Popayán, historia y cultura

INDIGENAS PAECES VICTIMAS DE LA GUERRA

Lunes 1 de marzo, 2004
De: Mario Pachajoa Burbano

Amigos payaneses:

Foto:El Tiempo
http://www.geocities.ws/pachajoa2000/josenavia2.jpg Un triste artículo escrito por el payanés José Navia Lame de El Tiempo, ganador del Premio Nacional de Crónica y Reportaje de la Universidad de Antioquia y autor de “El lado oscuro de las ciudades”. Ha recibido otras gratificaciones nacionales e internacionales. Nació en La Ciudad Blanca en 1959 y es comunicador social y periodista de la Escuela Superior Profesional y de la Universidad Los Libertadores, de Bogotá.

Este artículo fue publicado en El Tiempo el 24 de febrero, 2004 titulado:
CAUCA / HABITANTES DE 10 VEREDAS PERMANECEN EN LA
CORDILLERA, RODEADOS DE BANDERAS BLANCAS
PAECES, EN ALBERGUES ANTIGUERRA

En las montañas del resguardo de Tacueyó, 300 indígenas se resisten a abandonar sus tierras y se las ingenian para sobrevivir al fuego cruzado de Ejército y guerrilla.
Tres kilómetros más allá del último retén montado por el Ejército sobre la carretera que cruza las montañas del nororiente del Cauca, en el resguardo indígena de Tacueyó, ondean las primeras banderas blancas.
Son los distintivos que los paeces colocaron con la esperanza de que la guerra no se les meta en este pedazo de tierra. Forman con ellas un gran círculo alrededor de El Crucero, una bifurcación de las vías que siguen para López y Santodomingo.
Allí, permanecen reunidos unos 300 indígenas que dejaron sus veredas hace casi un mes, cuando llegaron los contingentes antiguerrilla y trabaron combates con los subversivos del sexto frente de las Farc.
Entre los indígenas hay unos cien niños menores de 15 años. Aunque son los más aterrados cuando suenan los tiros, también son los únicos que parecen disfrutar de la repentina aglomeración y se dedican a jugar y a corretear por los barrancos y, a veces, a pintar monachos guiados por los profesores que no han podido abrir la escuela de La Tolda, en la parte media de la montaña.
Esta tarde el lugar parece tranquilo. Un joven soldado del retén asegura que los guerrilleros ya se han replegado hacia lo profundo de la montaña, hacia los límites con el Huila, pero tres indígenas bajaron a las cinco de la tarde con la noticia de que un grupo de guerrilleros se estaba bañando tres kilómetros más arriba del campamento de los desplazados.
Es la zozobra diaria que viven los habitantes de unas diez veredas de Tacueyó que permanecen entre dos fuegos. Los combates, además de temor, ya causaron una víctima: Luz Mery Campo, de 30 años, una habitante de la vereda La Playa que permanece desde el 8 de febrero pasado en el hospital de Popayán con un balazo en la pierna derecha, mientras la comunidad intenta reunir el millón y medio de pesos que cuestan los tornillos, placas metálicas y otros elementos quirúrgicos.
Durante 15 días, los indígenas permanecieron atendidos únicamente por la dirigente de la comunidad y promotora de salud, Nohelia Valencia, una paez menuda que atiende a los desplazados desde las cuatro de la mañana junto con Marleny Peteche, habitante de la vereda La Calera y dueña de una risa contagiosa y repentina a pesar de las circunstancias.
Los médicos del hospital de Toribío, dice una de las mujeres, no se le miden a meterse en la zona de combates.
Solo hasta el jueves pasado, una comisión de la Cruz Roja llegó hasta este lugar, para atender a los indígenas.
Los desplazados cocinan en una gran olla comunitaria y a veces, cuando asan arepas en una parrilla improvisada sobre la tulpa, aprovechan para hacer un rudimentario censo. “Hoy ya se han comido unas 180 arepas y todavía no han desayunado los de las carpas de arriba… eso da unos 300”, dice Nohelia Valencia mientras le da forma con sus manos a la masa de maíz blanco.
Después del desayuno, algunos indígenas cogen camino arriba, por las trochas que trepan a la montaña. Van a darle ‘vuelta’ a sus propiedades porque otros indígenas menos temerosos o más necesitados se quedaron en sus parcelas y no todos son honrados.
“Se han robado gallinas, marranos…”, cuenta una mujer de El Galvial.
De sus huertas bajan yuca, maíz y frijol. El azúcar, la panela, el aceite y otros elementos los suministra la alcaldía de Toribío, que ya está agotando el presupuesto de 30 millones de que dispone para atender emergencias.
Los indígenas quieren que tanto la guerrilla, que lleva unos 25 años en la zona, como el Ejército se vaya de sus tierras.
Aseguran que varios de los cilindros que las Farc les lanzan a los soldados han caído cerca de sus casas. Al Ejército le atribuyen un listado de atropellos que van desde insultos y golpes hasta la detención de ocho habitantes del resguardo señalados por un encapuchado y que, según dicen los habitantes, aparecieron luego fotografiados con elementos que nunca les decomisaron.
A pesar de quedar en medio de los que portan los fusiles, los paeces se niegan a abandonar sus resguardos. Siguen aferrados a estas montañas, rodeados de banderas blancas, y con la idea indeclinable de que abandonar sus territorios es lo mismo que morirse en vida.

