HABLEMOS DE CINE

El último tango en París o la imposibilidad del amor erótico

Por Hernán del C. Bonilla Herrera – [email protected]

T

res películas marcan un quiebre importante en la historia del cine, puesto que sacuden un tema inédito hasta el momento de su aparición. Son contemporáneas y el inusitado tema aborda en primer plano al cuerpo que con todos sus sentidos y materialidades nos habita y habitamos, el que llevamos a todas partes o nos lleva a todos lados —con su sexo incluido—; para mostrarnos las relaciones coexistentes entre el sexo y la política (“política del cuerpo”, podría ser más exacto decir). A partir de ellas se dice que hay un antes y un después y son: El último tango en París (Bertolucci, 1972), Saló, o los 120 días de Sodoma (Pasolini, 1975) y El Imperio de los sentidos (Nagisa Oshima, 1976).

Carátula de El Último Tango en París Blu-ray
Una película contemporánea, su tema aborda en primer plano al cuerpo que con todos sus sentidos y materialidades nos habita y habitamos.
Película El Último Tango en París. /Fotos: Suministradas.

En El último tango, encontramos sustratos argumentales que expresan la irremediable soledad de dos seres: un hombre de 50 años, llamado Paul (que bien puede ser cualquiera de nosotros, a esa edad), protagonizado por Marlon Brando y una joven mujer de 19 años, llamada Jeanne (puede ser alguna de ustedes, a cualquier edad) encarnada por María Schneider. De ella sabemos bastante sobre su vida, pero sobre todo que está a punto de contraer matrimonio con su prometido, un cineasta aficionado, obsesionado con filmarla. Entre Jeanne y Paul, desde el primer momento surge una inquietante atracción erótica, una entrega de sus cuerpos sin contemplaciones, ni historias personales que contar. En ese templo sagrado del amor erótico, que es el apartamento en el que se encontrarán durante dos o tres días, las historias personales no cuentan; es el lenguaje de sus cuerpos el que se expresa sin mediación de más.

De Brando es imposible borrar del recuerdo que deja en nuestra retina la primera y la última escena: en el inicio vemos un Brando, arropado en un abrigo de invierno color casi marrón; bajo los puentes de París, la cámara lo acerca, con un rápido Zoom-In en picado; se tapa los oídos con sus manos para evadir el ruido que deja el tren al pasar y un grito sale de su garganta: “¡Me cago en Dios!”. Está descompuesto, derrumbado, al borde del llanto; el viento juega con sus cabellos, gran dolor lleva a cuestas. —Conoceremos pocas cosas de él, puesto que ha establecido una regla de anonimato estricto sobre su vida, de tal modo que Jeanne y los espectadores desconocemos su pasado—.

Pero, acontece que al final, después de tantas entregas de amante encantada—, la actitud dominante y de soberbio desprecio de Paul sobre Jeanne es, tal vez, la característica más relevante de esa relación—, el hombre se rinde y termina por confesarle su amor; “Te amo… Quiero saber tu nombre”, le dice. A cambio de ello, Jeanne le dispara en el vientre con el revólver que guardaba en la gaveta de los sagrados recuerdos paternos; herido de muerte se le ve de espaldas dirigirse trastabillando al balcón. Ya en él mastica un chicle, luego de pegarlo en la baranda, mira a la cámara y con un Primer Plano de su rostro lo vemos palidecer entristecido, tierno y conmovedor. Cae derrumbado. Entonces la cámara se aleja lenta hasta quedarse con el rostro de María, quien —pistola en mano— repite una y otra vez: “No sé quién es, era un desconocido. Un demente que intentaba violarme. Un desconocido… No sé su nombre”.

Bertolucci arremete contra la familia; la más sagrada de nuestras instituciones, en la que impera la autoridad patriarcal y machista; así es como en un ejercicio de dominación y poder, Paul obliga a Jeanne a declarar, al mismo tiempo que la sodomiza: “La familia… es una institución sagrada destinada a hacer virtuosos a los salvajes… Iglesia de buenos ciudadanos que tortura a los niños hasta que dicen su primera mentira. En donde se parte el mundo mediante la represión… donde se asesina la libertad mediante el egoísmo… la familia, la familia de mierda”.

Es un drama trágico: el amor erótico en el que se refugian sus protagonistas no logrará redimirlos de la separación, de la soledad y de la muerte. Un film de Bernardo Bertolucci, el mejor alumno de Pasolini.

NOTÍCULA: es una verdadera pena que tan hermosa película sea recordada _en la retina del imaginario colectivo_ por la escena en que Paul la sodomiza, (o por las frescas y bien formadas tetas de María Schneider). Pensemos solamente en “detalles” como: los colores y las luces, en el interior del apartamento en que copulan a diario como bestias siempre insatisfechas, son marrón-rojizo_ “colores vaginales”, supe que alguien les llamó hace ya un tiempo. En el encuadre de la fotografía y en el decorado… En la banda sonora de Gato Barbieri_ tan apropiada e inolvidable_, en la desolación de cada uno de los protagonistas. En la actuación grande de Brando (lo veremos inmenso al año siguiente en el papel de Don Vito Corleone), y la mediocre actuación de María (se nota, por momentos, incierta y por fuera de escena).

Premios:

Oscar, 1973: Nominada a Mejor director y mejor actor (Marlon Brando).

Globos de Oro, 1973: Nominada a Mejor película – Drama y director.

Premios BAFTA, 1973: Nominada a Mejor actor (Marlon Brando).

Círculo de Críticos de Nueva York, 1973: Mejor actor (Marlon Brando).

Sindicato de Directores (DGA), 1973: Nominada a Mejor director.

 

Un comentario sobre «HABLEMOS DE CINE»

  1. Muchas gracias
    Pensé iba a comentar las tres películas…
    Quedé pendiente de las otras dos.
    Interesante…
    Gracias

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