Por Donaldo Mendoza
Hoy, los mayores de 60 años, recuerdan aquellas colecciones de libros, de bajo costo, que se publicaron entre 1971 y 1982: Colección Popular, más de 150 volúmenes, y Autores Nacionales, más de 50. En la primera, el fin era llegar a rincones remotos del país, con el propósito de formar lectores entre las comunidades más humildes; en la segunda, noble propósito también: abrir la oportunidad de publicar a autores colombianos que no tenían acceso a editoriales privadas. Esta espléndida hazaña cultural fue financiada por el Ministerio de Educación Nacional y el Instituto Colombiano de Cultura (COLCULTURA).
He querido evocar ese antecedente en razón del efecto colateral de esas dos colecciones: la compilación en libro de varios columnistas de la época, en El Tiempo, El Espectador y periódicos regionales. Si tal cosa no hubiese sucedido, esos autores serían hoy polvo de olvido en las hemerotecas de los periódicos. Para la muestra dos casos: Baldomero Sanín Cano (1861-1957) y Hernando Téllez. Gracias a Autores Nacionales, los lectores y estudiosos de la literatura, se enteraron de que Sanín Cano fue el crítico más relevante en la segunda mitad del siglo XIX, y Hernando Téllez (1908-1966) el crítico y ensayista más lúcido y universal hasta la década del sesenta del siglo XX (visionó la universalidad de Gabo en La Hojarasca y El coronel no tiene quién le escriba).
Lo anterior, para refrendar el argumento de que el periódico es proclive al efímero ayer, en tanto que el libro es intemporal. Para quienes por alguna razón no leyeron la primera parte de este artículo, actualizo su intencionalidad: elegir de cada autor la columna que tenga el fulgor de lo atemporal; es decir, escritos cuyo alcance vaya mucho más allá de la fecha de su publicación en el periódico. Sigo, pues, con los columnistas que reflexionan desde nuestro tiempo en La escritura sobrevive.
ÁLVARO ORLANDO GRIJALBA GÓMEZ, abogado payanés. Se proyecta, precisamente, «Pensando en el futuro de Popayán». Concibe el ordenamiento y el desarrollo de la ciudad como respuesta a la actual “diversidad étnica y las diferencias sociales, culturales, religiosas y económicas, además de la complejidad de sus múltiples problemas”. Y señala las deudas históricas de los gobiernos local y nacional con Popayán y el Cauca: la Avenida circunvalar de los cerros tutelares, la Vía al mar y la Doble calzada, entre otras. CLÍMACO EDUARDO NATES LÓPEZ, ingeniero civil. Otro veterano (23 años) del diario payanés. Es consciente de lo que Popayán y Cauca pierden por permanecer de espaldas a «El océano Pacífico», el más grande de la tierra. Eduardo hace una pedagogía sobre este “paraíso que aloja la mayor variedad de especies vivas y la mayor variedad de culturas humanas de la tierra”; a ver si algún día Popayán avizora los inmensos tesoros del mar que metaforizó Simbad el Marino hace más de mil años. FRANKLYN MOSQUERA PISSO, administrador de empresa. En «Ante la crisis» propone “prácticas alternativas”. Exhorta a deponer los intereses individuales para trabajar en torno a lo colectivo, y ve en la “economía solidaria” y en la “formación de líderes” estrategias puntuales para el desarrollo local. PALOMA MUÑOZ, antropóloga de profesión y música por vocación. Sus columnas en ENL giran en torno a investigaciones sobre música tradicional y popular. En «Soy cortero de caña» el protagonista es un niño afro de Miranda. Es intérprete de rap, género musical que se presta para la denuncia y otras formas de inconformidad social. JORGE ELIÉCER ORTIZ FERNÁNDEZ, administrador de empresas y líder social. En su columna «De paramilitares, mafiosos y autodefensas en Colombia» va hasta los orígenes de estos fenómenos de violencia en Colombia, que surgen “básicamente como mecanismo de defensa frente a los desmanes de la guerrilla”, que generaban abandono de propiedades y extorsiones. Relevan a la guerrilla en algunos territorios y cometen también toda clase de excesos, ante la ausencia del Estado.
