ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
En Colombia, la mitad del país votante está cambiando. Avanza el progresismo político y se repliega una parte de la vieja guardia politiquera.
Ante este panorama, los que siempre han ganado las elecciones y que ahora ven temporalmente disminuidas sus clientelas, opinan que se está perdiendo la democracia. Plantean que el país está cayendo en manos del populismo o del autoritarismo, aunque sin demostrarlo.
Han dicho que Colombia está en riesgo, no es esto lo que se necesita, se están perpetuando las polarizaciones políticas, no se está cuidando al país. Al no ganar los de siempre -o sus clientelas- piensan que nadie más podría gobernar, menos los jóvenes. Según ellos los desafíos y críticas no significan triunfos sino derrotas para todos. Consideran que así no se deben hacer las cosas.
En su criterio, se están imponiendo los caprichos personales de quienes solo piensan en su beneficio. El ganador está buscando desquitarse de sus resentimientos, y para ello se enreda con su demagogia. Claro, no se piensa en anteriores experiencias de gobierno. Se critica en otros lo que muchos hicieron, incluso ellos, en el pasado.
No funcionaron muy bien algunas maquinarias electorales, ni pudieron sostener varias mentiras. Tampoco fueron eficaces determinadas casas clientelistas. Perdieron varias inversiones y esfuerzos en la compra de votos. Pero, sin embargo, los políticos tradicionales obtuvieron elevados números, y continúan ejerciendo grandes poderes. Serán determinantes y decisivos en las próximas elecciones, por aquello de las coaliciones pragmáticas.
Los nuevos dirigentes -por su parte- asumen inmensos compromisos, y están obligados a triunfar y a actuar con las grandezas que no tuvieron las viejas castas políticas. Su compromiso es legitimarse racionalmente.
Las críticas del centrismo se basan en que “aquí no ha pasado nada extraordinario”, porque continúan las polarizaciones. Dicen que algunos perdieron, pero que quienes ganaron no son garantía de una mejoría real. Por el contrario, los ven como un riesgo económico. Con estas opiniones la política tradicional se protege.
Incluso, grandes mayorías achacan las culpas al gobierno actual, debido a sus errores, corrupciones e ineficacias. El régimen es acusado de habernos llevado a todos al borde del abismo. Las viejas élites lo condenan a pesar de haberse lucrado con él. Las nuevas dirigencias lo repudian por no haber constituido un proyecto político real.
A pesar de todo, los anteriores y actuales políticos, manejando nuestras débiles instituciones con criterios diferentes de gobernabilidad, no son objeto de las reflexiones de la muy escasa sociedad civil colombiana. No hay propuestas de peso desde los poderes comunitarios. Se sigue confiando en la capacidad estatal y privada para el manejo de las diferentes economías. No se construyen autonomías, hasta se teme hablar de ellas. Por supuesto, tampoco existe una vocación de poder que nos conduzca hacia los autogobiernos.
Nos falta el direccionamiento político desde las asambleas populares de base. Existen organizaciones sociales que son manipuladas por funcionarios retardatarios o progresistas. Abundan los que creen en las maquinaciones urdidas desde los directorios políticos.
Bienvenidos los cambios, siempre y cuando sean reales. Que se propongan resolver problemas sociales y satisfacer necesidades fundamentales. Que superen las gobernabilidades monetaristas y violentas. Que construyan democracia real, no solo electoral.
Nos sumamos a la construcción de una verdadera opción de poder. Aquella en la que sea posible “gobernar obedeciendo”, respetando los mandatos de las asambleas de base.