Como una apuesta por aportar a la construcción de paz y memoria en Colombia, El Nuevo Liberal compartirá en su edición sabatina algunos relatos incluidos en el volumen testimonial del Informe Final de la Comisión de la Verdad. Hoy compartimos “El parto del tambor”.
Redacción El Nuevo Liberal
Especial Hay Futuro Si Hay Verdad
“Cuando los pájaros no cantaban: historias del conflicto armado en Colombia», es el volumen de testimonios del Informe de la Comisión de la Verdad, un documento de 515 páginas, que recoge las voces de cientos de personas que decidieron compartir sus experiencias.
Este volumen intenta “componer una polifonía sobre la guerra desde las experiencias más íntimas de las personas que la vivieron”, razón por la cual se parte de una narrativa que vincula “un pasado que en términos tangibles no ha quedado atrás –pues la violencia continúa en Colombia–, un presente incierto y un ‘porvenir’ imaginado desde esa incertidumbre y desde algunos esfuerzos que construyen ‘una paz en pequeña escala’: aquellos esfuerzos que en cierta medida pueden pasar inadvertidos».
Los relatos han sido editados con el interés de mantener la integridad de los testimonios, y lo que puede parecer un error de escritura “es una decisión editorial en la apuesta por respetar la oralidad, en su diversidad y riqueza lingüística, de las personas que dieron su testimonio”, explica el documento, el cual puede ser consultado en la página web de la Comisión de la verdad (www.comisiondelaverdad.co/hay-futuro-si-hay-verdad).
La razón de ser de estos relatos es ser leídos por otros. Por eso, como una apuesta por aportar a la construcción de paz y memoria en Colombia, seleccionamos algunos relatos vinculados al territorio caucano y sus habitantes. Los compartimos tal cual se encuentran en el Informe. En la historia de hoy una mujer víctima de abuso sexual relata cómo pudo recuperar la confianza en las personas, su vida personal y sus proyectos luego de ingresar a la Asociación de Tamboreras del Cauca.
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El parto del tambor
Después de lo que me pasó y de la muerte de mi esposo, yo dije «hasta aquí». Me encerré en mí sola. Empecé a trabajar para mi hijo y para mi familia, y me olvidé de mí. Mi vida era del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, y pa mi hijo la plata. Me olvidé de mí. Fue tanto que un primo mío me decía «pero es que usted tiene que pensar en usted. Usted está joven. Usted tiene una vida por delante. Organícese, póngase bonita, salga. Usted no puede cerrarle la vida al amor». Ellos me invitaban a salir y yo con hombres me sentía horrible, no quería nada. Entonces empecé a salir un poquitico, pero con los hombres no. Por ahí hay unos que me joden, pero yo no. Yo les digo «ay, no vayan a ser cansones que yo no estoy amurada, respétenme».
Me daba miedo hablar con la gente, no me gustaba interactuar con nadie. Un día decidí salir y esa vez me crucé a Nancy en el parque. Empezamos a hablar y me inspiró tanta confianza que le conté lo que me había pasado, todo. Ella me dijo que estaba en un grupo de mujeres que también habían pasado igual o peor que yo, que si quería asistir. Entonces yo como que le vi esa energía, y me fui con ella. Mi hijo hasta se asustó, me dijo «mamá, ¿usted está saliendo con gente?». Yo me fui con Nancy y me gustó mucho la forma de ser de todas.
Mi hijo notó el cambio después de que empecé a salir con Fulbia y con Nancy. «Mamá, usted es otra, usted ya se ve alegre. Me sacaron a mi mamá de un abismo que estaba encerrada», dijo a pesar de que él no sabe qué fue lo que me pasó.
Conocí las historias de otras mujeres, oí los testimonios de las otras y dije «Dios mío, hay otras peor que yo, otras cosas más horribles. ¿Yo por qué no hablé antes? ¿Yo por qué tuve miedo?». Uno no habla es porque uno no tiene conocimiento de lo que pasa con los demás, por eso es que uno se encierra. Y, como dice una de las compañeras, esa gente siempre lo atemoriza a uno con la familia.
Dios mío, yo todo este tiempo sufriendo en silencio. Me decidí y fue cuando le conté a mi mamá todo lo que me había pasado. Cuando empecé a ir a los talleres con ellas, mi vida cambió un siglo. Yo ya sonrío, yo ya hablo, parezco una lora mojada.
Llega el día que nos convocaron para hacer el tambor. Yo ese día era brincando de la felicidad, mi mamá también. Todos notaron el cambio. Mi mamá es la más dichosa, y mi hijo. Nos fuimos con el profe Horacio, eso fue espectacular. Interactuamos más con las compañeras, nos conocimos. Veíamos la salud en los dedos que tocaban el tambor. Y más que en esos días mi nuera estaba en embarazo. Entonces eso me emocionó más. Yo pensaba que no lo iba a lograr, pero sí, lo hice.
El tambor es mi vida, un renacer. Es dejar un tiempo atrás malo y volver a empezar. Es como si no fuera mi nuera la que tenía a mi nieto, sino yo. O sea, yo me sentí viva, libre. Eso fue hermoso, ese tambor es todo en mi vida. Ellas son unas amigas, hermanas, confidentes. Nos reímos, lloramos. Nos conocemos la una a la otra: tristezas, todo. Lo que necesita de una, ahí está. Ellas me han colaborado mucho. Estoy más apegada a Nancy porque está cerquita. Nos ayudamos mucho. Ellas son muy alegres, muy humanas. Yo las adoro. Ellas me han dicho «hay que perdonar, mire que esto y que lo otro».
Hay que perdonar para uno acabar de sanar, para uno no sentir tanto dolor. Porque eso nunca se va a olvidar, pero perdonar sirve para estar más tranquila. Yo me veo más adelante, más gordita. Me veo una mujer más tranquila, sin miedo para hablar, sin que me salgan lágrimas y con las tamboreras hasta lo último, hasta que ya diga «no puedo más».