VÍCTOR PAZ OTERO, sociólogo. Escritor de novela, poesía y ensayo. En «Un Cristo alternativo» hace una versión libre del Jesucristo que le han revelado los Evangelios y otras fuentes. Reconoce al Ser iluminado que cambió la historia de la humanidad, pero también lo ve en circunstancias propias de un líder carismático. “Predicó que la fraternidad y la solidaridad era lo que anhelaba construir en el mundo ese Dios que hablaba por su boca”. Su castigo, dice Víctor, no fue la cruz sino la tergiversación de su doctrina, “por los siglos de los siglos”. ELKIN FRANNZ QUINTERO CUÉLLAR, “maestro de la fe y los sueños de la Academia”. En su columna «Matilde Espinosa: profeta o petisa», Quintero Cuéllar vindica a esta poeta caucana, uno de los injustos olvidos de la crítica literaria, género que en Colombia ha sido de una flaca tradición. La obra poética de Matilde Espinosa, dice Elkin, está poblada de “signos que dan sentido a todo lo que la poeta hacía, veía y sentía”. En suma, un canto a la vida y sus misterios. ANA ELSA ROJAS REY, socióloga. Sus columnas dan fe del tema que más interés le demanda: la perspectiva de género. Defensora acérrima de la vida. Incansable en la denuncia del feminicidio en Colombia. Su artículo «El luto que lacera los cuerpos» es un grito indignado. Y exhorta a “identificar el feminicidio como el exterminio social que se ejerce contra los cuerpos, cuando se viola, se empala, se chantajea económicamente…”. DIEGO FERNANDO SÁNCHEZ VIVAS, abogado. Sus columnas llevan el sello de la reflexión. No otra cosa hace en su escrito «El sentido de la vida», al preguntarse sobre lo intangible: la felicidad. Apela a la franquicia de “un alto en el camino” como el profano milagro que devela el secreto de la paz interior (felicidad) que “anida en nuestro espíritu”.
FERNANDO SANTACRUZ CAICEDO, con formación en derecho y docencia universitaria. «Terra Nostra» o fuente de la existencia y la vida, así nombra su columna. La tierra, que sobra en manos que no la trabajan, escasea en quienes tienen la vocación de labrarla. La tierra, de la que estamos hechos, es para el campesino, paradójicamente, más ‘por venir’ que presente. Fernando siembra la semilla de la utopía: «…esperando a que broten de nuevo la espiga, la aurora y la conciencia». SEBASTIÁN SILVA-IRAGORRI, doctor en Jurisprudencia, y un rosario de prefijos Ex-, con una salvedad: «Periodista», lo único atemporal. Se podría decir que la escritura es legítima compañía en sus soledades, como en efecto titula su columna: «La compañía de la soledad». Y así lo deja escrito: “No se trata solo de estar acompañado, sino de poder compartir las emociones, las alegrías, las tristezas, los gestos solidarios, la esperanza, la compasión y la firmeza, …circunstancias que impliquen diálogos, contactos, intensidad, realidades e ilusiones”. LEANDRO FELIPE SOLARTE NATES, iniciado en varias disciplinas y graduado en la experiencia. En su columna «De vacunas, contratos y ancianos de la tribu», apela al sentido común para contradecir a los antivacunas: “…a quienes crecimos con ellas para que nos libraran de la viruela, el sarampión, el polio, la tuberculosis, la difteria, la influenza, etc., …nos extraña que algunos rechacen con ardentía la del Covid-19…” Y pasa a los intríngulis del negocio y la codicia de las farmacéuticas. RODRIGO OLMEDO SOLARTE PAZ, médico. En su columna «Las armas de las consciencias pacíficas», señala la violencia como una vergonzante tradición de los colombianos. Y la paz como una obstinada aspiración fallida. Exhorta a cambiar las armas por ideas, como “esperanza y utopía que transformen nuestra realidad”.