Columna de opinión
Por: Carlos E. Cañar Sarria
Una de las características esenciales del régimen político democrático es la necesidad de la oposición, la cual debe brillar al sol de las críticas, las propuestas, los programas y desde luego, los argumentos.
La oposición no sólo es necesaria sino conveniente, contribuye en forma notable en medir las fuerzas políticas y poner sobre el tapete los diferentes sectores en una sociedad pluriétnica y multicultural, cuyos intereses entran en choque dentro del devenir del ejercicio del poder.
Sin oposición la democracia es desabrida, carente de oxígeno, sin termómetro, sin control político; en otras palabras, sin posibilidad.
Una oposición reflexiva, respetuosa, seria y responsable, se hace con argumentos y con la verdad, pues sin verdad y argumentos no hay democracia. No debe hacerse con mentiras, calumnias, mala fe, envidia, odio y mucho menos con deseos de venganza.
Con el ascenso al poder de Petro y el Pacto Histórico, se espera una oposición sobre temas fundamentales de enorme impacto social, que suscitan debates en escenarios de representación popular como el Congreso, pero también en los demás espacios de la vida ciudadana, incluyendo los medios masivos de comunicación y las redes sociales.
A menos de un mes de posesionado el nuevo gobierno, nada de esto viene pasando con la oposición.
Las senadoras Cabal, Paloma Valencia, el tal Polo Polo, el ex alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, el senador Miguel Uribe Turbay, el excandidato presidencial, Enrique Gómez, entre otros personajes, de todo tienen, menos de ejercer una oposición seria y responsable. Para estos personajes nada de lo que dice, hace y piensa hacer Petro está bien. Algunos fungen como aves de mal agüero y sus posturas y posiciones producen rabia y risa.
Lo más inconveniente en una democracia es la existencia de un gobierno que pretenda absolutizar todo, que no respete la oposición, que invalide el derecho a disentir, que desprecie tanto la crítica como la autocrítica y que menoscabe los canales de participación ciudadana; precisamente porque con ello se degenera tanto el régimen como el sistema político y quien detenta el poder termina con poderes omnímodos.
Reiteramos, una buena y adecuada oposición no sólo es conveniente sino también necesaria. No es aquella que entorpece, que pone obstáculos a la rueda del cambio; es aquella que exige y busca la transparencia del ejercicio de la administración pública, es aquella que participa como parte integrante de la sociedad civil y se convierte en garante de la Constitución y de las leyes.
Lo que estamos viviendo en Colombia es la falta de líderes de oposición; algunos se autoproclaman oposición, pero son faltos de argumentos, enfrascados en lo insustancial, renuentes al cambio; con sentimientos de envidia, odio y venganza, que en nada favorecen en la construcción de una sociedad moderna y democrática.
No obstante, este ambiente de absurda oposición a un gobierno incipiente, el presidente Gustavo Petro que apenas cumple un mes en el poder, cuenta con una gran favorabilidad. Lo cual significa que la gran mayoría de compatriotas avala la propuesta de cambio del nuevo gobierno.
El más reciente estudio del Centro Nacional de Consultoría (CNC) para Semana revela el 69 por ciento de legitimidad al presidente Petro y el 20 por ciento con resultado desfavorable o en contra del mandatario.
Es normal que exista inconformidad con el nuevo gobierno, es posible que haya mucho que criticar, que en ocasiones se le van las luces al presidente y a sus ministros, que existen imprudencias que hay que corregir, que el que tiene boca se equivoca, que por mucho conocimiento que se tenga es imposible saberlas todas; para esto y muchas cosas más, se hace necesaria una verdadera oposición.
La democracia es un régimen político de consenso, de las mayorías, pero ello no significa desconocer la importancia de las minorías, es decir, del disenso. La oposición, el disenso, hacen interesante y posible la democracia.
Desde que asumió el poder, el presidente Petro, ha resaltado la importancia de la oposición, de ahí su llamado al gran acuerdo nacional, a los diálogos regionales, a la inclusión de todas las fuerzas vivas y a la sociedad civil, para que dentro de las diferencias se edifiquen los elementos de cambio en una sociedad tan polarizada como la nuestra, que pueda conducirnos a una paz total, lo cual entendemos, no como una paz definitiva sino como una paz estable y duradera donde la vida sea una prioridad.
En toda competencia hay ganadores y perdedores, excepto en la política, donde la mitad de los electores se abstiene, pero para los políticos esos no cuentan , son los nadies, que como es casi un imposible, que alguien tome su vocería, que indica no creerle a NINGÚN POLÍTICO, que de manera silenciosa, piden una alternativa al poder, para quitarles el monopolio . Se entiende que la política es el servicio para ayudar a los que están en dificultades, pero con las prebendas que todos aceptan se desnaturaliza, tan noble oficio, es que la gente no es pendeja «Obras son amores y no buenas razones».