La urgente necesidad de encontrar salidas a la crisis social y económica en que se encuentra sumido el país y que se intensificó con el paro nacional, que ya había causado serias lesiones durante la pandemia, pero que se venía cocinando desde tiempo atrás, sobre todo por la falta de conexión del Gobierno nacional para responder a las evidentes necesidades de la población, ha conseguido una necesidad extrema para que abran espacios para el diálogo con el fin de buscar soluciones colectivas, y escuchar las voces de los jóvenes, con sus propuestas hacia sectores sociales que no habían sido tenidos en cuenta.
Es claro que la pandemia ha tratado de manera desigual a los diversos sectores de la economía. Conforme con agudos análisis, una característica de la actual crisis, que la hace suigéneris frente otras padecidas en la segunda mitad del Siglo XX y en los primeros lustros de la actual centuria, es que no discrimina tanto por clases sociales como por, precisamente, sectores económicos.
Era impensable que, en medio de las vicisitudes de millones de hogares que vieron reducir sus ingresos a niveles de la desesperación, varios sectores económicos obtuvieran pingües ganancias en el año de la peste. Asimismo, la caída en industrias y negocios como los del petróleo, las aerolíneas, las artes o el esparcimiento prueban que, en esta ocasión, el aumento de la desigualdad por una causa extraeconómica, esto es, sanitaria, se reflejó en diferencias de vicisitudes entre sectores económicos, más que en diferencias de índole social.
Sin embargo, ningún analista discute que, salvo los adultos mayores, no hay un grupo que esté padeciendo con mayor rigor los avatares de estos tiempos que el de los jóvenes, independientemente de a cuál estrato social pertenezcan. Las encuestas revelan, a nivel global, que acusan desesperanza; no solo están agotados por ver pasar sus años mozos, preparándose como nunca en comparación con otras generaciones en programas académicos para insertarse en el mundo laboral, sin que los puestos de trabajo aparezcan, o sin que satisfagan las expectativas que les vendieron en cuanto a que, una vez obtenidos los títulos, comenzarían carreras satisfactorias y ascendentes.
También les agobia que los sistemas democráticos no ofrecen las alternativas de cambio y crecimiento que les venden en tiempos electorales, y la expectativa que les trae la mayoría de edad para participar con sus votos no les proporciona sino frustración cuando ven que todo el aparato estatal se mueve entre promesas, incumplimientos y farsas.
Tenemos la obligación de romper con esos ciclos que desvelan un panorama oscuro para nuestros jóvenes. Qué clase de perspectivas les estamos ofreciendo en medio de una crisis que se niega a dar tregua, mezclada con una crisis política producto de la pugnacidad entre fuerzas contrarias que privilegian los intereses creados.
¿No tendríamos que estar discutiendo sobre qué les ofreceremos a nuestros jóvenes una vez llegue la nueva normalidad?, ¿cuáles son los empleos que subsistirán en la región?; ¿cuáles son las nuevas competencias que se requerirán en el mercado laboral para que nuestras instituciones universitarias adapten sus pénsums académicos y cierren facultades de carreras que no garanticen enganches laborales? Y caben más preguntas.