Santa Ana, un lugar en medio de cañaduzales

Perfil de Santa Ana, una vereda del municipio de Miranda, Cauca, que a través de la historia ha sido escenario de las haciendas esclavistas y del surgimiento de la industria de la caña de azúcar. Sus pobladores quieren hacer de Santa Ana un espacio que vaya más allá del monocultivo de la caña.

Por: KEKA GUZMÁN

El Nuevo Liberal

Se sienten los golpes del tiempo. El lugar está un poco abandonado, triste, cansado. Es un caserío que solo tiene dos calles pavimentadas y sus escasos caminos están rodeados por el monocultivo de la caña. Al entrar, lo primero que se ve es un viejo cementerio. Hace calor. Y, a lo lejos, se escucha el trencito cañero de camino a los ingenios azucareros.

​El olor de la caña es un olor fuerte. Dulce. Escandaloso. Está por cada rincón. En medio de la brisa, de la risa, del llanto, del recuerdo. Está en medio de todo, del pasado, del presente y del futuro. Dos pasos adelante, dos pasos atrás y la historia se mezcla entre la pavesa, la ceniza y las llamas.

​En este lugar casi todas las casas son bajas, de bahareque, adobe y ladrillo. Es pequeño pero cálido. La mayoría de sus habitantes son negros y casi todos viven del cultivo de la caña. Pero, también, en su cielo se logra ver la polución producida por los galpones o los hornos de quemar ladrillo. Grandes, imponentes, dañinos pero necesarios, porque después de la caña, no hay más opción.

​Santa Ana, como la madre de María y abuela de Jesús, así se llama este lugar porque en la capilla de Acequia de la Hacienda Las Cañas, la veneraban. A finales del siglo XVIII y parte del siglo XIX, Santa Ana fue uno de los centros poblados más importantes del sur del valle geográfico del río Cauca, al igual que Caloto y Santander de Quilichao, porque en esa zona se concentró la bonanza agrícola de las haciendas esclavistas y ganaderas. Hoy es territorio del consejo comunitario de la Zona Plana de Miranda, Cauca, Comzoplan.

​Los actuales pobladores recuerdan que sus prácticas culturales eran completamente diferentes. Antes se realizaban bailes típicos como el bunde, el torbellino, la danza y el joropo, y también algunas fiestas tradicionales en las que se hacían diversos rituales en conmemoración a sus creencias. Su economía se sustentaba en los cultivos de cacao, plátano y café, además de tener trapiches en los que se fabricaba panela. Con el transcurso de los años y la llegada de los ingenios, las dinámicas empezaron a cambiar y se dio inicio a la agroindustria de la caña de azúcar.

Desde entonces, la caña está por todos lados.

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Trencito cañero en la vía que conduce a Miranda, Cauca/ Foto: Angélica Aley

—Bienvenidos, bienvenidos a mi pueblo tan querido Santa Ana —dice Fernando Barona, líder afro del Norte del Cauca.

​Don Fernando está parado afuera de su casa, con una gorra, unos jeans y una camiseta blanca. Sonríe. Da la bienvenida y señala con orgullo el lugar más sagrado de su vida: Santa Ana. Nunca nadie hablará de Santa Ana como él lo hace, con orgullo. Y no se puede hablar de Santa Ana sin mencionarlo a él.

​¡Ay, don Fernando, qué tan jodidamente grande es usted! Ahí, parado, esperando inciertamente el regreso de su pueblo y luchando, luchando por salir del olvido.

​La casa de don Fernando está ubicada en la calle principal, por ahí pasan las carretillas con la caña, los mototaxis y algunos buses, carros y motos. Antes, era la vía principal por donde la guerrilla y el ejército subían a la zona alta de Miranda. Desde ahí se logra ver todo Santa Ana. Una vereda que algún día fue muy rica en su sistema agrícola porque producía cacao, caña panelera, maíz, tabaco y sus suelos eran vírgenes. Hoy, Santa Ana, al igual que muchos otros pueblos del Cauca, está en el olvido.

