En Popayán las protestas que desbordan en violencia y caos citadino, están generando incertidumbre y una carga de desesperanza y pesimismo entre los residentes de esta urbe.
En la semana que está a punto de terminar, se presentaron dos situaciones donde las manifestaciones, anunciadas en principio como pacíficas, terminaron en serios desmanes y que al final arrojaron varios heridos de parte y parte y lo peor, comunidades de sectores residenciales en el norte de la ciudad inermes y que se vieron sometidas a ráfagas de gases, sumándole el terror que les despertaron las explosiones y las lluvias de rocas que les cayeron cerca de sus residencias.
Es hora entonces, luego de superarse los dos meses del llamado paro nacional, que se comience a deslumbrar una salida donde el diálogo supere el odio y se convierta en protagonista para que la esperanza de la población retome su rumbo.
Es claro que en este descontento social los jóvenes exigen la oportunidad de influir en los destinos de la Nación, aunque en ocasiones no hayan empleado los medios más apropiados. Tradicionalmente han sido excluidos, carecen de oportunidades de estudio y trabajo, y sus necesidades no son prioridad para los gobiernos.
A pesar de que en la época preelectoral los aspirantes a los cargos más representativos acuden a debates en las universidades para ser escuchados por los estudiantes, sus opiniones no son decisorias, porque muchos de ellos ni siquiera se preocupan por saber dónde está inscrita su cédula y el día de las elecciones no acuden a las urnas.
Su baja participación en las votaciones se explica en la desconfianza que sienten hacia los políticos, y por eso no le encuentran sentido a votar, pues no creen que sirva para acabar con la corrupción o para que las entidades públicas mejoren; entonces permiten que otros decidan por ellos.
Ha sucedido en las últimas elecciones que los candidatos favoritos de las encuestas y populares entre los jóvenes, el día de las elecciones son apabullados por sus oponentes, que tienen las maquinarias y el voto amarrado de su clientela, y son quienes a la postre acaparan el poder. Aunque el voto es solo uno de los mecanismos de participación ciudadana instituidos en la Constitución de 1991, esta es una herramienta poderosa para conseguir cambios en la forma de hacer política, pero este ha de ser consciente e informado.
Votar no es la única opción democrática para transformar la realidad del país; otra forma de participación es a través del ejercicio de la política, y los líderes más representativos de las juventudes tienen la oportunidad de integrar el Congreso en las elecciones de marzo de 2022.
Esta es otra manera de hacer uso del poder que han descubierto en ellos, pero desde ahora deben organizarse y crear sus propias listas al Senado y a la Cámara de Representantes, ya que seguramente los partidos tradicionales de todas las tendencias no tendrán el menor interés en incluir a quienes les pueden disputar sus liderazgos y sus electores cautivos. Necesitamos más congresistas comprometidos con la causa de legislar con justicia social.
Si las listas de los jóvenes se registran sin el aval de un partido con personería jurídica, es necesario hacerlo a través de “grupos significativos de ciudadanos, respaldados por firmas”. Para ello, han de conformar un comité que deberá registrarse por lo menos con un mes de anterioridad a la fecha de cierre de la respectiva inscripción, para el caso de las listas de Congreso es el 13 de diciembre; es decir, que el registro del comité debe hacerse por lo menos el 13 de noviembre; estamos a un poco más de cuatro meses para conformar las listas e iniciar el proceso de recolección de firmas. Los avances que han logrado al hacerse escuchar pueden ser aprovechados en forma magnífica, antes de que las emociones se enfríen y la flaca memoria nos juegue de nuevo una mala pasada.