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MATEO MALAHORA
La modernidad, que tanto nos seduce, llegó como un proyecto unificador que pretendió impedir que se profundizaran las diferencias culturales, económicas y sociales.
Se soñó con integrar la humanidad, usando el capital, con fuego y cañoneras se procuró mundializar la fraternidad.
El discurso universal de la igualdad se impuso. Occidente lo administró como un paradigma inamovible.
El primer presupuesto de sus actores fue el de blanquear las poblaciones fundadas y las ya existentes.
Los indígenas y africanos eran el “antidesarrollo” y para someterlos al proyecto colonizador se necesitaba la barbarie.
En su devenir histórico aparecieron el púlpito, la escuela y la universidad, que cumplieron la misión colonial.
La tarea era sencilla, se trataba de adecuar los países a las dinámicas de los polos de desarrollo capitalista.
Del extranjero, con el tiempo, nos llegó lo hipnotizador, no había otra alternativa que el consumo de enlatados y aún vivimos en la cultura del envase.
Consumir, el rasgo del derroche fue la moda y sigue siéndolo; el sujeto histórico fue admirado no por su dignidad sino por los consumos de marca, en todos los estratos de la sociedad.
Nadie se preguntó quién hacía los chalecos, los zapatos, los relojes, las computadores, los celulares, ni estuvo interesado en ver que había detrás de cada mercancía, porque el ser humano ya era una mercancía, con valor de uso y valor de cambio.
¿Para qué preocuparnos por la historia oculta de las manos que fabricaban los artículos que consumíamos si la comodidad y la ostentación eran el objeto principal?
Se impuso el trabajo alienado y la integración nacional y universal.
La explotación textil en China o Indonesia no era de nuestra incumbencia y sus maquilas hicieron posible la posesión del dinero fácil en nuestro continente.
Qué agradable es la cultura de la globalización, borrada la memoria histórica, sustituida por una memoria de plástico.
La forma de comer es plástica, la vida familiar es plástica, las conversaciones son plásticas y la sacralización del plástico es una oración cotidiana que el Estado no puede profanar.
Y pensar que vivimos emancipados, ¡qué ilusos!, las grandes metrópolis nos han cautivado hasta con su gramática popular deslumbrante.
La ideología externa induce a la juventud a avergonzarse de los valores nativos del lenguaje nacional. Hay que rechazar los valores de nuestro multiculturalismo.
Los modelos externos nos impusieron una forma arquitectónica de vivir y de ser. Se importaron hábitos de consumo que negaron nuestras tradiciones y arrasaron con las comidas tradicionales; las marcas de los vestidos y los perfumes signaron sellos de alta aristocracia y un viaje a París o España fueron considerados como un rasgo de superioridad.
Sin embargo, pese a la dominación cultural, no existen diferencias abismales entre un suburbio de Los Ángeles, Manhattan y los ghettos latinoamericanos.
La historia se narró como fábula y como anécdota, el café fue servido en el mundo para mantener el consumo suntuario de pocas familias acomodadas y las recetas de la banca multilateral se consideraron que eran los ajustes necesarios para no caer en las hambrunas del Chocó y la Guajira.
Nuestra cultura religiosa pasó del santoral cristiano a comportamientos sincréticos residuales, como la práctica de la magia, lectura del tarot, “le conseguimos trabajo”, “se hace volver al ser amado” o le devolvemos el dinero”. Derechos asentados en la Carta Magna.
Burla histórica hizo el presidente Valencia de la ciencia y la tecnología norteamericana y soviética, que en sus tiempos se disputaban el espacio, como me lo recordó mi amigo Francisco Salazar, quien le cargaba la escopeta, cuando su abuelo Rafael Salazar le organizaba safaris al mandatario en el Cerro de Broncazo, en Rosas Cauca.
Con su gracejo, muy peculiar, de fina factura payanesa, convocó a los mejores periodistas del país, a quienes se le conocía con el nombre de “gorilas”, y les lanzó esta iniciativa que, de tener éxito, nos colocaría en la cúspide del desarrollo astronómico universal:
“Con profunda emoción patriótica mandaremos un avión supersónico al sol, todo está “milimétricamente” calculado, frase de su predilección política, la humanidad nos va a mirar con ojos sorprendidos y de admiración. (Poco tiempo antes había ordenado lanzar desde aviones de la Fuerza Aérea Colombiana, FAC, sin éxito, una lluvia de bombas a las FARC en Riochiquito, El Pato y Guayabero).
“Pero doctor, le argumentó un “gorila” escéptico y suspicaz, cuando llegue a cierta distancia se derretirá, tenga en cuenta que el sol tiene aproximadamente quince millones de grados centígrados”.
“Todo lo hemos previsto, las dudas y perplejidades son conjeturas de ustedes los “gorilas”, nuestros científicos han tomado todas las previsiones del caso, los cálculos son inobjetables, y para que no tengamos un estruendoso fracaso espacial, lo enviaremos por la noche”.
Salam Aleikum.
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