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    Editorial: ‘Chuzadas’, se repite la historia

    En nuestro país pareciera que lo cíclico de su historia se repitiera a una velocidad mayor que en otros puntos de orbe. Nuevamente se descubrieron las interceptaciones ilegales conocidas por la opinión pública como chuzadas. Esta repudiable actuación, en la que miembros del el Ejército Nacional serían los responsables nos recuerda el oscuro pasado (hace menos de dos décadas) del cuestionado Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, donde se presentó una sistemática operación de escuchas ilegales contra políticos, magistrados, periodistas y cualquier organización que estuviera abiertamente apuesta al gobierno de turno.

    En el capítulo actual, once oficiales militares entre ellos un general, fueron separados de sus cargos ante denuncias periodísticas que investigan órganos competentes por interceptar teléfonos de políticos, periodistas y funcionarios públicos, incluso de la casa de Nariño.

    Es tan equivocada la conducta de algunos oficiales del Ejército colombiano, quienes, según un informe revelado por la revista Semana, interceptaron y grabaron ilegalmente las conversaciones y mensajes de colombianos, pero también de periodistas corresponsales de periódicos estadounidenses que, si no fuera por la gravedad de los hechos, habría que calificarlos de imperdonable candidez.

    Sí. Cándidos, porque es absolutamente previsible para cualquier persona con cinco dedos de frente que esto se iba a saber y que tarde o temprano sería de conocimiento público.

    Obvio que si no era el Gobierno colombiano, o los periodistas, o Semana, pues terminarían sabiéndolo los gringos, que tienen la inocultable capacidad de escuchar las conversaciones de a quien les apetezca e, incluso, a los que interceptan las comunicaciones de los demás.

    Entre otras cosas, sería menester que el gobierno colombiano entregue entregue explicaciones a su homólogo de Estados Unidos, porque parte de ese trabajo de “inteligencia pura” se hizo con dinero de esa nación. ¿Le gustará al presidente Trump que la plata del Tesoro Nacional se utilice en espionaje y cómo explicará ese tema a sus connacionales?

    Y volviendo al tema, ¿A qué militar sensato se le ocurre chuzar a una persona que será naturalmente materia de protección del gobierno americano? ¿A qué autoridad de inteligencia no le pasa por la mente que meterse con un periodista al servicio de un medio de comunicación estadounidense es considerado uno de los peores pecados contra la democracia en aquella poderosa nación? ¿Cómo es posible que no hayan calculado el daño que causaría a las relaciones con poderosos congresistas de aquella nación?

    Y en cuanto a los colombianos interceptados, ¿qué nivel de necedad hay que tener para jugar al espía secreto contra personas que no representan riesgos sensibles para la seguridad nacional?

    Es claro entonces que los colombianos tenemos derecho a reclamar de nuestros militares que inviertan nuestros recursos y su tiempo en pesquisas dirigidas contra las Bacrim, los alzados en armas, las disidencias, las mafias de todos los pelambres o los enemigos externos; pero nos avergüenzan cuando emplean los medios que el Estado les confía, en hacerle el juego a intereses politiqueros o de baja estofa, mientras que los soldados rasos se están jugando la vida por nosotros o están dándolo todo para que, por ejemplo, se mantenga el orden en tiempos de pandemia. Es lamentable decirlo pero episodios de este tipo solo ponen en entre dicho la imagen y la credibilidad del Ejército Colombiano.

    Es de esperar que pronto nos revelen de quiénes son las manos que movieron los hilos en una operación criminal tan descabellada, pero también tan torpe.