Tacueyó Cauca

 

Masacre en Tacueyó.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

HISTORIA DEL LIBRO “HISTORIA DE LA GOBERNACIÓN DE POPAYÁN”

De: Mario Pachajoa Burbano

Historia de la Gobernación de Popayán, monumental obra escrita por Jaime Arroyo Hurtado y referencia de autores, tiene una interesante historia que tratamos de resumirla en los párrafos siguientes.

La Gobernación de Popayán, a la que se refiere el libro, comprendía, en ese entonces, los actuales departamentos Antioquia, Caldas grande, Cauca, Chocó, Huila, Tolima y Nariño. El libro debía de haber incluido: Prehistoria, Conquista, Colonia y guerra de emancipación de España. Sólo se publicaron los capítulos relacionados con Conquista y Colonización. En el libro de la Historia de la Gobernación intervinieron cuatro escritores y más de cuarenta años en publicarse como libro.

Imagen del libro de Jaime arroyo

Jaime Arroyo Hurtado (Cali, 25 de julio 1815- Bogotá 1863) fue hijo del matrimonio payanés Santiago Pérez de Arroyo y Valencia (1848-1851)  y Juana Francisca Hurtado y Arboleda.
Santiago se había propuesto relatar las crónicas de Popayán, para lo cual había obtenido abundantes datos en bibliotecas. Debido a sus múltiples ocupaciones privadas y políticas, las guerras y su temprano fallecimiento, hicieron que la obra no fuera terminada y que la concluyera su hijo Jaime.
Jaime era el primogénito del segundo matrimonio de Santiago. De niño Jaime mostró más dedicación a los libros y lectura, afición que fomentó su padre logrando vasta instrucción en la historia Universal y de la Nueva Granada. Una vez terminados sus estudios y titulo de abogado, Jaime fue Representante a la Cámara (1848-1851); senador (1856-1857); Magistrado de la Corte Suprema y Rector de la Universidad del Cauca.
Cuando tenia 35 años fue contratado en Panamá para un ruidosísimo pleito judicial, siendo sus clientes respetables casas comerciales y ricos ciudadanos que lo hicieron famoso y acaudalado.

Durante la revolución de los años 60 al 63, clausurara la Universidad del Cauca,  Jaime dedicó en Popayán todo su tiempo en escribir La Historia de la Gobernación de Popayán para la cual, años atrás, había hecho acopio de numerosos documentos. El 13 de enero de 1862 debido a la derrota sufrida por los legitimistas en Silvia, obligó a Jaime abandonar la ciudad y trasladarse a Cali en donde fundó Los Principios, periódico sostén del Gobierno y en contra del Gran General Mosquera. Allí permaneció hasta septiembre, cuando ocurrió el desastre de las fuerzas de la Unión en Cartago que lo obligó a trasladarse a Bogotá.

Allá, se hospedó en casa de su gran amigo el ilustre ex presidente Manuel Mallarino y murió casi súbitamente en enero de 1863 a los 47 años de edad sin que advirtiera su enfermedad y muerte la bondadosa familia que lo había acogido y prodigado los más exquisitos cuidados. En 1862 al abandonar repentinamente a Popayán no se sabe con quien dejó los manuscritos de su libro y  cómo llegaron a Sergio Arboleda Pombo (1822-1888) parte o todos los manuscritos de la obra.

En 1872 Sergio empezó a publicarlos como folletín de Los Principios, un semanario de Cali, tarea que suspendió sin saberse el motivo y ocurrida la muerte de Sergio en 1888, nadie volvió a interesarse en la suerte del libro.

Posteriormente Antonino Olano y Miguel Arroyo Diez (1871-1935) lograron obtener la primera parte, ya que no les fue conocido el paradero de la segunda parte.

En 1907 salió de la imprenta del Departamento del Cauca la primera edición, 370 páginas, anotada por Antonino Olano y Miquel Arroyo Diez con el titulo de: Historia de la Gobernación de Popayán seguida de la Cronología de los Gobernadores Durante la Dominación Española escrita por Jaime Arroyo.

