Un individuo en distintas miradas

Por: Silvio E. Avendaño C.

Mientras el librero hablaba con los intelectuales y los dependientes atendían a los diferentes clientes, él salió de la librería. Encaminó sus pasos, no hacia la carrera séptima, sino que decidió bajar hacia la décima. No tenía afán, con paso lento, se detenía en las distintas vitrinas bien de ropa elegante, de productos de química. Pero esa calma se diluyó en el afán de huir, cuando escuchó la voz de una mujer:

 

La calma del momento se diluyó en el afán de huir, cuando escuchó la voz de una mujer, quien era atracada por un ladrón. /Fotos: Tomadas de internet.- ¡Ladrón! ¡Policía! ¡Deténganlo!

Emprendió la huida, cruzó la carrera novena, en dirección del edificio de un banco. Avanzó unos cincuenta metros, vio entre la multitud a un policía y, escuchó los gritos:

-¡Ladrón! ¡Ladrón!

Al sentirse perseguido aceleró el paso, cruzó la carrera décima y, el cambio de color del semáforo frenó al agente que lo perseguía. Entonces, caminó hacia la Avenida Caracas. Pero al volver la vista vio dos agentes. Cruzó hacia el otro lado de la calle, por donde se encuentra la Mariposa, la escultura de Negret. Pero fue en vano porque los agentes se acercaban. Corrió, con tan mala suerte que, al llegar a la avenida, el semáforo cambio a verde y no pudo cruzar, para dirigirse hacia la Estación de la Sabana. Al no poder atravesar, se detuvo, sin saber qué hacer y, cayó en manos de los polis.

–      ¡El celular o el reloj de la señora!

 –      ¿Cuál celular? ¿Qué les pasa? ¡No respetan a un ciudadano!

Los agentes se encontraron desconcertados pues les gritaba que violaban los derechos humanos, que la policía siempre jodía a la gente, que no eran más que unos mal paridos. Y con estas razones o sinrazones, el público fue formando un círculo, de tal modo que los agentes con el lema:  Dios y Patria, se encontraron cercados, ante el alegato del hombre que mostraba cómo lo querían apresar, cuando no era ningún ladrón. Una diatriba contra los represores. Y, los polis arrinconados, el gentío acercándose para atacarlos. Pero en ese momento, la mujer fatigada llegó hasta el montón, gritando:

 –      ¡En el abrigo, en el abrigo del ladrón!

 La multitud se apartó cuando los polis volvieron al ataque. Pronto le quitaron el gabán que llevaba y, comenzaron a sacar libros, del bolsillo interior:

 Las venas abiertas de América Latina, La ciudad y los perros, La mala hora.

 Ante este hecho los agentes del orden sonrieron, le dieron una patada en el trasero:

 -Mucho güevon, ¡Robe celulares, relojes! ¡Mucho marica! ¡Disque robando libros!

Y, por bobo, por robar libros, los guardias procedieron a esposarlo, mientras el gentío se dispersaba, al enterarse de lo sucedido. Luego de sujetarlo los agentes iniciaron el camino a la comisaría.  No faltaba el puñetazo por pendejo, por ladrón. Caminando por la avenida hacia la diecinueve pasaron por talleres de mecánica, multitud de negocios. Él aprisionado preguntó:

 – ¿Por qué no llaman una Parca?

 – No se llaman parcas, son patrullas, están en la universidad. Hay pedreas. – respondieron los guardias.

Al llegar a la trece con diecinueve, los polis le dijeron que volteara. Pasó junto a locales de artículos de cafetería, multitud de ópticas, licoreras, películas originales y piratas. Pero el ladrón no quería que lo vieran los compas y amigos. Era algo vergonzoso ir desposado y conducido por dos agentes. Al llegar a la séptima, hundió la cabeza en el cuello peludo del abrigo y se agachó tanto, que no se le veía casi el rostro. Transitó por el parque, no miró la estatua de Caldas, tampoco al reloj agujereado de las Nieves, sino enconchado circulaba veloz, sabiendo que se encaminaba al permanente ubicado no sabía si en la 34 con 13. Huía de la mirada de los transeúntes. Al pasar por la cinemateca distrital, rogó no encontrarse con los mechudos amantes de las películas, para “gente culta”. Fue afortunado porque ellos no avistaban a los transeúntes sino que se detenían ante las carteleras, de una película de Jean-Luc Godart. Una desgracia ser reconocido por los cinéfilos. Pronto llegaron a los deprimidos de la 26, cruzaron por los puentes, avanzaron por el centro internacional. Allí llegaban los turistas a los hoteles y los maleteros corrían por el equipaje de los extranjeros. Respiró profundo al pasar por un colegio y una antigua cervecería. Pero cuando se acercaba a la gendarmería, desde el otro lado de la vía le gritaron:

 -Caveto ¿por qué, te llevan esos hijueputas?

 No sabiendo que responder, con todo el aire de los pulmones, manifestó:

 -Por repartir chapolas-

 – ¡Qué chapolas, ni que mierda! -añadieron los tombos.

 Y los compas atravesaron la avenida, para tratar de liberar al detenido, pero por más que trotaron para alcanzarlo, los agentes del orden empujaron al capturado, aceleraron el paso y, entraron al permanente. Fue reseñado como ladrón de libros y poco después estuvo entre rejas. En la tarde, al arrestado le llegaron cobijas, un portacomidas y un comunicado de solidaridad. Al día siguiente en asamblea universitaria la denuncia del estado del edificio de arquitectura prometiendo ruina, la composición del consejo superior, la entrada de la policía al territorio de la U y los detenidos, entre los cuales se hallaba el compañero Caveto, por repartir chapolas contra el imperialismo yanki. Y, en la televisión, el noticiero de la noche daba cuenta de los problemas de narcotráfico, el ataque de un grupo rebelde, inundaciones y un individuo peligroso, quien en el centro de la capital repartía propaganda subversiva.

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