POR: LUIS ANGEL REBOLLEDO CHAUX
Corría el mes de enero 2020 y en Colombia ya se tenía noticia de un virus aparecido por primera vez en la ciudad China de Wuhan que amenazaba extenderse por otros países. Era algo de origen tan distante que nunca imaginamos que nos podía llegar. Su remota procedencia nos hacía pensar en algo utópico y ajeno al historial que en materia de salubridad colectiva se tenía, razón por la cual no afectaba nuestro ánimo y más bien producía lástima lo que ocurría en el país asiático.
Pero esa no era la realidad, el mal que denominaron Covid-19 se fue extendiendo inconteniblemente por otros continentes causando miles y miles de muertes. No se conocía su causa ni el remedio para curarlo o prevenirlo, generando esta incertidumbre pánico colectivo. Su alcance destructivo y generalizado no respetaba condiciones de raza, edad, sociales, económicas, atacaba por igual a todos. Ya constituía una verdadera pandemia, “propagación de una epidemia o enfermedad infecciosa por varios países, continentes o por el mundo entero afectando a muchas personas”.
Europa se convirtió en el foco principal de la extensión del virus; países como Italia, España, Francia, Inglaterra, entre otros; fueron las primeras víctimas del feroz contagio; miles de enfermos copaban las clínicas y hospitales, establecimientos no preparados para atender un problema de tal magnitud. Una ola creciente de fallecidos, ausentes de sus seres queridos llegaba a los camposantos donde terminaban sus vidas sin los ceremoniales acostumbrados o sea casi de incógnitos.
Como algo ya previsible, después de corto tiempo le tocó el turno a América y se extendió por todos sus países en donde algunos gobernantes escépticos o tercos como los de Estados Unidos, Brasil, México, Venezuela no valoraron la real gravedad del problema y fueron afectados en forma desbordada.
Y llegó a Colombia, al principio tímidamente, pero con el correr de los días la situación se fue agravando, tomándose medidas como la cuarentena o confinamiento de las personas en sus casas, lo cual comenzó en abril y se creía insensatamente sería algo pasajero; pero no fue así pues hoy transcurrido más de un año seguimos experimentando el angustioso aislamiento con las consecuencias anímicas y económicas que ello conlleva. Durante ese lapso implantaron medidas preventivas como el uso permanente del tapabocas, que se convirtió en elemento símbolo de la pandemia, pero de un gran fastidio e incomodidad, el lavado permanente de manos con jabón, la desinfección de zapatos y ropa con alcohol, el pico y cédula y en general una serie de prácticas y remedios caseros que la gente se inventaba, proyectados en teoría a prevenir el virus.
Con la amarga realidad en Colombia de muchos afectados y fallecidos por el avance del Covid-19, las medidas restrictivas fueron cada vez más estrictas; las calles y los espacios públicos se convirtieron en sitios terroríficos y las casas de habitación en áreas de aislamiento permanentes o en lugares de trabajo, donde estudiantes, empleados o trabajadores en general se disputaban una ubicación para desarrollar sus labores; la tranquilidad del nicho familiar pasó a ser escenario de las incomodas conferencias, charlas o clases de niños y adultos. La virtualidad descompensó sensiblemente la paz del hogar. Los mercados y almuerzos a domicilio, las ineficaces consultas médicas por teléfono, las misas y funerales por internet fueron las prácticas más usuales durante el largo tiempo de la denominada pandemia.
El encierro y todo este nuevo sistema de vida fueron llenando de pánico y angustia a una comunidad que nunca había tenido una experiencia de esta magnitud, ni entendía porque fallecían millares de seres humanos en todo el planeta sin que la ciencia diera una explicación y menos una solución a la enorme crisis de salubridad que afectaba el mundo. Por otra parte, aparece el síndrome del aislamiento o de encierro que hacía que la población ya no quisiera ni asomarse a la puerta de su casa y que tomara medidas de prevención exageradas sin fundamento científico o práctico. Una paranoia generalizada se apoderó de la sociedad que comenzó a ver todo su entorno como un peligro inminente alejándola del ámbito exterior, circunstancia que en nada contribuye a la solución del mal que ya era de carácter económico y social.
