Existen personas que contagian, personas que saben dar mucho de sí mismos. Buena vibra, alegría y esperanza rodean las acciones y las palabras de Fernando Barona, un hombre que ama a su pueblo y que cree.
EL NUEVO LIBERAL
P
rimero saluda. Es de las personas más amables y corteses que alguien pueda conocer. Hoy, aunque no hay partido, lleva la camiseta de la selección Colombia y un gorra azul oscuro que mitiga la fuerza del sol. Atrás, en su casa, hay un solar enorme donde las gallinas bailotean y los mameyes caen como gotas de lluvia.
Comienza.
“Mi nombre es Fernando Barona Rodríguez, nací el cuatro de octubre de 1955, acá en Santa Ana”. Cuando dice Santa Ana, ese pequeño pueblo de caña y sol ubicado en Miranda, al norte del Cauca, su voz parece cargarse de un júbilo incontenible.
“Una de las cosas que me enorgullecen de acá de mi pueblo, es su gente, la historia que tiene y el futuro que nos espera. Por eso en mi día a día trato de manejar una buena comunicación con las otras personas, hacer visible eso que nos cuesta ver, escuchar, dar las gracias y saber que, si yo abro una puerta, detrás de mi pueden pasar muchos más”.
Dice Don Fernando que un buen día comienza con música, ojalá salsa, y que sus canciones favoritas, esas que escucha desde que se levanta hasta la tarde, son tres.
Su casa está ubicada en la calle principal, por ahí pasan las carretillas con la caña, los mototaxis y algunos buses, carros y motos. Antes, era la vía principal por donde la guerrilla y el ejército subían a la zona alta de Miranda. Desde ahí se logra ver todo Santa Ana. Una vereda que algún día fue muy rica en su sistema agrícola porque producía cacao, caña panelera, maíz, tabaco y sus suelos eran vírgenes. Hoy, Santa Ana, al igual que muchos otros pueblos del Cauca, está en el olvido.
“A mí lo que me encanta es la salsa. Me gusta la viejita, la de Héctor Lavoe, Jhonny Pacheco, La Sonora Ponceña, Grupo Niche, Guayacán, y hasta ahí para no alargarme tanto. La favorita mía, mía, mía: Mi desengaño, de Roberto Roena, La boda de ella, del Bobby Valentín, y otro tema, también lindo lindo, es Cada día que pasa, de Guayacán… A ese vocalista lo admiré muchísimo, una gran voz la de ese muchacho, Jairo Gómez, tremendo.”
Un día no está completo sin un buen plato de arroz o un pescado preparado con la sazón de su gente negra, pues para él, ese es un don innegable. Al hablar de su madre, quien está en Cali, sonríe y mira lejos, mira profundo. “Lo que más recuerdo de mi infancia fue la primera vez que cogí un lápiz, un cuaderno y el maletincito que me preparó mi madre para ir a la escuela. Ese es un recuerdo muy bonito que me llena de orgullo. Me gusta mucho pensar en las enseñanzas de mi madre, las cosas valiosas que me inculcó: el buen trato, el respeto… yo trato de que mis hijos también aprendan eso”.
Siempre agradece. Sabe dar buenos apretones de mano y suavizar el adiós con un hasta pronto. Bendice cada vez que tiene oportunidad. De su boca, las bendiciones parecen tangibles. Viniendo de don Fernando, uno sí se siente bendecido.