​—Donde hoy es el Ingenio del Cauca, eran unas fincas ganaderas, cacaoteras y todas se perdieron. En mi infancia alcancé a darme cuenta que los cultivos se deterioraron porque no había comercialización y servían de abono orgánico para los árboles, todo era silvestre. En los años 30, teníamos “mateguaduas”, que servían para construir viviendas de guadua y esterilla y se les colocaba la palma.

​Cuenta don Fernando que en el transcurso de los años llegaron unos japoneses, se instalaron y acabaron con la base de los cultivos que se producía en la tierra de Santa Ana. Empezaron a sembrar millo, soya, girasol, erradicaron todas las materias primas, comenzaron a exportar y, luego, se declararon en quiebra y les arrendaron a los ingenios azucareros. Según él, ahí fue cuando todo se deterioró, cuando las fuentes de empleo se agotaron. Entonces, las personas que tenían plazas de tierra, se dedicaron a sembrar caña de azúcar.

​—Y, así, apareció la Caja Agraria y nos monopolizó a todos. Sus ideas se centraron en lograr que la gente arrendara la tierra a los terratenientes para sembrar caña. Desde allí el patrimonio económico se fue mermando. No había energía, nos alumbrábamos con mechones, con velas. Aunque, pensándolo bien, esa vida era mejor que la que estamos viviendo hoy en día porque no había ni violencia.

Galpones, hornos de quemar ladrillo/ Foto: Keka Guzmán

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​Según los datos de la Alcaldía Municipal de Miranda, Cauca, Santa Ana tiene un total de 665 habitantes, distribuidos entre 336 hombres y 329 mujeres, equivalente al 1,87% de la población del municipio de Miranda. Para los residentes de Santa Ana, el área de población de su vereda en años anteriores era más grande. Según Escolástico Lucumí, integrante del Consejo Comunitario de esta zona, Santa Ana ocupaba 78 manzanas y hoy está reducida a 22 o 23 y el resto está sembrado en caña.

​—Luego, llega a este territorio Harold Eder, heredero del Ingenio Manuelita. Él fue el primero que vino acá con unas variedades de caña traídas de Australia, Cuba, Costa Rica y Puerto Rico. Las sembraron y le declararon el nombre de caña azucarera.

​Relata don Fernando que la caña azucarera se siembra de acuerdo al nivel de los suelos y, a medida que va creciendo, le aplican herbicidas y madurantes con el fin de que se acelere el proceso y se produzca una sacarosa. La sacarosa la miden por grados: si tiene 12 grados en adelante es buena para la producción del azúcar y si tiene menos mezclan esas cañas con otras porque no dan el alto rendimiento para la producción del sistema azucarero.

Es indudable que la producción de caña de azúcar parece no detenerse.

​—Actualmente Santa Ana y la zona tienen un promedio de 98 acuíferos, que son unos pozos profundos donde colocan unas motobombas de alto cilindraje para sacar el agua de los ríos y llevarla a unos reservorios. Allí la almacenan hasta que llega la sequía del tiempo veraniego porque con ella retroalimentan el cultivo de la caña de azúcar para que el riego se acelere. Luego cortan la caña y la llevan al molino para producir el azúcar.

​Es muy común estar en Santa Ana y ver las carretillas llenas de caña. Es muy común el olor, los pasos y la brisa. Pero, a pesar del peso del tiempo, se siente la resistencia. Don Fernando y muchos de los suyos quieren recuperar a Santa Ana, recuperar sus tradiciones y todo lo que hay detrás de ellas.

​En las calles se respira caña. Polución. Daños. Contaminación. Cae con frecuencia ceniza porque los herbicidas y lo que viene del aire lo queman para darle rendimiento a la producción. También se sienten los venenos para matar la maleza y, cuando calienta el sol, se despliega el aire en infinidad de olores. Así está Santa Ana. Pero también se respira lucha y la reivindicación de un pasado que va más allá de la caña de azúcar.

​Quizás algunos nunca antes hayan escuchado el nombre de Santa Ana. Quizás nunca hayan ido a ese lugar y nunca vayan. Pero, quizá, hay quien logre llegar a la sabiduría que hay en ese territorio y se deje abrazar, más que por la caña de azúcar, por don Fernando. Don Fernando Barona y su hogar, que está lleno de mameyes, gallinas, sabiduría y esperanza.

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