El libro publicado por Gamar Editores se titula “Régimen escópico colonial” y trata de la forma en que la pintura mural representa a la ciudad. Lo integra tres estudios: el primero, dedicado al óleo “Apoteosis de Popayán” de Efraim Martínez; el segundo, a la “Historia de la medicina en el Cauca” de Belisario Gómez; y el tercero, versa sobre los murales de Augusto Rivera del Banco Popular y la extinta Caja Agraria.
Porque una forma de mirar la ciudad se ha instaurado a lo largo de la tradición cultural hispánica, es que el análisis propuesto abre el diálogo para discutir acerca de los efectos de un régimen escópico, es decir, de la manera en que la ciudad obliga a ser vista. El prólogo del libro que invitamos a leer lo suscribe el escritor y crítico de arte Cristóbal Zapata.
Fundación plástica de Popayán
Por Cristóbal Zapata
Las ciudades se miran y se leen a pie, paseando entre sus calles, haciendo pausas en sus cafés o en sus plazas, tomando nota de sus particularidades, tejiendo redes entre sus semejanzas y diferencias. Quizá fue Baudelaire –pionero en tantos ámbitos– quien inauguró este método ambulante de lectura urbana. “Por primera vez París llega a ser, con Baudelaire, objeto de la poesía lírica”, consignó, en su momento, Walter Benjamin. Pero será en su ensayo de 1860 (“El pintor de la vida moderna”) donde el poeta de la modernidad caracterizará la figura del flâneur, ese paseante ávido de sensaciones y experiencias, presto a capturar las formas y colores de la realidad citadina, la belleza irrepetible del instante y su dimensión permanente, sustantiva.
Felipe García Quintero pertenece a esta estirpe de observadores nómadas o flotantes, con la diferencia de que su errancia tiene una finalidad, no es una deriva al azar –el mero vagabundeo propio de la flânerie– sino una exploración metódica de su ciudad adoptiva a través de sus murales. Una exploración que combina el trabajo de campo con el callejeo y la biblioteca.
Equipado con un vasto instrumental teórico procedente tanto de la antropología cultural como de los estudios poscoloniales, y una multiplicidad de referencias que atraviesan la historia, la literatura, la filosofía, la semiótica, la sociología, la política, y por supuesto el arte, el autor conjuga la apreciación estética con la crítica cultural en su deconstrucción de los hitos del arte mural en Popayán: el colosal y ambicioso lienzo “Apoteosis de Popayán” (1956) de Efraim Martínez, que preside el Paraninfo Francisco José de Caldas de la Universidad del Cauca; el mosaico “La medicina en el Cauca” (2006) de Belisario Gómez, ubicado en el frontis de la Facultad de Ciencias de la Salud de ese mismo recinto universitario, y los murales de Augusto Rivera realizados para el Banco Popular: “La fundación de la ciudad de Popayán” (1969), y otro, intitulado, comisionado por la antigua Caja Agraria en 1970.
Travesía de las formas: del academicismo tardío y barnizado de Efraim Martínez, donde el formato heroico corresponde a su visión épica, apoteósica y enciclopédica de Popayán, cuya historia se relata en clave alegórica, al didáctico mosaico de Belisario Gómez, concebido como un popurrí de clichés iconográficos y escolares, asaz ilustrativo y denotativo, pasando por los vigorosos murales de Augusto Rivera, cuyas “fundaciones míticas” de Popayán recuperan las cosmogonías ancestrales, la memoria de los orígenes, a través de un lenguaje que oscila entre la abstracción y la neofiguración. Ficciones pintadas, fundaciones y refundaciones simbólicas de Popayán, poéticas y políticas de representación plástica que dan cuenta del cambiante imaginario payanés a través del tiempo. Al fin y al cabo, desde los frescos de Giotto, en el umbral del Renacimiento, hasta las obras más reputadas del muralismo mexicano, el arte mural estuvo casi siempre subordinado a la doctrina religiosa o política, al proselitismo o la catequesis.
El año anterior, una calurosa mañana de julio, de la mano diestra de Felipe pude conocer estas obras. Entonces me percaté de que el autor de este libro no había improvisado un tema de tesis, sino que estaba enamorado de su argumento, de la materia plástica que había elegido indagar y analizar.
En los centros históricos o cascos coloniales de las ciudades latinoamericanas hay un “tempo” dilatado, una especie de fijeza o detenimiento propicio a la ignición del barroco, donde el tiempo parece desplegarse con la suntuosa morosidad de las sonatas de Corelli. En el corazón de Popayán tuve esta misma sensación que me embargó en el centro de La Habana, de Ciudad de México, de Lima o Santo Domingo, cada vez que visito Quito, y cada día que cruzo por las calles céntricas de Cuenca, mi ciudad natal. Por eso no me sorprendió que en la Torre del Reloj, junto al palacio arzobispal y de la Catedral, las manecillas marcaran otra hora, una hora perdida en la esfera cíclica del reloj que dejó el terremoto del Jueves Santo de 1983. El “tempo” colonial es un tiempo a deshoras.
Ese “tempo” colonial, con su “ethos” y su “eidos”, con su “régimen escópico”, es el punto de partida de este estudio. Como un mecánico o un relojero meticuloso, García Quintero desmonta pieza a pieza la máquina semiótica que es toda obra de arte para interpretar los signos presentes en los murales, y sobre todo para detectar e interpelar las averías, las fallas ideológicas de su aparato retórico, librándolas de todos los sobrentendidos y lugares comunes que han acompañado su valoración.
“Sólo el que lee es plenamente ciudadano”, ha dicho Adolfo Castañón; sólo adquirimos carta de ciudadanía cuando aprehendemos los signos que traman las ciudades que habitamos. García Quintero se ha ganado un lugar como payanés, releyendo con agudeza algunos emblemas de su producción simbólica. Y aunque su tratado está expuesto en un estilo arduo –consustancial a la escritura académica–, vale la pena remontar su caudalosa corriente, profusa en oportunas citas, en penetrantes reflexiones y conjeturas.
Después de su exhaustiva lectura, ni Popayán ni sus murales volverán a ser los mismos, pues el poeta –actuando ahora como exégeta– los ha resituado, los ha puesto en su sitio; es decir, en el lugar desde el cual podemos volver a disfrutarlos y comprenderlos.
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