Editorial: Apuesta por la educación ambiental

El cambio climático es un hecho y sus consecuencias ya son parte de la cotidianidad en nuestro entorno, al que vemos impotentes como va degradándose y causando deterioro social. Todos estos ‘achaques’ de la madre naturaleza que vivimos a diario, nos recuerdan la vulnerabilidad de nuestro territorio.

Y no es para menos ya que vivimos en permanente alerta por los movimientos telúricos, inundaciones, crecidas hídricas, sequías y hasta erupciones volcánicas, entre otras manifestaciones físicas y naturales, y cada vez que un fenómeno de este tipo ocurre, deja graves daños materiales, pérdidas económicas y sociales y lo más lamentable, pérdida de vidas humanas.

La historia nos enseña que cada vez que algo así ocurre a gran escala, nos levantamos rápidamente, los afectados superan el dolor, entierran sus difuntos, reconstruyen sus viviendas, ponen en marcha nuevamente su cotidianidad, cicatrizando las heridas y volviendo a empezar.

Es un hecho que estos desastres de la naturaleza nos acompañarán por siempre y que debemos estar alertas, máxime si existe un nuevo elemento que debemos considerar: los efectos que el Cambio Climático está provocando y provocará en la geografía de nuestro territorio. El deshielo de los páramos, el aumento de las temperaturas y la mayor pluviometría, son elementos que deberemos tomar en cuenta a la hora de planificar el crecimiento de las ciudades, el desarrollo de obras de infraestructura o la instalación de actividades industriales.

En medio de todas estas vicisitudes está la educación ambiental, cuya conmemoración se cumple cada 26 de enero para intentar concientizar a los colombianos de la importancia de preservar el medio ambiente para que podamos heredarle a nuestras futuras generaciones, un ambiente sano, donde los recursos naturales aun sean renovables y puedan ser disfrutados por todos nuestros compatriotas.

Nuestro país debe planificar con el factor riesgo, es decir, prever la toma de decisiones ante la incertidumbre. Y en este proceso se deben conjugar tres elementos, la búsqueda de una mejor calidad de vida, la seguridad frente a un posible fenómeno y el menor impacto del medio ambiente.

Desde esta perspectiva, la planificación no debe ser entonces sólo una decisión de ingeniería, sino un proceso que involucre facetas históricas, culturales, geográficas, económicas y sobre todo educacionales. Porque los desastres naturales no pueden adjudicarse sólo a la mano de la naturaleza, sino también a la imprevisión humana de instalar sus poblados y actividades en áreas potencialmente riesgosas, o en el impacto que provoca la acción del hombre sobre ecosistemas frágiles. Entonces, en este sentido, el papel que cumple la educación ambiental en la prevención de riesgos es estratégico.

La educación ambiental juega roles importantes. Por un lado los educadores deben contribuir a sensibilizar a la población respecto del peligro que significa habitar áreas de riesgo, y por otra, aprehender en conjunto sistemas y acciones de prevención. Porque es más vulnerable una comunidad que ignora o desafía el entorno en el que vive, que una consiente de los peligros que la acechan.

Asimismo la educación ambiental fomenta y fortalece los vínculos entre los vecinos, relaciones que juegan un papel esencial cuando se deben enfrentar situaciones de crisis. La organización de la comunidad y la relación que esta misma establece con las instituciones del Estado, la identificación de liderazgos claros y la definición previa de roles pueden salvar muchas vidas y aminorar ostensiblemente los daños.

En la contingencia actual, debemos aprender de lo vivido. La anterior avalancha del río Molino nos obligará a diseñar nuevas políticas públicas para enfrentar el riesgo de vivir en zonas de peligro, pero también nos debe enseñar que existe una forma distinta de relacionarse con el medio ambiente. Y en este proceso, la educación ambiental es un factor clave que nos enseñe que el impacto de un desastre natural se puede ver aminorado sustancialmente, si conocemos el lugar dónde vivimos y si mantenemos una relación de convivencia armónica con el entorno.