EL REGALO DE LOTERÍA

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Por JESÚS ASTAÍZA MOSQUERA

Pasado por agua iniciaba mayo. Mientras hacía fila para pagar los servicios se entretenía en leer un libro. Al llegar el  turno sacó los recibos y cuando la señorita le dijo el valor, miró al frente para pedirle el incluir también el precio de un  billete completo de la lotería que se encontraba en la vidriera. 

La señora que estaba tras él, anteponiendo una suave sonrisa le dijo: yo iba a comprar en ese número, pero, -lo miró-, parece que llegué a deshoras. Luego casi temerosa le  insinuó: ¿me vende aunque sea una fraccioncita? Meneó un instante la cabeza: ¡sí!, por favor. La observó sin reparos y sonriendo le expresó: claro mi señora y sin más ni más le dio una palmadita en el antebrazo. Condescendiente partió el billete en dos fracciones y se las pasó. Para servirle, mi señora. Viendo que ella desdoblaba el dinero que guardaba en el puño, aclaró no me debe nada.

La señora sin saber qué camino coger  sólo atinó a decir: ¿me acepta un cafecito, aquí en La Fontana? Él pasándose la mano por el cuello  amablemente acogió el ofrecimiento. Extraña situación.  Hicieron el pedido y antes que ella, pagó. Así entre sorbo y sorbo conversaron como si se hubiesen conocido tiempo atrás. La señora de bella presencia  demostraba una madurez muy interesante. En cuanto  él, su sencilla elegancia era notable y su apariencia indicaba ser de menor edad, diferencias que no fueron óbice para congeniar. Al despedirse, por esas cosas que a veces suceden, no recabaron en los nombres. El señor cogió su libro y se marchó pausadamente.

Cuando la señora llegó a la casa, ni saludó para comentarle a su hija: conocí un señor y nos hicimos amigos. ¿Cómo mamá? Pues así como lo oyes, y le contó la historia sin quitarle  una coma. Pero mamá, te he repetido una y mil veces que no hables con desconocidos. Pero es que…no me vengas con “esques”…no quiero escuchar más que hablaste con un extraño. ¡Hasta cuándo tengo que aconsejarte lo mismo!  Luego intranquila preguntó: ¿y cuál es su nombre?  Se cogió la cabeza: hija… no me acuerdo. Usted sabe que soy mala para los nombres. Así estarían de contentos, comentó la hija, al levantarse  angustiada camino de su habitación.

A la semana siguiente, como era  costumbre, la señora  fue a la venta de lotería. Aprovechando el momento le preguntó a la vendedora: ¿se acuerda del señor que me regaló dos fracciones de lotería? No me diga que se la ganó, le dijo. ¡Nooo!, qué bueno fuera. ¿Pero sabe su nombre? A la verdad no. Pero el viene casi todos los viernes pasaditas las 6 de la tarde. 

La señora siguió yendo hasta que un día al mirar atrás lo encontró en la fila  leyendo un libro. Compró el billete completo y se hizo a un lado mientras llegaba. Ya compré el billete completo, le dijo al saludarlo. Él la miró confundido y sonriendo le dijo: otra vez usted. Ya ve, quería corresponderle su generosidad. Hoy, le va daré la suerte y le regaló 2 fracciones. Se las recibo por condescendencia, pero no estoy habituado a estas cosas. Ahora la invito a tomarnos un café en el mismo sitio. Se sentaron como dos amigos a conversar amenamente.

Con los días la hija le preguntó: mamá te siento preocupada. Ante la insistencia femenina comentó: me encontré otra vez con el señor y ella le había correspondido, ¿en qué?, le cortó la hija, fuera de sí. Cálmese hija, pues  con las dos fracciones que le había obsequiado, respondió asustada. ¿Usted en esas…a estas alturas mamá? Ahora si nos llevó el que nos trajo. Si mi papá viviera que hubiera dicho. 

Pasaron los días y el señor no retornó. Al preguntarle a la vendedora contestó: a veces los viernes se deja caer por aquí y en ocasiones se pierde. Es buena persona. ¿Es que usted se ganó la lotería y  no quiere decir? Mejor que eso manifestó la señora  y se despidió.

A la hija le rondaban las dudas. La próxima vez que vaya mamá la acompaño. La señora se puso las manos en la boca: bien mija, no hay problema. La hija después la observó rezando.

