Columna de opinión
Por: CARLOS E. CAÑAR SARRIA – [email protected]
Es deber moral de gobernantes y legisladores, trabajar con ahínco en atender las necesidades más prioritarias de las regiones que teóricamente dicen representar. Necesidades que deben resolverse de acuerdo a las expectativas y en procura del bienestar y felicidad de los asociados. Cambiar para mejorar debe convertirse en una constante del poder. No involucionar. Menos “política” y más administración. Crecimiento económico con desarrollo social.
La política en el buen sentido del término, no está exenta de connotación ética, como hemos venido afirmando. De ahí que Aristóteles, con acertada razón, entre otras cosas, sostenga que: “La perfección y plenitud de la moralidad la tenemos en el Estado. Sólo en la comunidad se encuentra el hombre en su forma más perfecta y acabada. El hombre no es completo ni se perfecciona sino en la sociedad, con su condición de ser ciudadano, es por naturaleza un ser sociable y le es necesaria la sociedad para practicar la virtud y conseguir la felicidad”. Y agrega: “La auténtica tarea y fin del Estado consiste en hacer a los ciudadanos hombres virtuosos, velando por el cumplimiento de todos los deberes y brindándoles los medios indispensables para la realización de su propia naturaleza.”
Virtud y ciudadanía es el postulado esencial de los griegos en la Antigüedad; algo necesario en las democracias modernas, donde el ente colectivo que es el pueblo debe responder con acierto en la toma de las grandes decisiones, dentro de las cuales destacamos la elección de gobernantes y dirigentes. Estos deben propender hacia la consecución de los medios indispensables para que los gobernados puedan acceder a los derechos sociales y económicos que garanticen el disfrute permanente de una existencia espiritual y material acorde con la dignidad de las personas. Si esto no es así, la política se convierte en un desperdicio y en un vicio.
El próximo será un año electoral en nuestro país. El 29 de octubre, Colombia realizará la jornada electoral que escogerá nuevos gobernadores, alcaldes, diputados y concejales. En el Cauca, ya comienzan a sonar tímidamente algunas precandidaturas que anuncian el inicio de unas campañas que hasta el momento tienen un tinte aburrido y desabrido. Por lo que se observa y escucha, no existen muchas expectativas. Se siente cierta apatía electoral, no pocos están pensando que eso de votar para que todo siga igual o peor produce tedio. Tedio que ojalá paulatinamente desaparezca al tiempo que precandidatos y candidatos demuestren su liderazgo, su poder de convocatoria, programas y propuestas tangibles y realizables; su ímpetu en términos de renovación y cambio, que es lo que sustancialmente exige un departamento como el nuestro, tan atrasado socioeconómicamente y tan violento.
Es necesario partir del reconocimiento de la preocupante realidad caucana, para que quienes pretendan lograr y asumir el poder, construyan sus propuestas y programas y los expongan con claridad a la opinión pública y a los potenciales electores. Porque aquello de hacerse elegir sólo para tener contentos a los directorios políticos, resta importancia al ejercicio del poder en una verdadera democracia.
Se requiere velar y trabajar por el bienestar de las comunidades, lo cual debe evidenciarse en el mejoramiento de las condiciones y calidad de vida de la población.
Urge que los aspirantes electorales se esmeren por conocer a fondo el desempeño de la economía regional y los medios a utilizar en la generación de riqueza material y en la producción de bienes y servicios. Las condiciones del Cauca conlleva grandes retos y responsabilidades; ir más allá del aval de un directorio y del respaldo de algunos congresistas. Vale la pena pensar en un despertar de la política que haga posibles unos verdaderos cambios. Gobernar una región como la nuestra, no es tarea fácil.
En lo que respecta al Departamento del Cauca, hay avances significativos en desarrollo humano, pero hace falta mucho más. El problema de la violencia es motivo de mucha preocupación. El gobierno nacional tiene puesto bien sus ojos en la situación caucana y su política de paz total.
En cuanto a la situación de Popayán, se espera que la administración del sonriente alcalde López Castrillón logre aprovechar el tiempo que le queda en atender prioridades, en especial los derechos económicos y sociales que implique el bienestar general de las personas, pues aunque todo lo realizado no puede ser fallido, existe mucha inconformidad en la que se considera una ciudad al garete. Hasta el momento no figura algún precandidato a la alcaldía que en verdad entusiasme. Hay que esperar que se caliente el ambiente electoral. Lo mismo sucede con el concejo municipal de Popayán, se espera que se elija un concejo renovado y que responda a las competencias y responsabilidades que le atribuye el orden constitucional. El actual es como si no existiera. De las asambleas departamentales, no vale la pena ocuparse, son inoficiosas y costosas.