RODRIGO SOLARTE
La vida siempre retoñará y crecerá hasta dar sus frutos y semillas para continuar alimentando la esperanza en esta Casa común. Lo divino y lo humano está en el ajedrez de toda vida y no es estático. Todas y todos somos dueños de esa esperanza, así haya quienes, al igual que con los Acuerdos para construir la paz, insistan en hacerla trizas.
Las consecuencias de la actual organización económica, social y democrática entre poquitos, evidencian la necesidad de ser cambiada y administrada por la vida de las actuales y siguientes generaciones.
Esa generación transformadora ya está actuando, pero quienes la consideran enemiga, utilizan a los malformados por esa misma sociedad, que como sicarios pagados o desviados del cómo actuar como SERES HUMANOS, asesinan a sus semejantes.
La patología social que padecemos es consecuencia de los valores que se impusieron con las ideas manejadas fundamentalmente con el espíritu de lucro y egoísmo.
Prácticamente toda la especie humana, genéticamente entendida, es hermana, pero se ha diferenciado a lo largo de la historia por regiones, culturas e intereses de los permanentes conquistadores de las riquezas, no solo materiales, también de la mano de obra, evolucionada desde la esclavitud hasta los científicos en todas las áreas del conocimiento, siempre con excepciones.
Esa pérdida progresiva de los Derechos como huéspedes de la Casa común se fue impregnando en las conciencias de quienes ven en los demás, solo objetos que deben obedecer al poder económico que sobre la naturaleza y especies, incluyendo la humana, han logrado, principalmente a través de las violencias y las guerras como su máxima expresión.
Como seres humanos y ciudadanos de este siglo XXI: padres, hermanos, demás familiares etc., ¿qué herencia de sociedad aspiramos dejar a nuestros hijos, nietos y nuevas generaciones?
¿Niñas, niños, adolescentes y jóvenes que por falta de afecto y oportunidades lleguen al sicariato como aquel que asesinó este 20 de octubre al reconocido facilitador de tantos procesos comunitarios, sociales y político plurales, Gustavo Herrera?; y ¿tantos explotados por adultos en las bandas juveniles delictivas?
Para los indígenas, campesinos y mestizos caucanos en general, el término MINGA, no es desconocido pero sí sentido y expresado con diferentes niveles de respeto impregnado y mantenido por la conciencia neocolonial, principalmente citadina.
En los cincuenta últimos años de resistencia y luchas, estos pueblos reconocidos formalmente por la Constitución del 91 y en cuyo marco también se dieron los Acuerdos del gobierno colombiano con el mayor grupo armado que existía en Latinoamérica (las Farc-Ep), siguen ejerciendo sus Derechos.
Para ello han asumido organizativamente neutralidad frente a todo grupo armado que irrespete el territorio y autoridad, reconocida como constitutiva de nuestra amplia pluralidad (étnica, cultural, religiosa y política), celebración que acabamos de admirar, muchos, como ejemplo de tantas experiencias, incluyendo sus mártires comprometidos con LA PAZ Y JUSTICIA CON DIGNIDAD, y la Guardia indígena, conformada principalmente por hombre y mujeres jóvenes, orgullosos de su cultura, historia, colombianidad y caucanidad.
Estaba la promesa de dedicar en este mes de octubre, tradicional mes de la niñez, como lo es abril en Colombia, a esa construcción de futuro desde el presente, comentando e invitando a los conversatorios virtuales con motivo del veintiun cumpleaños del Proceso constructor de solidaridad y caminos de convivencia, reconocida como LA RICO BUEN TRATO con NNA (niñas, niños y adolescentes) Iniciaremos el lunes 26 de octubre, rememorando, actualizando y prospectando la labor solidaria con la niñez trabajadora de Popayán y el Macizo colombiano, y continuar en el mes de noviembre 2020, mes de nuestra Universidad pública del Cauca, comprometida con la vida y paz de la región. Continuaremos.