HAROLD MOSQUERA RIVAS
El pasado sábado 5 de junio de 2021, a las 6 de la mañana en compañía de una sobrina y un amigo, salimos de Popayán a Cali, en un vehículo de propiedad de nuestro amigo, para hacer el recorrido hasta la Sucursal del Cielo, en medio de la incertidumbre por el estado de la vía. Sabiendo que la carretera Panamericana estaba cerrada, tomamos la ruta de Morales, en la que, al pasar la zona indígena, a lado y lado de la vía se ve la humildad de las familias campesinas, vendiendo los frutos de la tierra, mientras los niños corren y juegan en la calle, todo parece normal, como si no hubiera pandemia, pues la mayor parte de las personas ya no usan el tapabocas.
Por allí se respira un aire puro, mientras se avanza hasta encontrar el primer retén improvisado del camino, dos hombres con aspecto campesino que, con un bastón en la mano, dirigen el tráfico, dando vía en cada sentido de acuerdo a su parecer, nadie pregunta nada, nadie dice nada, solo hay que esperar, no hay presencia de la fuerza pública, ni de otra autoridad. Superado ese retén, el viaje continúa y se va dejando atrás la zona indígena, para pasar a la afrodescendiente y campesina entre los municipios caucanos de Suárez, Buenos Aires y Robles, donde la majestuosidad del paisaje distrae con su belleza el temor que embarga a los viajeros, entre los ríos y las montañas y el verdor de la naturaleza, alimenta la esperanza del pasajero. Es imposible no detenerse a tomar unas fotografías de tan hermosos paisajes. Al pasar por la zona de la represa de la Salvajina, vienen a la mente los recuerdos de aquel convulsionado proceso de construcción de la misma y el efecto político y socio económico que causó en el Cauca, sin beneficiar como debía a los habitantes de la región.
En el camino se encuentran nuevos retenes, ahora realizados por campesinos afrodescendientes que, con pala en mano reparan la carretera y solicitan a los viajeros una contribución voluntaria por su labor. Allí tampoco hay presencia de la fuerza pública u otra autoridad cualquiera. Las viviendas construidas a los costados de la vía, ponen de presente la humilde condición de sus moradores, sin embargo, se escucha música salsa y música del pacífico, proveniente de equipos de sonido cuya potencia está por encima de las condiciones de las viviendas, como si los campesinos de esa zona priorizaran en sus hogares la música, como mecanismo de disfrute, en medio de sus necesidades y penas, pues allí donde se escucha música, hay reunión de vecinos consumiendo aguardiente, ron o cerveza. El trayecto final, es por Jamundí, el sector de Alfaguara y la avenida Cañas Gordas, para entrar por el sector de Pance, en el Sur de Cali. Después de 6 horas de recorrido, hemos llegado a nuestro destino.
Cansados por el extenuante viaje, pero aliviados por la belleza del paisaje, imaginando que, si esas familias que encontramos en el camino, contarán con una salud, oportuna y eficiente, con educación pública y gratuita para sus hijos, hasta el nivel superior y oportunidades de trabajo decente, es casi seguro que, jamás las hubiéramos conocido.