ROBERTO RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ
Igual que en las “historias oficiales” se construyen relatos únicos y lineales, en la vida cotidiana forjamos a los otros de maneras subjetivas.
Es el poder -elitista, gubernamental, individualista- el que entiende y juzga a todos, y el que delinea y difunde la historia, por supuesto unilateralmente y a su manera. Cómo se debe entender a cada personaje, qué se cuenta de él o ella, quienes son los que cuentan los sucesos, cuales las maneras como los cuentan, el cómo, dónde, cuando, por qué, es decir, se inventa y reinventan las realidades de manera funcional a los supremos.
Allí se estereotipa al que es diferente y al tiempo se justifica al que es amigo del poder; es lugar común condenar a los disidentes, subvalorarlos, para después criminalizarlos y eliminarlos. Los medios de comunicación crean los ambientes propicios, agrandando las razones del dominador, y llevando a que nuestras mentes enajenadas (dominadas por el dinero) y alienadas (enloquecidas y sin controles) absuelvan esos abusos.
Muchas personas son clasificadas como conflictivas, resentidas, indolentes, rebeldes sin causa, perezosos, atenidos. Los judíos, por ejemplo, serían todos comerciantes avaros, los árabes terroristas, las mujeres amas de casa sumisas, las gentes de la calle solo vagos, los ancianos inútiles, los gordos simpáticos pero poco inteligentes, los mexicanos todos tienen bigotes y los argentinos serían engreídos, los bolivianos pobres y los colombianos narcos.
Ignorar las razones de los otros, sus circunstancias, verdades y aspiraciones; o destruir las memorias históricas, no percibir –o ignorar- intencionalmente lo que los demás son y representan, todo ello nos lleva a prácticas del fascismo social. (B. de Souza, 2001)
Sin embargo, todos sabemos de personajes, situaciones y episodios que restauran las dignidades humanas, entre otros los funcionarios de la justicia estatal que realmente persiguen a los delincuentes, sobre todo a los de cuello blanco; o como las víctimas que luchan por recuperar las tierras que les despojaron; o las comunidades que resisten, los líderes sociales que construyen democracia y paz, los periodistas que investigan y denuncian, los profesores críticos, quienes cuidan la naturaleza y defienden el planeta, los artistas y deportistas honestos. Son muchos los que piensan y deciden sus asuntos autónomamente, y es difícil –imposible- clasificarlos como malos o perversos.
El mundo está lleno de megadiversidades, que lejos de constituir problemas son la base misma de las mayores riquezas a las que podemos aspirar. ¿Por qué uniformar o universalizar modelos o paradigmas, cuando en cualquier parte del mundo se pueden encontrar mejores formas de producir y comercializar, y de vivir bien?
Miramos con asombro e incredulidad la existencia de culturas y liderazgos mucho más racionales y efectivos que los hegemónicos, e incluso los desdeñamos como “atrasados” o “improductivos” solo porque provienen de los sectores populares.
Claro, el deseo de poder de los controladores de las economías y políticas, y la heteronomía de muchos (aceptar todo lo impuesto), lleva a que las grandes mayorías permanezcan pobres y atemorizadas, porque no de otra manera se los podría someter. Solamente quienes hayan constatado que se puede vivir bien y con poco, y además quienes perdieron el miedo, logran deshacer el embrujo y desarrollar sus propios proyectos económicos, sociales, políticos y culturales. Muy pocos, la verdad.
Si la libertad es el estado natural del ser humano, y si la esclavitud es un ultraje, ¿por qué ser inconscientes ante la camisa de fuerza que nos ha impuesto la cultura imperante?