Pero la indisciplina social también fue una gran protagonista de la pandemia ya que muchas medidas preventivas en realidad necesarias se incumplían contribuyendo a una mayor extensión del contagio. Desde luego que no hay que confundir la indisciplina social con la necesidad de buscar medios de subsistencia que la población más desprotegida requiere y que la obliga a permanecer en la calle donde encuentra alguna forma de trabajo. Aunque el mal no distingue entre ricos y pobres, si es el sector más débil el que por las características de sus actividades queda directamente expuesto a sus efectos nocivos.
En Colombia con un sistema de gobierno sin criterio en quienes detentan el poder e inestable en materia económica y alejado de la realidad social del medio donde pretende ejercer sus funciones, el impacto de la pandemia ha tenido consecuencias perversas que afectan como ya lo dije especialmente a la parte más débil de la población, la que carece de los recursos para poderse aislar cómodamente en sus casas o fincas de recreo sin ninguna preocupación. La pobreza y el desequilibrio social han originado muchos males en esta sociedad y los gobiernos con una estructura de desarrollo obsoleta y politizada han sido incapaces de proponer o aplicar unas medidas que nos aproximen a una situación de equidad donde esas desigualdades sean menos notorias.
En el Popayán de mis amores que según el decir popular nada ocurre u ocurre tarde, el virus llegó muy cumplido y aunque en principio el ataque fue lento, con el correr de los días el panorama se tornó oscuro con la aparición de muchos contagios y luego fallecidos que fueron colmando nuestra débil estructura hospitalaria que con grandes esfuerzos tuvo que irse medianamente adecuando a estas nuevas y urgentes necesidades. Las medidas restrictivas no se hicieron esperar, algunas de ellas acertadas, otras excesivas e inútiles, pero todas aparentemente encaminadas a tratar de contrarrestar esta grave e inesperada situación; la inventiva popular sobre remedios caseros fue protagonista muy importante y a ratos simpática de esta emergencia; cada cual tenía su propia receta y la consideraba la mejor. En la etapa más crítica de la pandemia se perdió en buena parte la comunicación con la sociedad ya que se aplicó un confinamiento casi total. El pequeño círculo familiar fue el único contacto de nuestras relaciones interpersonales, cayéndose en una monotonía que a veces causaba sinsabores o desazón.
Los niños sufrían profundamente los efectos negativos del encierro; la falta de sus compañeros de juego, de prácticas deportivas, de colegio, de sus profesores los deprimía convirtiéndolos en seres oscos, díscolos y rebeldes, que no encontraban explicación satisfactoria a este nuevo sistema de vida. Sus padres igualmente agobiados por la angustia debían soportar ese panorama con resignación.
Con el transitar de los días y los meses mi espíritu muchas veces sintió la profunda tristeza de ver partir afectados por el virus o inducidos por éste a varios amigos de muchos años que quizá no pensaban en la muerte y mucho menos en las circunstancias en que esta ocurriría. Pasar de un estado de normalidad salutaria y con los recursos para disfrutar cómodamente de una más larga y fructífera existencia a quedar recluidos en forma solitaria en una Unidad de Cuidados Intensivos donde lo más seguro era que no sobrevivieran era algo impensable, pero esa fue la dura realidad que nos tocó vivir.
Como no lamentar el fallecimiento del doctor Néstor Solarte Fernández, el último sobreviviente de una generación de médicos que hizo del ejercicio de la medicina un verdadero apostolado, poniendo todos sus conocimientos científicos, voluntad y valores humanos al servicio de la sociedad. Además de médico era un confidente con sus pacientes, dándoles la tranquilidad y confianza ingredientes indispensables para lograr una salud integral. Miraba y conversaba con sus pacientes tomándose el tiempo que fuese necesario, contrario a lo que hoy ocurre, donde el profesional tiene un turno limitado y no levanta la cabeza de la pantalla del computador o de los formatos que debe llenar durante la consulta. Médicos como el doctor Solarte Fernández ya poco se encuentran en el ejercicio de tan hermosa profesión. Paz en su tumba.
