Personas de manera desinteresada brindan cariño a los perros y estos lo retribuyen a los benefactores con fidelidad.
Por Alexander Paloma Reportero Gráfico El Nuevo Liberal
María Cristina Rodríguez Gonzáles cuenta que en el año 1986 después de salir de una discoteca al norte de Popayán, caminó junto con otros amigos hacia el centro de la capital caucana buscando encontrar un vehículo de transporte de público, se detuvo con quienes la acompañaban en una de las casas que quedaban al frente del Tablazo, pues estaba lloviendo y les tocó escamparse, al pasar los carros con sus luces encendidas vio cómo brillaban dos ojos en medio de los matorrales, se acercó y encontró un gato pequeño mojado y abandonado a su suerte, se compadeció de él y se lo llevó para su casa.
Así empezó la misión de Cristina, en ese entonces no existían grupos animalistas en los programas gubernamentales y locales no se hablaba mucho de protección animal y mucho menos de derechos, Cristina hace su labor de corazón, le nace auxiliar a los animales, protegerlos, brindarles cariño, en algún momento de su vida pensó que estaba loca porque hacía algo que no era común y bien visto en una sociedad que no veía a los animales como seres sintientes, su casa se convirtió en un refugio para animales abandonados, pues no soportaba verlos deambular, verlos enfermos y con hambre, luego sucedió que le empezaron a dejar a algunos que habían sufrido accidentes para que les diera los cuidados y protección necesaria hasta que se curaran.