarse de las quejas o problemas cívicos y urbanos.

Es decir, el ciudadano habrá asistido a su terapia sicológica. De esa manera cuando vuelva a la rutina estará más dispuesto a realizar sus actividades sin conflictos, crítica social y tensiones políticas.

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