“El alcalde de Popayán hasta que fue candidato era buen tipo”. Me dijo hace un par de días, un concejal que daba la vida por él. Y luego, agregó que a César Cristian ya le cambio hasta la mirada; que ya no le pasa al teléfono a sus amigos; que quiere gerenciar como empresa privada lo que debería gobernar en consenso con sus funcionarios.
Ser alcalde no es fácil. Deben lidiar con su ego, negociar con amigos pedigüeños, conciliar con enemigos políticos; y para colmo: quedarle bien a todo el mundo es imposible.
Volviendo al tema de Cesar Cristian, y al run-run del proceso de revocatoria de mandato ciudadano que enfrentará en los próximos meses, es preocupante. La ciudad no se merece semejante polarización. La imagen de la administración y las finanzas municipales son las primeras en afectarse con éste tipo de eventos. Ahí vamos a perder todos. Y aunque salga bien librado, el desgaste de confianza y liderazgo en los líderes políticos y de la alcaldía como tal, jamás volverá a recuperarse.
Suena el runrún que lo quieren revocar los huérfanos y viudos de poder; otros dicen que no le aguantan más la soberbia y “el rencor de clase” con el que gobierna; algunos afirman que de verdad su ineptitud tiene a la ciudad patas arriba y pasado un año no se le ven respuestas a nada; y los que lideran el proceso revocatorio, esgrimen que el hombre no ha cumplido con el plan de gobierno que postuló para ser alcalde. Tal vez, digo yo, de todo eso, hay un poco.
Con un politólogo de universidad comentamos otro runrún que ya suena en voz baja en los pasillos de la administración municipal. El Doctor César Cristian le vendió su alma al diablo; o mejor, a un par de periodistas de opinión que un día lo endiosaron para vender su imagen con pitos y runrunes, y le han hecho creer que son ellos los que lo pusieron de alcalde “y su merced no vale nada sin nosotros”. Y por ahí derecho: “su merced no sabe de gobernar, venga le decimos qué haga y cómo lo haga”. Y él, tan querido, parece que se deja mangonear.
Periodistas de opinión reconocidos por lucrarse del miedo de los personajes públicos “al qué dirán”. Periodistas con micrófono acostumbrados a darles órdenes a los alcaldes de turno para beneficio de sus bolsillos. Capos del periodismo, tipos que jalan el gatillo de su lengua para matar el prestigio de cualquiera si no hay billete de por medio. Tipos de quienes se dice en voz baja que ya son riquísimos apunta de chantaje y dineros públicos, que se han adueñado de edificios, ambulancias, contratos millonarios y puestos claves de la administración para sostener y operar una serie de negociados lícitos que acaparan a través de terceros que nadie se imagina ni puede probar. Manipuladores con micrófono que secuestran el prestigio de los gobernantes de turno, que amedrantados y llenos de miedo, además de la falta de carácter, le entregan la administración y su imagen pública, para que le maquillen su vanidad.
Así las cosas, el runrún de la revocatoria es que no debería ser contra el alcalde, sino contra esos periodistas de opinión que le han hecho tanto daño a la política local y regional desde hace más de veinte años a punta del “andan diciendo”. Amebas del Estado que se convirtieron en monstruos contra el Estado. Micrófonos del chantaje moral, capos de la opinión que creen tener más poder que un senador, un coronel de la policía, las fuerzas armadas, la guerrilla o el propio presidente de la república porque todos se le arrodillan para evitar un chisme o comentario negativo. Tipos peligrosísimos para la sana democracia y la vida de las instituciones.
“Y político que se deje chantajear, no es de confianza y debe revocarse”, – me dice el politólogo de universidad.
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