Igualmente, lamenté el deceso de varios amigos y vecinos con los que había compartido muchas cosas y situaciones que comúnmente se dan en nuestra apacible Popayán. Estos amigos y vecinos desaparecidos sobresalieron en sus diferente profesiones o actividades, ocupando lugar prominente en el desarrollo y engrandecimiento de este pequeño pero altivo rincón de patria: Juan Manuel Mosquera, Alfredo González Mosquera, Felipe Zambrano Muñoz, Ángel Ceballos, Celedonio Rozo Millán, Diego Velasco Acevedo, Pilo Lalinde, Oscar Sabogal, Jaime Escobar, Guillermo Muñoz Olano, fueron seres humanos llenos de merecimientos cuya desaparición conmovió a nuestra sociedad y enlutecio mis sentimientos.
Pero no todo ha sido negativo durante el tiempo de pandemia, la situación de encierro y la necesidad de subsistencia hizo que las dinámicas amas de casa se convirtieran en expertas cocineras poniendo en práctica recetas culinarias que tenían archivadas o que conseguían por las redes u otros medios, haciendo la delicia de los pocos, pero afortunados comensales. Estas prácticas las realizaron con mediano éxito algunos papás que se aventuraron en ese mundo apasionante de la cocina. De todas maneras, los platos novedosos buenos o regulares aparecían todos los días, nunca en mi casa fueron malos a pesar de la carencia muchas veces de los ingredientes necesarios que obligaban a las más variadas combinaciones que casi siempre fueron exitosas, dando origen a nuevas fórmulas culinarias.
La lectura como disciplina mental recibió un gran impulso en esta época aciaga. En mi caso me deleité leyendo varios libros que tenía pendientes, complementando con revistas y periódicos. Esta práctica que me apasiona desde hace muchos años en verdad me ha servido para tener un criterio claro de las cosas que me rodean, mirándolas desde diferentes ángulos o ideologías. La televisión con su avance tecnológico y variedad de programación permitió sobrellevar la estresante situación que nos ha tocado vivir en un período tan prolongado de confinamiento. Plataformas tan importantes como NETFLIX fueron un paliativo en los momentos de tedio e intranquilidad.
La actividad deportiva es quizá el instrumento más efectivo para conservar la salud física y mental, razón por la cual cuando se abrió un poco el compás del aislamiento realicé primero actividades en un gimnasio casero improvisado y luego comencé a jugar tenis con las medidas sanitarias recomendadas en las canchas del Club Campestre. Esto constituyó para mí la mejor forma de sentirme satisfecho y con el optimismo suficiente para afrontar muchos otros contratiempos de la pandemia. Hacer deporte es confrontarse uno mismo con las dificultades y hacernos sentir que estamos vivos y que tenemos la suficiente vitalidad para ir siempre adelante.
Estos tiempos de pandemia han servido también para reflexionar sobre el sistema de vida en que nos hemos venido desenvolviendo, muchas veces egoísta e indiferente con la problemática social que afronta nuestra sociedad, especialmente en el sector más vulnerable sobre el cual impacta con mayor fuerza los efectos negativos de todo desastre, en este caso el Covid-19. La romería diaria de seres humanos en pobreza absoluta por nuestras calles clamando por cualquier tipo de ayuda nos ha movido el corazón, pero especialmente nos ha presentado una radiografía del doloroso desajuste que en materia social nos afecta y el sentir la necesidad de que haya un cambio que imponga una verdadera justicia redistributiva donde todos dispongan de los recursos adecuados para un desarrollo integral digno.
