Popayán, historia y cultura

El jueves 26 de mayo de 1949, el volcán de Puracé tuvo su más mortífera erupción que mató a 16 estudiantes de la U del C. Ese día, una gran lluvia de ceniza enturbió el cielo de la ciudad y sus tejados y sus calles se tornaron blancos.

TRAGEDIA EN EL PURACE: 1949

Miércoles 26 de mayo 1999
De: Mario Pachajoa Burbano

Al terminar el día llegaron a Popayán las terribles noticias y la confirmación de que sólo se pudieron salvar los estudiantes Napoleón Montealegre y Avila. Este último viajó en su jeep muy retrasado de sus compañeros que hicieron el viaje en el bus de la excursión. Avila llegó al pie del volcán cuando ocurrió la erupción. El entierro fue muy doloroso y participó, como nunca antes, una gran muchedumbre de acompañantes. Diego Castrillón Arboleda en «Muros de Papel» transcribe el relato de Montealegre publicado en El Liberal del 28 de mayo de ese año. Una adaptación de ella son los párrafos siguientes:

Erupción del volcán Puracé, en 1949.

«»»… Súbitamente escucharon una explosión violenta que los dejó casi sin sentido. Se miraron despavoridos y en silencio. Sus compañeros iniciaban ya la empinada cuesta final. Fue lo último que pudieron ver porque una oscuridad tenebrosa lo envolvió todo, como si repentinamente el sol hubiera abandonado la tierra. Y un movimiento terrible sacudió el planeta bajo sus pies como si hubiera abandonado de repente su órbita y se lanzara sin rumbo por los espacios siderales. Realmente es pálida toda descripción que trate de hacerse de aquel momento fatal. Uno en pos de otro se vinieron entonces los acontecimientos trágicos. Enormes piedras ígneas de color blanco azuloso aparecieron en la altura arrojadas con terrible e impresionante velocidad. Una lluvia de arena incandescente comenzó a caer, mientras se escuchaba el ronco tronar del volcán que sacudió horrorosamente la tierra y abría grietas inmumerables. Los pobles muchachos indefensos gritaban arrebatados de terror, pero ni siquiera entre ellos podían escucharse ni prestarse ayuda alguna que los defendiera de la voracidad de aquel monstruo embravecido que así castigaba su osadía. Instintivamente buscaron refugio bajo las rocas pero todo fue en vano porque el cráter gigantesco seguía vomitando fuego sin piedad, resuelto a destruir la vida de aquellos valientes que intentaron escalar su cumbre funesta.

El estudiante Montealegre agarró instintivamente a su condiscípulo Piedrahita y lo arrastró hasta una roca cercana bajo la cual se arrojaron implorando a gritos la ayuda divina como único recurso de salvación que les quedaba. Cinco minutos eternos corrieron todavía. Ni siquiera respiraban, ni siguiera se miraban porque no tenían valor para moverse. Al cabo de ellos, el ruido ensordecedor había mermado y comenzaba a aminorar la tempestad de fuego. Montealegre se incorporó, miró en torno y vió a su pequeño amigo todavía boca abajo con sus brazos cruzados bajo la frente. Le llamó varias veces y como pudo lo movió para despertarle, creyendo que estuviera privado, pero ante la fatal realidad, salió de su refugio y se levantó con gran esfuerzo para gritar nuevamente a sus compañeros. Ni siquiera el eco le respondía en aquella lóbrega soledad. Todo era en vano.

Preso de un miedo indecible corrió como loco, dando gritos de pavor y cayendo a cada instante al tropezar con las rocas aun llameantes esparcidas por doquier. Alcanzó un nuevo refugio para defenderse de la lluvia de arena quemante que aún continuaba. Ligeramente recobrado pudo entonces darse cuenta de que estaba ensangrentado. Sentía intensos dolores en el cuerpo, pero especialmente en el pie izquierdo. Se quitó el zapato y pudo comprobar que estaba herido en la parte interna del talón, pese a la defensa del mismo. Al contaco de las piedras ardientes obtuvo otras quemaduras y contusiones en el lado izquierdo de la cara, en la cadera, en los muslos y en la pierna derecha….»»»

