“Tan solo por la educación puede el hombre llegar a ser hombre. El hombre no es más que lo que la educación hace de él”
Kant
Por Elkin Franz Quintero Cuéllar
Fernando Almena, un escritor luso, crea un personaje con la aureola del orate, con rasgos de un despistado y un poco estrafalario. Sin embargo, a lo largo del libro “El Maestro Ciruela” descubrimos que es un acertado individuo que con el ejemplo y no con fueros sindicales y libertad de catedra expone las más altas disertaciones sobre el espíritu, la mente, el alma, el cuerpo. Un sujeto que está convencido que la educación es la base de la transformación social y apuesta por ella.
Durante el trascurrir de sus 96 páginas, “El Maestro Ciruela” con una disimulada sorna nos cuestiona, interroga y exhorta. Además, nos hace sentir humanos, al recordarnos que ser docente, es sobre todas las cosas tener conciencia del otro, interpretar la mente del estudiante y sin excesos normativos, imbuirlo en un mundo de magia y fantasía. Claro, sin dejar de lado el ejemplo.
Nuestro personaje, con su cálido y sereno tránsito nos arroja a las fauces de ese algo que adquirimos hace por lo menos un millón de años y que, en nuestro afán de efímera gloria no se sabe cuándo se extravió, o si lo secuestraron o cayo un falso positivo o peor aún, hace parte de la red de algún político ávido de poder o de algún desprevenido mercenario de la educación.
Del mismo modo, en su quehacer pedagógico evidencia su amor por lo que hace. Sin ningún atisbo de orgullo, trasforma la mente de sus estudiantes y los invita a avanzar en los procesos cognitivos y sociales sin restricciones. Les permite ser libres y felices. Dos condiciones tan escasas en la educación de algunos territorios.
El Maestro Ciruela nos reta, sabe que nuestra tarea no es fácil, pues las preguntas de los estudiantes suelen meternos en serios apuros, en encrucijadas, en guerras de egos, en caminos de saberes incompletos, en fin, en una espesa maraña de ideas y normas. Nos obliga a cuestionarnos sobre la formación constante, y a reflexionar si de verdad los muchos que hoy se preparan, lo hacen con el afán del escalafón o si realmente buscan la transformación en el aula.
Los momentos que se evidencian en el transcurso del libro a la vista del desprevenido conserje serán fruto de la insensatez de un aprendiz de maestro, pero a los ojos de la historia y de los nuevos modelos de enseñanza serán mágicos, extraordinarios. Con sus mil argucias la palabra de Teofanes enamora a chicos y grandes, lo demás poco importa.
Retornando a la base de mis cuestionamientos, el Maestro Ciruela nos advierte sobre algo que en ocasiones no entienden los especialistas por estudiante enérgico y estudiante problema. En sus 11 capítulos pretende preguntar qué es lo que realmente ciertos maestros buscan cuando los jóvenes no siguen los procesos al píe de la letra, o qué sucede realmente con ellos cuando estan cautivos de las redes sociales mientras se explica un silogismo en el tablero.
De todos sus capítulos pretendo hacer énfasis en el 3 capítulo. En su narrativa Fernando Almena nos hace caer en la cuenta que quizás nuestro tono de voz, nuestro lenguaje corporal, nuestras normas los arrulla y solo despierta en ellos un raro aroma de insensatez o apatía. Entonces, desde mi ignota percepción ¿será sano pensar que debemos reformular nuestra condición de funcionarios públicos para ejercer en nuestros estudiantes la fuerza que transforma el mundo? o ¿será que, a ellos, les urge que el docente recuerde que su labor es un regalo de los dioses para devolver la esperanza a todos los hombres? Quien me lea este día, deberá intentar responder, eso espero.
En consonancia con lo planteado en el anterior párrafo, Teofanes enseña como el docente debe salirse de lo cotidiano para revolucionar el proceso de enseñanza aprendizaje y de esa manera, dejar una marca en la existencia de todos sus educandos. Este artista de la educación, utilizando recursos revolucionarios logra una enseñanza exitosa, porque resalta el gozo, la alegría, la solidaridad, la amistad y una serie ilimitada de valores, como herramientas de enseñanza y, sobre todo, algo que deberíamos seguir con ahincó, no prohibir por prohibir.
En el transcurso de la lectura fui testigo silencioso de innumerables debates sobre la calidad y ética docente, encarnadas éstas, en el cuerpo de los personajes que transitan la historia. En algunos, la superioridad propia de los títulos los obliga a desconocer el aporte de aquel que solo ha logrado su licenciatura o es nuevo en el mundo de la docencia. La maravillosa interacción con Teofanes Ciruela nos obliga a inferir si de verdad era un erudito lleno de títulos o solo alguien que quería repensar la escuela. Hoy, sería un serio contrincante de algún teatrero moderno, pero en cuestiones de pedagogía llevaría colgado a su pecho muestras reales de su sabiduría y no solo doctorados.
Hoy, invito a todos a leer con detenimiento esta creación literaria porque está basada en actividades y juegos divertidos que la mayoría de las veces no son tenidas en cuenta ni planeadas por el docente, sino que son producto de la misma realidad que se observa en la cotidianidad y contexto de los estudiantes. Por lo tanto, es importante tomar como ejemplo y resaltar, que todo lo que plantea el personaje principal da lugar a un proceso pedagógico integro, flexible y sin duda diferente a lo que normalmente fomentan las distintas instituciones educativas.
Los procesos educativos son vitales en los contextos de la escuela del siglo XXI, pero antes, de crear todo un cúmulo de escenarios macondianos, debemos crear una cultura de trabajo autónomo, una disciplina del uso del tiempo libre, una visión holística e integradora entre los conocimientos académicos y artísticos. Ya para concluir, basta con interrogarnos, ¿nuestro quehacer en el aula de veras está encaminados a la formación de sujetos felices y libres?