HUGO COSME VARGAS
Hace muchos años, cuando estudiaba con la comunidad de los Hermanos Maristas en el inolvidable Colegio Champagnat, aprendí la técnica del “combate”, como una herramienta para poder memorizar las tablas aritméticas de sumar, restar, multiplicar y dividir. Si queríamos sobrevivir frente a nuestros compañeros no había otra opción distinta que sabérselas. Hoy, aún me regocijo cuando en reuniones serias hago en mi cabeza las operaciones matemáticas sencillas antes que alguien proponga la calculadora digital del celular o amenace con un “Excel”. Después, siendo adolescente, el recordado profesor Franco Diago trajo a su clase una “regla de cálculo” y nos enseñó que con ella también se podían hacer las cuatro operaciones básicas. Fue ya en la universidad, en el primer examen del curso de acueductos que orientaba el profesor Carlos Vivas, cuando comprendí que la tecnología digital arrasaría todo: mientras yo me demoraba cuatro horas para responderlo, armado con la calculadora mecánica “Facit” de mi padre, mi buen amigo Eduardo Castrillón lo hacía en dos horas, equipado con la primera calculadora digital “Texas Instrument” que apareció en la Facultad de Ingeniería de la Universidad del Cauca.
Pero la historia continúa. En 1971 llegó a la Facultad de Ingeniería Electrónica algo así como un “dios”, del que todos hablábamos y respetábamos. Era la primera computadora de la Universidad del Cauca, un monstruo de varias cabezas, que habitaba en el tercer piso del edificio en medio de una temperatura ambiental fría y al que muy pocas personas podían acercarse. Todos la llamábamos IBM 1130, pero nadie la había visto. Sólo nos aproximábamos a ella cuando entregábamos los trabajos a la única secretaria que sabía “perforar tarjetas”, introduciendo así el lenguaje de máquina, que a base de ceros y unos entendía la computadora. Luego, en 1974, recién llegado a la Universidad de Vermont, quedé asombrado cuando en un solo salón de clase miré desplegadas 30 pantallas parecidas a los televisores de esa época, pero que alguien me dijo que eran computadoras. Era el nacimiento de las computadoras digitales, que cada vez van disminuyendo de tamaño, pero creciendo en capacidad de operación. Hoy, gracias a ellas, hemos podido construir gigantescas bases de datos, que estructuradas en redes han dado la llegada a varios conceptos modernos, entre ellos el de “ciudades inteligentes”. Ya Cali y Medellín están entrando en esa onda de modernidad, la primera en su plan de desarrollo distrital y la segunda con su valle de software, enseñando ante el resto de Colombia, su pujanza y liderazgo.
Es un tipo de desarrollo urbano propuesto por primera vez en 1992 en el libro The Technopolis Phenomenon por D.V.Gibson, para buscar mejores soluciones de participación y colaboración ciudadana, digitalización de los procesos de la administración pública, energía sostenible y uso sustentable de los espacios. San Diego, en Estados Unidos, Southampton, en el Reino Unido y Rio de Janeiro, en Brasil, son ejemplos de lo que una “ciudad inteligente” puede brindar en calidad de vida a sus habitantes. Por un lado, está el acceso a la información pública y a los servicios, y por otro lado están las nociones relacionadas con el crecimiento económico sostenible, la gobernanza participativa y la reducción de emisiones.
Es un concepto que ayuda a resolver problemas de la urbanización contemporánea, teniendo en cuenta consideraciones tecnológicas, sociales, políticas y ambientales. El nivel económico de la población, su nivel educativo y la pertenencia a América Latina inciden positivamente en el nivel de inteligencia de una ciudad, según los resultados de la investigadora argentina Verónica Alderete, de la Universidad Nacional. Es decir, para ser una ciudad inteligente no basta con tener un mayor acceso a las tecnologías de información y comunicaciones, si no existen buenas condiciones económicas y de educación. Estamos entonces lejos, sin embargo, debemos comenzar ya. Hay un prestigioso programa de ingeniería electrónica en nuestra ciudad, otro de sistemas y uno más de robótica, que serían el soporte de una “Popayán inteligente”. Ya es tiempo de pensar en grande. Empecemos por volver más humano el sistema de transporte, con una red de semáforos inteligentes que sean capaces de autorregular sus tiempos, evitando que miles de payaneses desperdiciemos tanto tiempo en movilizarnos. ¡Mejoremos nuestra calidad de vida!