Por: Ferchijote – [email protected]
Manuel, un hombre abotagado por sus incontables problemas, sin una salida del oscuro laberinto en que consistían sus días, sin descanso de sus labores, compromisos y deudas, decide, luego de intentar hallar respuestas a sus trances, acudir a la librería “Oriente Próximo” para comprar un libro.
Su economía, como el resto de sus asuntos es precaria, sin embargo, ha logrado hacer acopio de ciertos rescoldos financieros. Raspando la olla de sus días ha ahorrado cuatrocientos mil pesos en un chancho de barro. Algo o alguien le ha dicho ─hasta en sueños─, que la respuesta que tanto le ha sido esquiva en sus incesantes indagaciones, le vendrá de allí. En su mente cansada le han susurrado con sensual voz, por enésima vez, lo siguiente: «En un libro encontrarás la salida tus problemas».
Como debemos saber, no le ha bastado acudir donde aquel mañoso psicólogo, no le ayudó lo que le profesaron en la iglesia cristiana, ni le retribuyó nada el diezmo propinado en la iglesia católica, no le ha valido ir donde la “madame” que lee el tarot y la palma de su mano derecha, tampoco le sirvió ir a la casa de la “mayora” para que le armonizara y le leyera el tabaco; la toma de yagé, el rape tampoco fueron suficientes, y mucho menos ir al grupo de depresivos anónimos, DEA. Consultar el I-ching pudo resultar, pero ello exigía la voluntad performativa del consultante y es justo esa falta de voluntad trasformadora de lo más carece nuestro hombrecillo. A todas luces, estas alternativas no surtieron el efecto esperado por el carácter pusilánime de nuestro íngrimo amiguito. Tener cuarenta y cinco años a cuestas, ser un profesor mal pago de un colegio privado, pretenderse escritor porque sí, haber fracasado incontables veces en el amor, y además, no tener un título que logre acariciarle el ego… ¡jmm!… esa es una vaina muy tenaz para tan poco talante.
Todo lo anterior ha sido repensado por Manuel, que ya se encuentra en la puerta de la mencionada librería. Ingresa con cierta sensación de estar en un lugar equivocado, se siente y se nota su desorientación. Recorre los pasillos atiborrados de libros de los cuales desconoce los títulos, autores y contenidos. Ya está abrumado, perdido en ese mar de tapas blandas y duras, y casi se ha arrepentido por dejarse llevar por aquel impulso arrebatador que le ha puesto allí. En consecuencia, nuestro amigo, ansioso ya, huye en busca de la puerta de salida, pero una mujer de llamativa apariencia le corta el paso y un poco la respiración. En la solapa de su chaquetín rojo se lee “Claudia”. «Buenos días señor, en qué le puedo ayudar», ha dicho ella, con una sonrisa espléndida y una mirada en exceso expresiva.
No sabemos que fue más determinante, si el intenso olor a incienso, la aparición de esta “efrit” sureña o el camino sin salida que se estrechó hasta el ahogo, junto a la frustración del vació que le colmaba la existencia en ese tramo de la vida. Lo cierto es que en cuestión de un abrir y cerrar de ojos ya se encontraba en su casa, repasando, uno a uno, el tren de sucesivos hechos que efectuó desde que escuchó las palabras de la bella genio hasta el momento en que cerró tras de sí la puerta de su cuarto. Ha levantado su mirada y ve un un paquete varios tomos dentro. Lo destapa con cierto afán y el desconcierto toma la forma y tesitura de su absorto rostro. Cree Manuel que el destino es perverso, que el azar es demasiado azaroso con él, que la mala racha es infinita. Ha gastado la totalidad de sus ahorros en unos libros que tienen, todas… todas las páginas en blanco y además están titulados de manera incorrecta ─“La Mil Noches y Una” se lee cada una de las tapas. Fue demasiado tarde para regresar y pedir un cambio ─al volver la librería ya estaba cerrada─. Su noche fue más espantosa que las anteriores noches y el siguiente día más espantoso que todos los anteriores días, lo que le llevaría con considerar posterior mente y a manera de cómica anécdota, que ni siquiera el mismo Odiseo pasó tantos apuros en tan poco tiempo. En la siguiente y las subsiguientes noches, luego de naufragar por el lapso mil días en un mar de infortunios, sin lograr el cambio del “defectuoso” libro o la devolución de su dinero, empezó a tener ocasión el prodigio que valida el presente relato. Las mil y más de una páginas de ese libro fueron colmadas, una a una, noche a noche, de puño y letra del ─hasta momento─, infortunado Manuel, relatando la loca crónica de todo lo que tuvo que vivir para resolver ─sin éxito─ aquel supuesto impasse. Querellas administrativas, aventuras, infortunios, envidiables suertes, fantasías, cotidianidades, sensualidades, humor, injusticias e ironías, fueron dispuestas por Manuel a lo largo y hondo de cada una de esas historias, escritas y reescritas por nuestro inusitado escritor, que por demás, encontró en la escritura un universo de soluciones y de sentidos para su existencia, incluyendo por su puesto, la benévola crueldad de un exultante amor.