Un viernes la hija llegó de la oficina más temprano. se puso bonita, como le decía la mamá y partieron hacia el lugar. La mamá desde lejos lo divisó en la fila. Es él, pensó. El señor como siempre embebido en su libro. Hicieron fila dos puestos atrás. La señora lo llamó. Mamá qué es esa confiancita. Se ruborizó. Él retornó a mirarla, dio paso a las personas que le seguían y la saludó amablemente. Hoy como que la suerte va a estar con nosotros, comentó pasándole la mano. La hija estaba impávida y a punto de salir corriendo. No podía creerlo. Ahora me corresponde a mí comprar el billete. Canceló y le dijo a ella: aquí tiene sus dos pedacitos. La hija estupefacta. Ni siquiera se le ocurrió presentar a su mamá. Cuando la señora cayó en cuenta le dijo: amigo,  mi querida hija.

El señor la miró sorprendido. Ella lo mismo. La mamá sonriente para menguar el hielo, dijo: los invito a un cafecito en la Fontana, un sitio conocido en el lugar. La hija sin saber qué hacer los acompañó. No moduló palabra. El señor sonriente propuso: ¿qué desean tomar? La mamá dijo: un café cargado de leche con un pandebono. Ella cohibida: ¡qué pena!, susurró. Tranquila le dijo el señor: entonces… café negro  con un corazón. La hija dijo: yo pago, pero el señor  desestimuló el ofrecimiento y agregó mirándola a los ojos: la próxima vez. La señora rompió el silencio al murmurar: amaga llover. Afortunadamente aquí estamos protegidos. Cogió el libro donde había dejado las fracciones de lotería y resolvió guardarlas en la billetera para evitar perderlas como le había acontecido. Mejor que no acertamos contestó la señora. Buena señal de la llegada de mejores días. La hija se mantenía en total hermetismo. 

Sin ser costumbre dobló la esquina de la página. La señora que estaba pendiente le preguntó: en qué número de la página hizo el doblez. El abrió nuevamente el libro: en el número tal…Ella lo anotó diciendo: la próxima es la vencida.   

En qué piensas le preguntó el señor a la hija. Ella lo miró: en tantas cosas. Ahora no piense tanto. Mejor conversemos para librarnos del ajetreo laboral.  ¿No cierto mi amiga? y miró a la señora. La hija sonrió brevemente. A él se le iluminaron los ojos. Cuando terminaron  comentó: me da pena dejarlas pero debo entregar un proyecto mañana. Amablemente se despidió agregando: si ustedes quieren el próximo viernes voy a estar en la ciudad y sería un placer pasar en su compañía.

Bueno amiguita: tarde que temprano la suerte nos llegará de una u otra forma. Dirigió una mirada acogedora a la hija: qué alegría conocerla. No olviden el próximo viernes. Claro comentaron, sin haberse puesto de acuerdo.  Se miraron confundidas.

Ésa semana la hija y la mamá evadían estar juntas. Conversaban en monosílabos y no  sabían cómo  dilucidar la situación. Faltaban las palabras.

El viernes la mamá le recomendó no comprometerse pues se encontrarían con el amigo. La hija frunciendo la boca respondió: bueno mamá.  

En la tarde se desgajó un aguacero que alcanzó a inundar las calles cercanas. Puso una velita encendida en el balcón para que cesara la lluvia. Lentamente el sol empezó a sonrojar las mejillas de las colinas cercanas. Cuando llegó,  la mamá ya estaba lista. La hija se mostraba esplendorosa. Estás linda, hija, le dijo al abrazarla. Ella un poco renuente entró, se cambió de zapatos  y salió.

La señora hizo la rutinaria fila y la hija se quedó esperando cerca a la perfumería. Cuando parecía que no llegaba, apareció y se aproximó a ellas. Alcancé a mojarme, pero aquí estoy. Amiga, ¿compraste la lotería? Claro. Al pasarle las fracciones, ella le dijo nada de concesiones: no me debes. Ya veremos dijo el señor sonriente. La hija enmudeció.

Se dirigieron al mismo sitio y tomaron sendas tazas de café, esta vez  con corazones todos y al despedirse el señor manifestó: es el mejor regalo de mi vida. Gracias a ustedes.  

El día viernes de finales de noviembre la señora no se cambiaba por nadie. Estaba risueña  cómo nunca: la veo feliz, le dijo la vendedora. Es que la suerte está conmigo. No me diga que se ganó la lotería, aunque a nosotros no nos han informado nada. Mejor que eso. La plata no es todo, aunque páseme el billete completo con este número de la página de un libro. Recuerde, la plata no cae siempre mal, respondió la vendedora. 

A veces la felicidad rompe con todo los esquemas, dijo la señora. Le cuento: el señor le propuso  matrimonio a mi hija y se casan este 5 de diciembre. Dígame, si no: qué mejor regalo.   

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