HAROLD MOSQUERA RIVAS
En el año 1999 estando por segunda vez de visita en Estocolmo Suecia, tuve ocasión de ver la reparación de una calle que tenía un bache, el procedimiento se inició en la tarde y un grupo elevado de trabajadores, en horas de la noche repararon la vía, al día siguiente el problema estaba solucionado. Desde entonces he tratado de entender por qué en nuestro país, cada vez que se interviene una vía, con cualquier propósito, por regla general la reparación tarda muchos días, a veces meses y a veces años, con grave perjuicio para los ciudadanos que por ella transitan.
La solución sueca se sustenta en la famosa regla de tres inversa, que nos enseñaban en el colegio, según la cual, si un hombre realiza una obra en 10 días, 10 hombres deberían realizarla en 1 día, es decir que, a más hombres, menos tiempo para la realización de la obra, por eso se dice que la regla es inversa.
Infortunadamente, uno de los factores que determina la mora en la ejecución de las obras públicas en Colombia, es la corrupción, pues cuando los contratos de obra se prorrogan en el tiempo, se facilitan las irregularidades de quienes están interesados en aprovecharse de manera indebida de ellas. Debo destacar que hay contratistas honestos en la ejecución de sus obras, pero precisamente por eso, son la excepción y no consiguen ser contratados con facilidad, porque se encuentran con servidores públicos que requieren de su participación personal en las obras.
Como si no fuera suficiente con la congestión vehicular que debemos soportar todos los días, sobre todo en las horas pico, es mortificante ver que las calles por donde debemos transitar todos los días, están cerradas, complicando mucho más el tráfico.
Es necesario que nuestros gobernantes tengan consideración con los ciudadanos y exijan celeridad a los contratistas de las obras, pero en cuanto esto no se dé, los órganos de control deben intervenir, para deshacer el entuerto. Pues en la práctica lo que se da es que, se adelantan investigaciones a un paso más lento que el de las obras que motivan las quejas, demandas y denuncias. Todo esto suma, dentro del cúmulo de motivos que tiene la mayoría de la gente para no creer en nadie, para considerar que nada va a cambiar y en consecuencia preferir mantenerse al margen de los procesos electorales, para no terminar siendo cómplices del statu quo. Si todos los candidatos en sus discursos hablan de combatir y acabar la corrupción, es evidente que, en la gente haya un alto grado de incredulidad, pues en los procesos electorales anteriores, todos lo prometieron y los que ganaron no cumplieron. Así las cosas, es difícil imaginar que esta vez va a ser diferente.
Hay tanta gente invirtiendo dinero en las campañas políticas, que resulta imposible creer que si ganan no van a procurar recuperar su inversión, con alguna ganancia adicional, que es la más elemental forma de corrupción que se deriva de la manera como se hace la política en nuestro país. El día que un candidato convenza a la gente de que no va a repetir estas prácticas, los resultados se van a ver en las urnas y en las vías públicas. Amanecerá y veremos.