 

EL GUARDIÁN FILOSOFAL

Lunes 15 de junio, 2009
De: Mario Pachajoa Burbano
Por: Rodrigo Valencia Q

https://www.geocities.ws/pachajoa2000/a9val9.jpgObra y foto: Rodrigo Valencia
Vivió seguramente en el siglo XIII, o algo así, según me lo dice su atuendo, pero yo lo he visto todavía en este tiempo, custodiando un cubo extraño. Parece que la espera no le molesta en absoluto; mira a lo lejos, pero su atención está centrada en su objetivo más cercano; una disciplina firme lo mantiene fijo; ha desafiado siglos para destilar el mercurio de los sabios, según me reveló en su penúltima aparición. Y es inconmovible. Le han dicho –o quizás lo imaginó– que velar es la clave del enigma; velar sin distraerse, para encender y mantener viva la llama. Pero yo no veo ningún fuego. ¿Está encerrado en ese cubo? ¿Pertenece a las cosas imprevistas, a los enigmas que sólo se revelan a ojos inocentes?

Custodia, pero no en el mismo sitio; hoy está allí, mañana en otro lugar –eso me dijo– ; sin embargo, cada vez que lo veo, aparece en la misma parte. Impredecible pero exacto en su misión, no permite que nada o nadie se acerque a su cubo mágico, que es algo transparente y de bordes luminosos, pero, al parecer, no alberga nada dentro. Tal vez en eso consistan los enigmas: en que se ven, pero no se ven; nos tocan imperceptiblemente, pero se esfuman sin decirnos nada.

No se por qué encuentro que esa cabeza me recuerda un figurín del taco de naipes españoles, y hasta es posible que guarde algún linaje con las imaginerías de Alfonso el Sabio, pero eso es pura especulación mía sin fundamento. Sin embargo, cada vez que logro verlo, suena una música de laúd, que hasta el aire pareciera que acompañara paralelamente en contrapunto. Es una música hermosa, una canción a alguna amada, un cántico enamorado y delicado, como de la época del rey sabio.

A veces, al fondo, como ahora, se ve un monolito con tres piedras empotradas en él, y las he visto cambiar paulatinamente de color, de abajo hacia arriba: primero negro, después pasando por el rojo y por último al blanco. Se me hace como una especie de escultura moderna que en nada encaja con el ambiente antiguo de nuestro personaje; pero, en fin, no soy nadie para entender lo que él no me ha comunicado ni me quiere explicar de buena gana. Y aquí es donde en algo irrita mi temperamento: ¿por qué se me aparece, por qué quiere que lo mire? No discierno bien este fenómeno, lo irreal ambiguando lo real; tal vez quiere confundirme, extraviarme en un evento irracional, o quiere deslimitar mis sentidos de la costumbre que sólo acepta los aconteceres aceptados por el uso de razón. Pero yo me pregunto ¿qué es racional o no, en un mundo en donde hasta el aire cruza a nuestro lado susurrándonos el viso disimulado de lo insondable?

Por siete veces me ha prometido su visión; y generalmente acontece como a eso de las 6 de la tarde, cuando la luminosidad del día aún no ha claudicado entre la noche. Una corazonada me lo anuncia, o alguna leve sensación en el centro de mi vientre; y yo no puedo más que aceptar esta invitación fantástica, así no quiera hacerle caso; es como una urgencia que se desliza entre los miembros. La última vez, el árbol de atrás floreció, aunque nunca había tenido flores; poco a poco, ellas tomaron un color dorado, mientras un ruido serpenteante movía las ramas y hojas. El cubo volviose incandescente, con luminiscencia fosforescente, y poco a poco tomó la forma de una bola de fuego como del tamaño de un balón. Él la tomó en las manos, pero al parecer no las quemaba; la llevó hasta su boca y escurrió un licor de fuego líquido que hizo que todo su cuerpo refulgiera con la brillantez del sol; y poco a poco desapareció ante mi vista, que no podía sino temblar de asombro.

Tres garzas blancas aparecieron en el cielo; volaron en círculo exactamente encima del sitio donde desapareció aquél vigilante de los siglos, y luego rondaron el monolito misterioso que tenía las tres piedras de colores cambiantes. Picotearon en él, grabando unos jeroglíficos extraños, y después desaparecieron en el cielo. Después pude leer allí, en lenguaje legible para mí: “Has visto el elíxir que produce todas las maravillas. Es la llave de oro, el oro potable, la medicina de todas las cosas, un tesoro inagotable. Que Dios, el Padre de las Luces, te otorgue este secreto, pues el arte quiere que permanezca oculto. Todos los sabios comprobarán esta fuerza, y se regocijarán con ella maravillosamente.”

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