HUGO COSME VARGAS
En el verano de 1975, como buen colombiano en el exterior, dedicaba mi tiempo libre a jugar el fútbol con mis amigos latinoamericanos y algunos cuantos orientales, que unidos por el destino compartíamos los escenarios de la Universidad de Purdue, en el medio oeste norteamericano. De pronto, el cielo se oscureció y mis compañeros de juego empezaron a correr, terminándose así, abruptamente, nuestro pasatiempo dominical. Ya subido en uno de los carros disponibles supe con sorpresa que estaba llegando pronto a esa región de Indiana, un tornado, lo cual resultaba exótico para mí, un payanés experto en sismos, pero no en vientos. Muy rápido estuvimos en el corazón del campus de Purdue en donde alguien nos indicó el sitio para protegernos de un viento con velocidades de 80 kilómetros por hora: era el túnel peatonal que todos los días frecuentaba entre mi apartamento y las cafeterías universitarias, a través del cual lograba pasar por debajo de la calle, sin sospechar siquiera que también se había construido como un “refugio” durante eventos ciclónicos, increíblemente presentes en un sitio alejado de las costas oceánicas. ¡Buena lección aprendida!
Los ciclones, que ostentan también otros nombres raros como tifones, huracanes, baguios, willy-willy, se producen todos los años, especialmente en los mares tropicales del hemisferio terráqueo, cuando sus aguas se calientan, generándose así una zona de baja presión, un gradiente de presiones hacia afuera del eje, unos vientos organizados alrededor de su “ojo”, un movimiento igual o contrario a las manecillas del reloj y una pista despejada para avanzar por los océanos, sin poderlos detener el hombre, sólo las islas y las costas continentales, ¡a qué precio, por Dios!
Cada vez será peor la ocurrencia de estos monstruos de la naturaleza ya que la indiferencia del hombre hacia el cuidado del medioambiente es siempre mayor, y, en consecuencia, la temperatura de las aguas del mar seguirá aumentando. Este año 2020 ha sido prolífero de huracanes en el mar Caribe, contándose 30 hasta el momento, lo que hizo agotar las letras del alfabeto latino, para denominarlos, y hubo necesidad de recurrir al alfabeto griego, apareciendo en el escenario alpha, beta, eta, iota y los que aún falta por llegar.
Iota será recordado siempre en Colombia, en especial por los habitantes del bello archipiélago de San Andrés, Santa Catalina y Providencia, quienes están bebiendo un trago amargo que no cesará pronto. Serán días difíciles en los cuales nuestros compatriotas isleños buscarán al menos paliar sus problemas de salud, vivienda, alimentación y trabajo, es decir sus necesidades básicas. Es aquí cuando el estado colombiano debe volcar todos sus esfuerzos, con precisión, rapidez, gestión y honradez, hacia una comunidad que merece nuestro agradecimiento nacional por la hospitalidad que siempre nos ha brindado cada vez que visitamos esas hermosas islas. Aunque es hora de mirar para adelante en este episodio nacional, el capítulo de la prevención de la tragedia en Providencia merece algunos comentarios. Escuché al presidente de Colombia y a la directora del Ideam explicando que los había sorprendido la manera como este huracán cambió de categoría, de un momento a otro, y decidí investigar en los boletines de alerta que el National Hurricane Center-NHC-, de La Florida, expidió entre los días viernes 13 y sábado 14 de noviembre, informando al mundo que habían condiciones especiales para creer que este huracán crecería mucho con las horas, y que probablemente pasaría por encima o muy cerca de Providencia. Es decir que hubo dos días-sábado y domingo- para evacuar isleños hacia San Andrés, más aún cuando se sabía que no había en Providencia ningún refugio adecuado para soportar el embate de un viento de 260 KPH. ¿Por qué Honduras y Nicaragua sí lo hicieron? Creo que se corrió un inmenso riesgo con la vida de 6000 personas, que sólo tuvieron refugio adecuado en los baños de muchas de sus casas que sí estaban construidos con ladrillos y concreto reforzado, a diferencia del resto de las viviendas, que se habían edificado con madera. Ni siquiera el hospital resistió, contrariándose una norma sismo resistente que obliga a reforzar aquellos edificios especiales para evitar su colapso durante un evento catastrófico. ¡Queda mucho por aprender!