Desde luego que el inclemente encierro y aislamiento de algunas de nuestras actividades cotidianas nos ha vuelto contemplativos, volcando nuestra atención a cosas o fenómenos antes ignorados o indiferentes. En mi caso y sentado frente a un panorámico ventanal del apartamento donde vivo, me extasío todas las mañanas viendo un conglomerado de pequeñas avecillas de variados colores que se concentran en un frondoso árbol de arrayán que además de la frescura de su sombra les ofrece protección y alimento. Se reúnen gorriones, pacungueros, azulejos, petirrojos, torcazas y otros plumíferos que revoletean durante un rato y luego se trasladan a otros árboles que existen en el sector. De vez en cuando aparece un gavilán expectante de cualquier descuido de las desprevenidas aves y hacerlas su bocado; esa es la realidad de la subsistencia y del control de la naturaleza; unos mueren para que otros vivan.
Desde mi atalaya igualmente contemplo por entre las copas de los sauces llorones y de los guaduales que tengo al frente, las parvadas de garzas que entre 6 y 7 de la mañana vuelan acompasadas y seguras en dirección occidente oriente al parecer buscando en esa ruta los lagos y potreros que les proporcionen alimentos y al finalizar el día hacen el recorrido en sentido contrario hasta llegar a unos guaduales donde fabrican sus nidos y nacen sus crías, este es otro espectáculo de la naturaleza. Todos estos pequeños seres que raudos surcan el espacio transcurren tranquilos e indiferentes a todos los males que nos afectaban en la pandemia; es problema de los humanos en los cuales ellas no tienen ninguna responsabilidad.
Los atardeceres de Popayán también deleitan mi espíritu y tengo el privilegio de poderlos contemplar desde mi afortunado observatorio. El ocaso de los rayos del sol por entre coposas nubes forman un contraste de colores de formas irregulares representativos de la grandeza de la naturaleza en sus diferentes manifestaciones. La contemplación es la “observación atenta y detenida de una realidad, especialmente cuando es tranquila y placentera”.
De todas maneras, la vida nos cambió; después de la pandemia que aún no termina el transcurso de la existencia ya no será igual pues muchas secuelas heredadas de esta crisis sanitaria marcarán el devenir de nuestros días. Quienes ya cruzamos la tercera edad más temprano que tarde desapareceremos llevándonos consigo las amargas experiencias de esta catástrofe global; los más jóvenes podrán transmitir por los menos a otra generación las tragedias y vivencias que les dejó un suceso tan inesperado y fatídico y los niños que inocentes de todo y sin ninguna explicación comprensible de esta situación serán los portadores de todo lo que les tocó sentir alejados de sus sanas actividades. Ellos constituyen la generación del Covid-19.
Después de todo lo acontecido que desgraciadamente aún sigue latente ya no podremos transitar con tranquilidad por ningún lado pues psicológicamente vivimos en un estado de prevención permanente, lo cual es un factor altamente negativo para un resurgir que nos lleve nuevamente a la normalidad física y mental.
Infortunadamente, la sociedad colombiana después de un año de esta angustiosa situación y con una lenta y desorganizada vacunación contra el virus se ve abocada a una crisis institucional en alguna parte motivada por la pandemia e igualmente por la ineficiencia e ineficacia de un gobierno politizado ausente de la realidad que vive el país y que ha pretendido solucionar los problemas financieros del Estado con cargas impositivas que un pueblo empobrecido y sin trabajo no puede soportar. Esto ha conducido a la incontenible reacción social que estamos atravesando la que se manifiesta en gigantescas marchas y otras formas de descontento que terminan algunas veces enfrentadas a fuerzas de choque de la policía o infiltradas por grupos terroristas o del narcotráfico degenerando en actos de violencia o en vandalismo criminal. El derecho a la protesta es constitucional y debe garantizarse por las autoridades su normal ejercicio; nadie puede atreverse a considerarla irresponsablemente como la causa de todos los males.
Finalmente, considero que solo se puede llegar a la normalidad en nuestro país el día que todos libres de odios, resentimientos y alejados de la corrupción que a todos los niveles existen marchemos unidos gobernantes y gobernados decididos a confundirnos en un estrecho abrazo de reconciliación.