La raza que creó estas estatuas desapareció antes de la llegada de los españoles.
Parque arqueológico de San Agustín.
PRIMEROS POBLADORES DE POPAYÁN
Por: Mario Pachajoa Burbano
Nos preguntamos ¿Cuáles fueron los primeros pobladores del Valle de Pubenza y desde cuando?. Jaime Arroyo Hurtado (1815-1863) investigó en detalle esta parte de la historia de Popayán, lo que nos ha permitido hacer un compendio de la importante información que nos suministra.
Las tradiciones señalan a los primitivos pobladores como seres venidos por mar de diversos lugares con rumbos inciertos y desconocidos. Se cree que los primeros fueron los Caras a quienes los incas conquistaron.
Los españoles encontraron a los Quichuas, Aztecas y los Chibchas quienes tenían un grado relativo de progreso, que asombró a los conquistadores. Los demás formaban grupos completamente salvajes.
Cualquiera que sea su origen, algunos desaparecieron, nos dejaron imponentes muestras de su cultura en las ruinas que aún hoy admiramos en San Agustín, Coconuco, Cobaló y muchas otras regiones del antiguo Cauca.
Los dialectos que hablaban eran numerosos, pero se ha notado que entre regiones lejanas y dispersas de Colombia, hay muchas similitudes, por lo que se cree que provenían de un mismo origen. Hay muchos lugares, ríos, lagos y montes cuyo nombre es muy similar. Los primeros historiadores creen que los indígenas que poblaban la actual Colombia y el Ecuador tenían su origen en el Caribe. Pero hay un fundamento más razonable en las voces caribes que han llegado hasta nosotros y que conservan todavía en los nombres propios de sitios y lugares, de montes y de poblaciones; esos nombres no son en manera alguna de los que trajeron al Perú desde las Antillas los primeros conquistadores españoles; tampoco pertenecen al idioma quichua ni aymará; son genuinamente indígenas y encuentran fácil interpretación en la lengua caribe.
Los Caribes eran innumerables, sus tribus y parcialidades se diseminaron hasta la Florida, USA. Pero esta raza tan populosa y tan viajera no constituyó una nacionalidad, ni formó una monarquía bien organizada; su género de vida era independiente, y cada parcialidad formaba un campo social por separado. Hablaban una lengua suave, hermosa, abundante en articulaciones vocales; pero variaba muchísimo, descomponiéndose en un número considerable de dialectos diversos. Conocían el cultivo del maíz, la yuca, la batata y del algodón; entre sus animales domésticos poseían un perrillo mudo y el conejillo de ludias, llamado cuy en la lengua de ellos.
A la llegada de los españoles, hacia el sur de la hoya del Patía habitaban las tribus Quillancingas algo mezcladas con los Caras. En las del Pacífico formaban una especie de confederación las salvajes tribus de los Guapíos, Telembíes y Barbacoas. El centro del Patía pertenecía a los Patías y Bojoleos. Al inicio de la hoya del Cauca, se encontraba la confederación de los Pubenenses, compuesta de varias tribus, entre las cuales se contaban las de los Coconucos y Chisquíos, sometidas al Yazgüen (régulo), cuya corte era Pubén, hoy Popayán.
Los Guachicono, los feroces Paeces, los famosos Pijaos, los Pantagoras y otras tribus crueles hacían sus irrupciones en los valles del Cauca y Magdalena. En la banda oriental del río Cauca hay noticias vagas de los Calococos, los Toribios y de algunas tribus más que obedecían al cacique Calambás, relacionadas, según conjeturas, unas con los Paéces y otras con los Pubenenses.
En los territorios bañados por los ríos que nacen en nuestras cordilleras y van hacia el río Amazonas, habitaban numerosas tribus entre ellas los feroces Cofanes que fueron civilizados por el jesuita Rafael Ferrer y otros, en los años entre 1603 y 1604. Los Cofanes llegaron a formar tres pueblos que, en ausencia de los jesuitas, llegaron a tal estado de salvajez que cuando Ferrer pretendió reconquistarlos le dieron muerte.
Finalmente, en el libro de Jaime Arroyo Hurtado los autores reflexionan que: ¿Cual era, poco más o menos, la población que sumaban todas estas tribus? Imposible determinarlo: los datos faltan y los calculadores discrepan de tal manera que es imposible resolverse a tomar un término medio como expresión de la verdad. Carlos Benedetti, en su Historia de Colombia, 1887, dice que el territorio que actualmente lleva ese nombre comprendía en la época de la conquista una población de seis á ocho millones de habitantes; pero nosotros creemos bien exagerada esa apreciación.
TÚNELES EN POPAYÁN
Por: Mario Pachajoa Burbano
Rafael Tobar Gómez en su libro «Cuando florezcan los Eucaliptos, la persistencia de la memoria a través del tiempo», se refiere al tema de los túneles que se supone se construyeron debajo de Popayán y que unían, supuesta y secretamente, viejas casonas y cuevas de la zona.
