CUENTOS CUÁNTICOS – LA PROMESA DE AHAB

Columna de opinión

Por: MANOLO GÓMEZ MOSQUERA

Sobre el plateado horizonte de la pacifica mar del sur chileno, el capitán trueno, surca las aguas de la lejana y titilante Valparaíso durmiente, tras tres días con sus noches, persiguiendo al inmenso cachalote moché, gracias a los últimos cuentos de los aguerridos pescadores mapuches. Ya Cansado, Ahab, capitán del Pequod, buscó su hamaca, subió su pierna prótesis sobre la soga, liberó por fin su arpón luego de días sin soltarlo y miró el reloj que pisaba la rosa de los vientos en los rollos de sus mapas siderales; deben ser las tres de la mañana, pensó haciendo el calculó pues la tripulación roncaba exhausta. Tomó el doblón andino acuñado en oro puro extraído de las minas en la hidalga asunción de Popayán, que guardaba siempre en el bolsillo de su corazón y dándole vueltas entre sus dedos, lentamente, el capitán trueno, aun vigía, se fue durmiendo en los recuerdos. Entonces despertó cuando su tío, Thomas, le llamaba temprano para ir con la marea a buscar el desayuno. Treparon en el bote y echaron a las olas con la convicción férrea de regresar con alimento. Las olas encrespadas desbordadas inclementes de repente en la tormenta se mostraron poderosas y el tío Thomas, al ver los nervios del pequeño entre la mar furiosa, tomó de su pierna derecha la medalla ganada en la civil guerra norteamericana y con sentido sagrado, se la donó a su sobrino Ahab esperando calmarle sus miedos. Ésta medalla, te protegerá de todo mal, le dijo el tío Thomas, prométeme guárdala muy bien en tu pierna para que bendiga cada paso que des en esta vida. Así fue como el pequeño Ahab dio tres vueltas al cordón de plata de la medalla en su pie y con total admiración, abrazando a su tío del alma, le dijo, te lo prometo, Jamás la perderé.  Luego, cuando ya se calmaba la tormenta, Thomas sacó su navaja y cortándose la palma de su mano izquierda, la estrechó con la de su sobrino en un trenzado pacto de sangre marino; promesa es promesa, le dijo al niño. El doblón siguió dando vueltas por los dedos de Ahab mientras el capitán pendiente del resuello del inmenso cachalote blanco, aun resistía insomne, con su pierna de palo al vaivén de la hamaca, recordando la infante promesa a su tío. A la mañana siguiente llamó a la tripulación completa al puente de mando. Alzó su especial moneda en la fría madrugada con los primeros rayos y pidiendo un martillo caminó para clavar el doblón al mástil de la embarcación. He aquí el ombligo del Pequod, les dijo mientras daba el quinto martillazo, ¿pero si uno se arranca el ombligo cual es la consecuencia? Les cuestionó, ningún dedo de hada pudo trabajar éste oro, les recalcó el insomne capitán, las garras del diablo han debido dejar sus huellas en él, pues aquel que logré matar al bestial moché, será el dueño del doblón, por lo tanto, amo y señor del mundo, le explicó a su inerme tripulación condenada al naufragio de la muerte. Ahab tiró el martillo, tomó un cuchillo y sobre la línea del amor en la palma de la mano surcó con sangre un nuevo pacto de la alianza gritándoles como un trueno:

     ¡Ay, el oro! ¡el tan amado oro! ¡el pálido avaro te atesorará en seguida! ¡Promesa es promesa!