CONVERSACIONES

CALIGRAFÍAS PARA ENMARCAR

Por: Rodrigo Valencia Q.

(Con Donaldo Mendoza, escritor) 

R: —Mire este texto del Corán en árabe. Una belleza, ¿no? —Tomaron el libro, lo miraron con delectación; los signos, sin comunicar nada gramatical, tenían la plasticidad y belleza de los impulsos del espíritu: se veían como letras mudas, pero hablaban y se imponían con belleza, elegancia apacible y cadencia armónica. 

D: —Al margen de esa sensibilidad tan sui géneris, las grafías de las lenguas semíticas, y en general las orientales, son verdaderas obras de arte. Nuestro alfabeto es demasiado simple, pero milagroso: ¡escribir infinitos mensajes con 28 letras!

R: —Aquellas son caligrafías para enmarcar; ¿pero no será que el idioma nuestro, en sus grafías, lo vemos tan simple y nada artístico porque es nuestro pan de cada día? A lo mejor los orientales miran nuestros textos escritos también como nosotros miramos los de ellos.

D: —Probablemente es como dices, pero sin duda hay más «rasgos y rasguños» en los signos árabes y chinos.

R: —Sí; allí hay además un cierto orden; cada signo parece que esconde un misterio propuesto con elegancia y serena quietud en movimiento.

D: —Más que signos lingüísticos lo que yo veo son delicadas pinturas.

R: —Son verdaderos impulsos de una mano sensitiva.

D: —También es un misterio de la especie por qué nos fueron dados diferentes sistemas para expresar sentimiento y pensamiento.

R: —Entre los animales, todos los de una especie «hablan» el mismo idioma, así vivan en la China o en Cafarnaum. Siempre me he preguntado por qué el ser humano se ha encerrado en territorios exclusivos, excluyentes para los demás, con límites inviolables, con sus lenguas propias y costumbres, siendo que los pensamientos deben ser los mismos. El resguardo, la defensa, los celos, la envidia, la guerra contra otros, los secretos, etc… Todo ello dice mucho de la mala disposición del hombre para reconocer los derechos legítimos de la totalidad de sus congéneres. Tenemos sentimientos pequeñitos; no hemos madurado una pizca en tantos milenios de ensayar la vida.

D: —Las pasiones humanas son comunes a todos los hombres, el deseo de trascender es el mismo; para qué entonces decir todo eso en distintas lenguas. Y el colmo: cada lengua tiene la manera de hacerse casi inaccesible para quien no la habla y brega por aprenderla. 

R: —La historia de Babel es una buena parábola, pero la realidad debe ser otra. Quizá los lingüistas sepan algo al respecto… 

D: —El autor o autores de Babel se hacían las mismas preguntas que nos hemos formulado. Los lingüistas tampoco tienen la respuesta, ese es otro misterio que viene de la bruma de los tiempos.

R: —El hombre nació «hablando»; al menos, aunque primitivo, tuvo el pensamiento como principal herramienta para la vida. Pero la palabra inicial, la metafísica, digamos, se desdobla en signos sui géneris, se opaca con su lado sensible, y las propias alteridades redundan en multiplicidad de expresiones y signos correspondientes.

D: —Donde nacía el individuo, con la comunidad convenía lo que había que hablar. Y como se vivía en aislamiento, entonces una comunidad remota no sabía lo que sus antípodas estaban hablando. Cuando ya se establecieron contactos, las lenguas aisladas tenían raíces muy profundas como para pensar en unificar.

R: —Es posible que las comunidades totalmente aisladas “oyeran” las palabras de una forma diferente; en ello vendría a trabajar la capacidad inventiva, cierta sensibilidad por el entorno y sus diferencias geográficas, el paisaje, la alimentación, el color de la piel, los mitos y los miedos… No sé, acabo de intuir esto. Por eso, también, las expresiones musicales y artísticas son tan distintas.

D: —Buena teoría: Los sonidos del desierto, los sonidos del mar, los sonidos de la montaña, los sonidos de los polos… Como para hablar de familias lingüísticas. Y sensibilidades distintas: unos poetas, otros narradores, otros pintores, otros músicos…

R: —Y otros que no sirven para nada; ni siquiera reconocen el entorno; han nacido con la precariedad de la infinita nada… Se podrían sacar los grandes ojos que tienen, y, aun así, no perderían nada. La pereza atenta contra la dignidad humana; es la antecámara de la muerte… 

El Corán quedó sobre el estante; hablaba, aun estando cerrado. Ellos salieron de la librería, siguieron su camino, un tanto apresurados. «Alá es grande y apiadable» , musitó uno de ellos, con la mirada dirigida hacia el oriente.

**RVQ – DONALDO MENDOZA**

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