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Por Mario Valencia – Escritor
a investigación, y en particular lo que hoy conocemos como “investigación-creación” ya forma parte del target del mercado. La industrialización del arte que empieza con la industrialización de la literatura en el siglo XIX se consolida en la alta sociedad industrial, o sociedad industrial avanzada.
En el seno de las denominadas sociedades del conocimiento la investigación, como forma de capital, también irrumpe y se apodera del campo del arte. Al punto que hoy en día, como en cualquier supermercado, podemos encontrar ofrecido en las vitrinas de las Universidades, centros de investigación, centros culturales y de desarrollo, ofrecida como otro producto más del capitalismo cognitivo: “La investigación”.
De tal suerte que la muerte del artista genial; es decir, aquel que figuró como protagonista desde el renacimiento hasta el gran arte moderno, ha sido sustituida por la producción serial de un amplio espectro de recetas que más que metodológicas son posiciones variables sobre epistemología aplicadas a las artes. La mayoría de las veces penetradas por la Antropología bajo un casi exclusivo espectro: el de la etnografía, quien ha acaparado las recetas y los trucos. Cuando el artista fue arrojado de su atellier a la calle y se le ordenó llevar en sus hombros una mochila, y en sus manos una libreta de apuntes y una cámara fotográfica, la celebración en el mundo del conocimiento fue casi unánime: por fin ese fantasma había descendido de su torre de marfil para, ¡ahora si!, darse cuenta de lo que es el mundo.
La devastadora crítica sobre el origen de la obra de arte desde lugares asociados a lo sagrado y con el carácter de mediación entre hombres y Dioses tuvo como resultado la aparición del autor-productor, del autor-obrero, del artista trabajador que ocupaba un lugar económico en la sociedad. El problema es que al insertarse como productor y agente económico el artista también quedó atrapado en las dinámicas de los circuitos de producción capitalista o socialista. Lo cual significa, convertir la producción de obra en emprendimiento. La creación en ocupación liberal regida por los mismos estándares económicos que otras actividades “más profanas”.
El dominio de este tipo de racionalidad es el responsable de que a todo el mundo se le exija un proyecto, una metodología, unos indicadores, unos impactos verificables y cuantificables. La instrumentalización de la intuición y su explotación rentable conocida como trabajo afectivo. Y la mentalidad burguesa celebró esa desecularización: la perdida de la aureola del poeta y del pintor, la desmitificación del proceso creativo. El punto es que todo este espectro de fenómenos alude a externalidades, a proceso materiales manipulables: esta desecularización olvidó y enterró el espectro ontológico de los procesos de creación y el fundamento de la institución arte. Esta última convertida en colchón administrador, en intermediaria del mercado.
Estuvo muy bien que al artista dejára de considerársele sobrenatural, pero está muy mal que ahora se le asuma como empresario, gestor, vendedor, agente; que la actividad poiética-creativa constituya solo un modo, entre muchos de hacer empresa, capital, poder, institución. Y esto último nos parece sombrío porque hasta ahora ni las ciencias cognitivas, ni la psicología profunda, ni la filosofía del arte, ni la estética, han podido encontrar la verdad o la certeza sobre la naturaleza profunda de eso que se conoce como intuición o imaginación, pulsión creadora, que es, en ultimas, desde donde emerge ese espectro de posibilidades y de mundos que llamamos insatisfactoriamente “Arte”.
Los procesos de constitución de subjetividad, la estructuración del sentido del ser, por ejemplo, desde el mundo apalabrado de la poesía se escapa a las determinantes de la racionalidad instrumental. Lo mismo las intensidades creativas recogidas por las visualidades o las pulsiones corporales que hacen posible el gesto dancístico. Entonces, volver a mirar a esos lugares, a los orígenes profundos de la obra que llamamos de “Arte”, las génesis y fuerzas que se expresan en ese modo de ser y de sentir son escenarios a los que hay que volver necesariamente.
Esto, porque el dominio de ese materialismo especulativo y sensible que subyace a las postulados posmodernos de izquierda en las estéticas expandidas está lejos de dar cuenta de la estructuración del ser y los profundos procesos de producción de sentido que se dan en la creación, pero mucho más lejos están las epistemologías al servicio de la rentabilidad del mercado (que son las dominantes) y las que ejercen su tiranía en concursos, programas de pregrado y posgrado, y en la totalidad de las políticas culturales del Estado.
Sobre estos y otros temas se disertará en el seminario “Luces y sobras en la investigación-creación contemporánea” que se realizará el 24 de noviembre en el auditorio del nuevo edificio de Ciencias Humanas de la Universidad del Cauca, desde las 8 am a las 12 m. Evento organizado por la Maestría en Artes integradas con el ambiente de Unicauca.