La política es inconsistente

Roberto Rodríguez

ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ

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“El fin justifica los medios” que sostienen las instituciones, para el florentino se trataba de algo patriótico, de garantizar la defensa de Florencia, pero para un politiquero es algo de claro interés personal. Mantenerse en el poder a cualquier precio, incrementar las riquezas familiares recurriendo a lo legal y lo ilegal, propiciar las violencias en medio de las cuales se hacen los negocios particulares, engañar y difamar a los opositores, y utilizar los recursos públicos abusando de su posición privilegiada, todo ello es recurrir a medio antidemocráticos para lograr fines privados muy poco nobles o dignos.

Pensar en “dividir para reinar”, uno de los métodos que Maquiavelo recomendaba para impedir las alianzas de los grandes ejércitos que cercaban a Florencia, es la forma en que los dirigentes colombianos utilizan para impedir los cambios o transformaciones en el régimen político colombiano. Se asesina en forma selectiva pero sistemática, se amenaza y atemoriza con chantajes y mentiras, se recurre a la emotividad antes que a la razón, se entregan los recursos públicos a unos familiares y seguidores ya enriquecidos, se inventan pruebas y testigos ante la justicia, y –claro- al tiempo se excluye a todos los demás, incluso acusándolos de ejercer persecuciones a los políticos.

Saber que “es mejor ser temido que amado” constituye uno de los principales consejos al príncipe para convertirse en un “hombre fuerte” (a la manera de un César Borgia), y con ello fortalecer las instituciones de la Ciudad-Estado de Florencia en el Siglo XV, pero que no puede reducirse a la aparición de un gobernante como si fuera un policía con un gran bolillo (a la manera simple de un robocop) y con ello hacerse fuerte en el control de haciendas y clubes propios y ajenos.

Creer que “la política es el arte de engañar” fue el planteamiento del Secretario de los Médicis a fin de curar a funcionarios y gobernantes de las irrealidades, dado que lo único que debe existir para ellos son los objetivos que se han trazado para conducir a sus pueblos; el problema es ¿adonde?. Pero no puede ser la disculpa para hacer lo que se le venga en gana a las dirigencias, ni la justificación de delitos y abusos que se ejercen desde posiciones de poder. Decir que se prevarica “porque eso es lo que se ha hecho siempre”, o que se traiciona porque “todo en la política es inconsistente”, o que “se intentó mejorar pero no se pudo”, es mantener una concepción mafiosa de la política, que es el arte de lo posible pero con límites éticos y comunitarios. Maquiavelo separaba la política de la ética en el contexto del Renacimiento medieval, pero en la modernidad ese nexo es obligatorio.

Concluyamos que no existe un “maquiavelismo”, ello sería utilizar fuera de contexto las enseñanzas del célebre italiano, puramente racionales, para terminar convirtiéndolo en el padre del terrorismo; pero estamos seguros que si existe el “caudillismo”, no solo parab seguir a un personaje, sino para adoptar sin reflexión el lema del “todo vale” en la política, sobre todo en los escenarios electorales.