Por fin llegamos a la Cueva del Ladrón, llamada así porque en años pasados, dicen que delincuentes huyendo de la justicia la habían usado como refugio.
Decía la leyenda que, cuando la guerra de los mil días, unas familias habían enterrado sus tesoros en lugares como este. La cueva, más profunda anteriormente, había sufrido varios derrumbes que taparon la mayor parte de ella. El área explorable no daba más de 30 metros de profundidad. Nosotros estuvimos investigándola en varias ocasiones, cavando aquí y allá, pero no encontramos sino excremento de murciélagos, que despedía un fuerte olor a amoniaco, años después supe que este gas es muy tóxico.
Los esclavos negros según se dice, habían construido un laberinto debajo de la ciudad, bajo la dirección de la Iglesia Católica, una especie de catacumbas, para esconderlos de la agresividad de sus amos. Estas cuevas, cuentan algunos manuscritos antiguos, seguramente estudiados por el señor Arboleda Llorente, quien investigaba los viejos códices de La Colonia, en el Archivo Central del Cauca, están conectadas con otras, como La cueva del Indio, en el sitio de Calicanto, al sur de la ciudad, cerca del Río Ejido y otras en las inmediaciones de Pitayó.
Según relatos verbales de los indígenas, las cuevas van a terminar en San Agustín, al oriente de Popayán, en las ruinas de una antigua civilización precolombina. Dudo mucho sobre la veracidad de estos rumores porque de Popayán a San Agustín hay una gran distancia. Nadie sabe a ciencia cierta la verdad. Pero, como decía Jaques Bergier, este es el planeta de las posibilidades increíbles, todo puede suceder. Por ejemplo, se ha descubierto que alrededor del treinta por ciento de las líneas de Nazca indican corrientes de agua subterráneas, con túneles de piedra construidos hace milenios por los habitantes del Perú anteriores a los incas. Tienen respiraderos por los que se puede entrar en unos lugares y salir de ellos en otros, y están conservados en perfectas condiciones. ¿Quién lo hubiera creído, en un desierto tan inclemente como ese?
Algunas casonas de Popayán, según rumores, esconden túneles conectados con las cuevas, haciendo una especie de Internet subterráneo, pero es muy difícil saberlo porque los dueños se guardan muy bien de mantenerlos en secreto, a raíz de un juramento hecho de generación en generación, para evitar que los extraños puedan tener acceso, sería como darles las llaves de sus casas. Por lo demás, hay mansiones en donde el tiempo se ha encargado de esconder las entradas y no es fácil descubrirlas a simple vista. Varios estudiosos del caso han escrito sobre el tema, e investigadores serios como Harry McGree, Rossana De La Vossier, y G. W. Chaux, han ocupado gran parte de sus vidas tratando de descubrir los laberintos, con resultados muy poco satisfactorios.
En una ocasión, murió el último vástago de una rancia familia, dueño de una de estas casonas coloniales. Sin ningún heredero que tomara posesión de la propiedad, pasó a manos del Estado. Se puso en venta. La noticia llegó a oídos de una empresa de televisión, de esos que andan a la caza de noticias extrañas para nutrir a la masa ignorante con entretenimientos baratos, esos que hacen documentales sobre la sonrisa de la Mona Lisa o de si el caballo blanco de Bolívar era realmente blanco.
Pidieron permiso para explorar la casa, el Gobierno se los otorgó. Llevaron luces y video cámaras. Una hermosa locutora en traje de exploradora iba reportando las escenas con lujo de detalles. Primero tomaron fotos de las calles captando gentes desprevenidas, después hicieron una toma del zaguán de la mansión, que daba acceso a un magnífico patio estilo morisco, con barandas de madera profusamente adornadas.
Después de mostrar otras curiosidades poco conocidas para las personas que no viven en la ciudad, llegaron al jardín y allí encontraron un promontorio plano, cuadrado, lleno de musgo, golpearon con una barra y dieron con unos tablones de madera debajo del húmedo musgo, lo removieron y poco a poco fue apareciendo una tapa de madera, más o menos de un metro cuadrado. Se veía que hacía muchísimos años esa tapa no se abría. Con gran esfuerzo lograron sujetarla por dos grandes argollas llenas de herrumbre, como las de los viejos arcones y al abrirla, ¿saben que encontraron? Agua, era un aljibe del tiempo de la colonia, perfectamente bien conservado.
El productor, muy malhumorado y decepcionado por el fallido intento de encontrar el laberinto, pensando en la cantidad de dinero gastado en personal, en hoteles y en viajes desde la capital. Se metió en la cabeza que lo encontrado era la entrada a los túneles y anunció traer personal profesional para remover el agua del aljibe y encontrar finalmente un pasadizo al laberinto.
Pasaron los meses, pero probablemente desistieron del intento porque no regresaron. Poco después la casona fue vendida y cuando otra compañía intentó hacer lo mismo, el nuevo dueño no permitió que los medios televisivos invadieran la paz de su hogar. Lo de los laberintos de Popayán quedaba una vez más en el secreto. Lo cierto es que algo anda por debajo de la ciudad colonial.