 

MIGUEL SANTIAGO VALENCIA

1885 – 1957
Por: Guillermo Alberto González Mosquera
De: Mario Pachajoa Burbano

Miguel Santiago Valencia fundó Cromos, la revista más antigua de América y una de las más viejas del mundo.

La fundación de Cromos, la revista más antigua de América y una de las más viejas del mundo, se debe a este caucano nacido en la localidad de Bolívar al sur del Cauca. Su familia vivía en una humilde casa, en la esquina del parque Piedrahita, que servía también como gallera. Pronto se trasladó con su familia a Almaguer, la antigua población minera enclavada en el Macizo Colombiano, en donde terminó sus estudios primarios, para pasar luego a Popayán en donde ingresaría al Colegio Seminario para cursar estudios de bachillerato y luego a la Universidad del Cauca. Desde muy joven se interesó por el periodismo y con Juan J. Negret fundó el periódico «La Linterna» en la capital del Cauca. Fue copropietario de la Librería Moderna y muy seguramente en estas actividades comenzó a interesarse por el periodismo y a formarse como escritor de prosa suelta y ágil, no exenta de matices culturales adquiridos en lecturas de autores europeos.

Valencia buscaba horizontes más amplios y en 1910 con Abelardo Arboleda, perteneciente a una familia de tipógrafos payaneses, emprendió viaje a Bogotá. Los dos amigos ya llevaban en la mente la idea de fundar una revista y trabajar en el campo de las publicaciones. La Popayán de principios del siglo era una población que no acababa de reponerse de las guerras civiles y quedaba estrecha para los sueños quijotescos de los dos compañeros de aventura. Valencia quería primero conocer el mundo y viajó a Europa en donde tuvo la oportunidad de relacionarse con figuras como Ramón María del Valle-Inclán, Enrique Gómez Carrillo y Rubén Darío. Mientras tanto Arboleda establecía con su padre una moderna imprenta en Bogotá. Las circunstancias les permitirían posteriormente complementar esfuerzos y reunirse para concretar el viejo proyecto de sacar una revista, tipo magazín, que ofreciera un material distinto al de las publicaciones de la época. Valencia se había familiarizado con las que aparecían en los países europeos, con fotografías abundantes y un material variado en el que se podía mezclar lo noticioso con lo frívolo e incursionar simultáneamente en el campo de la política, los nuevos descubrimientos en la medicina y el registro de los acontecimientos sociales y culturales en el país y el mundo. Así apareció CROMOS el 15 de enero de 1916, que se constituiría en el aporte más sólido y persistente al periodismo colombiano en el sector de las revistas.

En 1986 se recordó la época de la fundación, cuando se celebraron los 75 años de la aparición de la revista: ASe vivían entonces tiempos angustiosos. Gobernaba el país José Vicente Concha, uno de los puntales de la prolongada hegemonía conservadora, en medio de frecuentes crisis políticas, sobresaltos económicos y escaseces presupuestales. El Banco de la República aún no existía, nadie daba créditos y era muy escaso el circulante. El trabajo en campos y ciudades se realizaba en duras condiciones rudimentarias. La vida era difícil en todos los aspectos. Pero Arboleda y Valencia persistieron en su sueño común.

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Portada cromos 1916

Tres años después y muy probablemente por la agobiante situación descrita, Valencia debió vender la mayoría de sus acciones en la empresa. Se encontraba endeudado y su socio, víctima de un infarto, se había ido a vivir a Girardot. Don Luis Tamayo compró a Cromos y asumió la Dirección y Valencia se estableció en Europa, con la nostalgia de no haber continuado su novedosa obra. Allí escribió teatro y numerosos ensayos de los cuales solamente se conservan algunas piezas publicadas en la revista durante las décadas de los años 1920 y 1930.

Había participado en el establecimiento de un hito en la historia de los medios de comunicación de Colombia. Su publicación tendría una vida larga y aunque la propiedad cambiaría con el transcurso del tiempo, siempre conservaría el espíritu que le imprimió su fundador. Este aporte de un caucano al periodismo escrito de Colombia, lo coloca sin lugar a dudas como un personaje que trascendió en el siglo XX. Valencia murió en La Habana a la edad de 72 años en 1957. Antes de su muerte, el Gobierno Francés le confirió la Legión de Honor, que recibió en ceremonia especial en la Embajada de Francia en la capital cubana.

 

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