FRANKLIN MOSQUERA PISSO
Se hacen grandes esfuerzos por parte de los gobiernos de turno en diferentes países del mundo para mitigar el fenómeno de la pobreza, pareciera que estos esfuerzos no son suficientes y antes por el contrario se presentan como contraproducentes pues cada vez las cifras de personas en estado de pobreza aumentan dramáticamente, especialmente en Colombia.
Lo cierto es que al ser este un problema multidimensional debe atacarse o abordarse en todos sus frentes de manera sostenible; actualmente en nuestro país existen diferentes programas creados precisamente para este fin, tales como: Familias en acción, Colombia mayor, jóvenes en acción, compensación del impuesto sobre las ventas – IVA, entre otros, estos estipulan subsidios en efectivo para los beneficiarios, actualmente se contempla crear el ingreso solidario permanente, el cual pretende brindar apoyo económico a las familias en condición de pobreza y pobreza extrema. Sin embargo, es de considerar que la pobreza no es solo falta de ingresos monetarios y eso es lo que le cuesta entender el gobierno, si se busca aliviarla bajo esta óptica, por más empeño que se ponga en los programas y políticas públicas, el efecto sobre las personas que reciben la ayuda podrá ser que no logren el alivio que esperan o incluso que permanezcan en ella por más tiempo.
El paradigma que generalmente ha manejado el gobierno ha sido la de definir a los pobres como aquellos que no tienen para comprar una canasta básica de productos, por tanto, familia que no alcance tal ingreso será considerada pobre, y entonces habrá que subsidiar a esas personas mediante una cantidad de dinero que les permita sobrepasar ese límite. Sin embargo, existen estudios que concluyen que la pobreza no solamente tiene una realidad objetiva como lo es la imposibilidad de generar ingreso, sino también presenta otros elementos que coadyuvan o potencian la permanencia en tal estado, que en muchas ocasiones tales variables se vuelven mas importantes que el ingreso.
Una de esas variables determinantes tiene que ver con algo denominado “La Mentalidad de pobreza”, esto es como una condición de estacionalidad, de no querer nada, de no aspirar a algo, de carecer de un proyecto de vida o dejarlo de lado, la pobreza es una condición pero también es una actitud, la mentalidad de pobreza se ve reflejada en la desidia, el desorden, la impuntualidad, la no valorización de su propio tiempo, el malgastar el poco dinero que se logre en licor o apuestas, invertirlo en bienestar y alimentación sana, en estudio, en la compra de un libro; muchas personas catalogadas como pobres no lo son por su ingreso o por la labor que desempeñan, sino por la forma en cómo se tratan asimismo y ven la vida de él y de su entorno.
Los programas gubernamentales deberían encaminar sus ayudas no solo a subsidiar a los más pobres sobre la base del ingreso o del acceso a la canasta básica, sino también tener en cuenta otros ámbitos que, de manera simultánea, permitan asistir integralmente a la población, por ejemplo la intervención psicológica familiar, la creación de mecanismos que les facilite a los ciudadanos acceder de manera ágil a los servicios del Estado, en salud, educación, tramites legales, asesoría para enfrentar la burocracia local, regional o nacional, búsqueda de cupos en colegios cercanos, tutoría a los alumnos con dificultad escolar, estrategias de movilidad, reordenamiento urbano inclusivo, etc. Esos otros acercamientos pueden hacer toda la diferencia entre la subsidiariedad creciente y permanente y la reducción real de este flagelo, una de las mayores estrategias, sin lugar a dudas, es la generación de empleo formal y estímulo a los procesos de emprendimiento en los centros urbanos y sectores rurales, a fin de que se inserten en las dinámicas de desarrollo económico y con ello avanzar en sus niveles de bienestar y prosperidad personal y colectiva.