DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS
Teniendo en cuenta los impredecibles efectos que en todo el mundo se están dando por la extensión de la pandemia, y que nos auguran un futuro incierto en todos los campos de la actividad humana, a pesar del inicio de la apertura a la llamada «nueva normalidad», que ha traído una dinamización de la economía global, resulta pertinente hacer una reflexión sobre los modelos económicos.
En los últimos años, los economistas, teóricos, académicos, analistas y estudiosos de los temas económicos, han discutido sobre la aplicación de los diferentes modelos para el desarrollo de un país. El debate se centra básicamente en la discusión sobre las ventajas y desventajas de dos perspectivas macro, el modelo del intervencionismo estatal o estructuralismo, que aboga por la supervisión y el control del Estado en la economía, con el fin de lograr una mejor distribución del ingreso. Por otro lado, se ubica el modelo económico neoliberal o aperturista que resalta la función del sector privado y de los movimientos de libre mercado como principales determinantes del desarrollo económico. También se ha mencionado una tercera vía de la que son exponentes entre otros el ex primer ministro británico Tonny Blair y el ex presidente Juan Manuel Santos. Pero esta tercera vía si la estudiamos con detenimiento es una mixtura densa, compleja y difícil de asimilar ya que tiene elementos de los dos modelos económicos, el intervencionismo y la apertura. El intervencionismo o estructuralismo se identifica con la protección de las distintas fuentes generadoras de riqueza en un país por parte del Estado, y el modelo neoliberal propende por una apertura de la economía hacia las demás naciones, de acuerdo a las oscilaciones de los mercados internacionales.
Al respecto, resulta pertinente anotar qué en razón a la creciente internacionalización de la economía global, se hace necesario que un país adecue su modelo de desarrollo a las nuevas realidades y requerimientos de la demanda mundial, lo cual significa abrir sus mercados y establecer relaciones comerciales con el mayor número de países con miras a fortalecer sus ingresos. No obstante, este debe ser un proceso gradual y de acuerdo a las características propias y singulares de cada nación.
Ese capitalismo salvaje o neoliberalismo a ultranza, que pretende dejar al libre albedrío de las fuerzas del mercado todos los movimientos económicos y que deja a su paso una enorme brecha entre ricos y pobres con la privatización de los principales y más valiosos activos del Estado, y que separa de forma oprobiosa a los detentadores del capital con los asalariados, muestra la aberrante concentración o acumulación de utilidades que genera para unos pocos, y cuyo ejemplo más evidente lo observamos en las enormes ganancias de sector financiero y la banca que es un capitalismo parásito que se nutre de las utilidades de los sectores productivos de la sociedad, y es la más sofisticada forma de sometimiento y dependencia del capital sobre el trabajo.
Por lo anteriormente anotado se hace necesario implementar un modelo de desarrollo propio, que responda a los requerimientos de una economía globalizada, pero que tenga en cuenta las singulares condiciones de cada país. En estos tiempos de una pandemia todavía no superada, resulta necesario revaluar todos los paradigmas en materia económica existentes.