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Se están agotando los treinta y un días de este primer mes de un año agendado en su tercero y quinto, para soportar un proceso electoral durante el cual se elegirán senadores y representantes y al nuevo presidente de la República.
Hoy todos quienes aspiran se encuentran en plena campaña, unos haciéndose conocer, otros reuniendo su electorado para hacerse reelegir, y otros armando coaliciones y buscando acomodo para llegar a la presidencia de este abatido país, que no sabemos en qué manos caerá al paso que vamos.
Colombia, todos lo sabemos y queremos, requiere de un cambio y una depuración en todas sus estructuras políticas, jurídicas y administrativas, apertura a nuevas alternativas limpias y exentas de corrupción que puedan manejar el Estado con pulcritud, honestidad, capacidad y eficiencia para mejorar la calidad de vida de los colombianos.
Que se entienda que el poder es para servir los intereses supremos de la nación y no los personales para enriquecerse robándose el Estado como viene ocurriendo.
La ética y la moral tienen que primar y brillar como atributos de la personalidad de quienes el pueblo elija en estos comicios de marzo, los parlamentarios, y en mayo el presidente de la República.
Cuando por todas partes se escuchan las piedras que el rio lleva: “yo no voto por esos ladrones”, sin serlo todos lógicamente, es que la clase política nacional ha llegado al más alto grado de desprestigio, como nunca antes en la historia habíamos visto.
Este proceso electoral será el pan de cada día hasta que tengamos nuevos y algunos viejos repitentes congresistas en el Capitolio Nacional y un nuevo habitante en la Casa de Nariño.
Ojalá con virtudes para gobernar, sobretodo con la honestidad, la honradez, la pulcritud en el manejo de la cosa pública, el decoro y la dignidad que requerimos todos los colombianos para que nos gobiernen, lleguen esas nuevas figuras que hoy buscan escaño en el congreso.
Lo que no queremos ni auspiciaremos, y eso si denunciaremos sin tregua alguna, es el trato indigno que se presente en estas luchas de poder, en las que deben primar las ideas que renueven esta política fermentada por la corrupción, que está llevado al caos nuestra maltrecha democracia, que nada de raro tiene pueda terminar como la de un vecino país hermano, si nos descuidamos y no actuamos con verdadera conciencia de demócratas integrales para elegir bien.
Hay principios constitucionales que nadie puede llevarse por delante y menos permitir que ello ocurra, pues mayorías pensantes de este país, evitando violencias, confrontaciones, con inteligencia y unión, podrán evitar el desencuadernamiento total de la patria y lograr significativos cambios, requeridos con urgencia para enderezar el rumbo y direccionar los caminos que hoy recorremos.
Tenemos candidatos de todos los colores como para hacer un florero, los del girasol y la rosa, los verdes, los rojos los azules, los naranja que se están constituyendo como la naranja mecánica de aquel mundial de futbol que arrasó con todo y coronó, en fin, hay de todo como para divertirse en el tarjetón.
El país afrontará, así se espera, un gran remesón político, que cambie en lo posible una clase política desgatada que ya usufructuó del poder, que no puede perpetuarse allí a dormir, a devengar solamente, y aprovechándose de su status, exigir prebendas a cambio de su voto al ejecutivo.
La corrupción que vergonzosa y dolorosamente ha hecho metástasis en las tres ramas del poder, tiene que ser atacada de frente, con valentía y decisión por quienes aspiren a lograr curul en el congreso y quien quiera la presidencia de Colombia.
Este es un tema que tiene que ser común denominador de todas las campañas, sin que ello quiera decir que las unas le plagiaron a las otras; esta es una lucha en la que la unión de voluntades sanas y transparentes constituye el mecanismo y el arma para luchar contra ella.
La clase política honesta y honrada, las religiones, la academia, la ciudadanía, debe unirse alrededor de esta causa y dar una lucha frontal y abierta contra toda forma de corrupción al nivel que sea, en lo público o privado, en cualquier parte de la sociedad, hay que combatirla y extirparla si queremos un país más justo, equilibrado, en paz y armonía.
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